miércoles, 28 de noviembre de 2012

El caso Dora


Ida Bauer

Fragmento de análisis de un caso de Histeria (1905), también conocido como el caso Dora, pertenece al volumen VII de las obras completas de Sigmund Freud. Es la historia de un fracaso, pues Dora abandona el tratamiento a los tres meses de haber empezado y sin haber alcanzado la curación.
Con este caso Freud quiere aportar pruebas definitivas sobre el origen sexual de los síntomas histéricos y la utilidad de la interpretación de los sueños para acceder a los traumas inconscientes.
El círculo familiar de Dora, cuyo nombre real era Ida Bauer, estaba formado por su padre, Philip Bauer, un próspero industrial que había sido tratado por Freud de sus dolencias sifilíticas. Además, su madre, Katharina Gerber, a quien Freud diagnostica la “psicosis del ama de casa” que consiste en la obsesión neurótica por la limpieza, y un hermano mayor, Otto Bauer, del que Dora siempre tendrá muy buena opinión. Resulta interesante leer la descripción que hace Freud del trastorno del ama de casa:
… y así ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la «psicosis del ama de casa». Carente de comprensión para los intereses más vivaces de sus hijos, ocupaba todo el día en hacer limpiar y en mantener limpios la vivienda, los muebles y los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce. No se puede menos que incluir este estado, del cual bastante a menudo se encuentran indicios en las amas de casa normales, en la misma serie que las formas de lavado obsesivo y otras obsesiones de aseo; no obstante, tales mujeres, como sucedía en el caso de la madre de nuestra paciente, ignoran totalmente su propia enfermedad, no la reconocen y, por tanto, falta en ellas un rasgo esencial de la «neurosis obsesiva».
El padre pide a Freud que trate a su hija pues presenta los síntomas de una pequeña histeria: dificultades para respirar o disnea, tos nerviosa, afonía, migrañas, desazón, insociabilidad, tedio vital y amagos histriónicos de suicidio. El padre le informa que hace años que mantienen relaciones con el señor y la señora K. Aparentemente se trataba de una relación convencional entre familias burguesas: La señora K. había cuidado de Philip Bauer durante su enfermedad por lo cual le estaba muy agradecido, Dora cuidaba con cariño de los dos hijos del matrimonio K y el señor K. sentía un afecto muy grande por Dora. Sin embargo, en la residencia de verano de los K. ocurrió un suceso que desencadenó los síntomas de Dora: según ella, el señor K. había intentado abordarla sexualmente a lo que ella respondió con una bofetada y, a consecuencia de ello, pide a su padre que rompa toda relación con los K.
Una vez que comienza el tratamiento Dora relata otro episodio con el señor K. Cuando tenía catorce años este se había aprovechado de que estaban a solas para besarla en la boca lo que produjo en ella una reacción de asco. Así, Freud concluye que ya con catorce años era Dora una histérica pues…
Yo llamaría «histérica», sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer. Explicar el mecanismo de este trastorno de afecto sigue siendo una de las tareas más importantes, y al mismo tiempo una de las más difíciles, de la psicología de la neurosis.
Freud percibe que Dora es incapaz de aceptar la relación de la señora K. con su padre, un adulterio manifiesto. Dora cree, además, que ha sido ofrecida por su padre al señor K. de modo que él pueda continuar su relación con la señora K. En este momento de la terapia Freud observa que tras estos reproches aparentemente justificados se encuentran una serie de autorreproches no conscientes.
Los Bauer habían tenido una cuidadora de niños con la que Dora se llevaba muy bien hasta que descubrió que estaba enamorada de su padre. En ese momento sólo pudo verla como una rival y la hizo despedir. Siempre que el padre estaba en casa la cuidadora era amable con los niños pero no mientras el padre estaba ausente. Esto hizo pensar a Dora que ella se comportaba del mismo modo con los hijos del señor K. Aparentemente había cierta atracción además de asco.
Es habitual en la histeria el uso de la enfermedad para llamar la atención. Dora había heredado de la familia de su padre este desagradable trastorno. Atendiendo a las fechas en que padecía ataques de tos con afonía o dolores de estómago era evidente que coincidían con la presencia del señor K., lo cual significaba que utilizaba esos males para atraer su atención.
De todos modos, los trastornos psicosomáticos en el momento de la terapia con Freud y su carta de suicidio tenían por objeto llamar la atención no del señor K. sino de su padre. Freud está convencido de que si el padre le dijese que abandonaba a la señora K. por ella, Dora sanaría por completo. Pero si el padre no cedía Dora no habría de abandonar su enfermedad. El histérico, dice Freud, se acostumbra a la enfermedad, acaba necesitándola:

El que pretenda sanar al enfermo tropieza entonces, para su asombro, con una gran resistencia, que le enseña que el propósito del enfermo de abandonar la enfermedad no es tan cabal ni tan serio. (ver nota) Imagínese a un trabajador, por ejemplo a un albañil, que ha quedado inválido por un accidente y ahora se gana la vida mendigando en una esquina. Un taumaturgo se llega a él y le promete sanarle la pierna inválida y devolverle la marcha. No debe esperarse, yo creo, que se pinte en su rostro una particular alegría. Sin duda alguna, se sintió en extremo desdichado cuando sufrió la mutilación, advirtió que nunca más podría trabajar y moriría de hambre o se vería forzado a vivir de la limosna. Pero desde entonces, lo que antes lo dejó sin la posibilidad de ganarse el pan se ha trasformado en la fuente de su sustento: vive de su invalidez. Si se le quita esta, quizá se lo deje totalmente inerme; entretanto ha olvidado su oficio, ha perdido sus hábitos de trabajo y se ha acostumbrado a la holgazanería, quizá también a la bebida.
Para continuar avanzando en el inconsciente de Dora, Freud se vale de una de sus teorías más peculiares. Afirma que un síntoma corresponde siempre a la figuración de una fantasía sexual. Tomando esta hipótesis como punto de partida Freud intenta explicar las razones de la tos y la afonía de Dora. Dora sabe que su padre es impotente y sospecha, por tanto, que las relaciones con la señora K. incluyen sexo oral. La atracción inconsciente de Dora por su padre había generado el síntoma de la tos como fantasía sustituta del trato sexual con su padre. En esa fantasía ella ocupaba el lugar de la señora K. lo que significaba que se sentía más atraída por su padre de lo que estaba dispuesta a reconocer. Esta interpretación se apoya además en el hecho de que Dora estaba más próxima a su padre que su propia madre, era, puede decirse así, la niña de sus ojos. Cuando apareció la señora K. quien perdió su posición de privilegio no fue la madre de Dora sino la propia Dora.
A continuación Freud le explica a Dora que sus sentimientos hacia su padre son un modo de poner freno a la atracción evidente que siente por el señor K. Y aunque ella, en un principio se niegue a tal teoría, Freud afirma que
En modo alguno se oponía a mis expectativas el que yo provocase en Dora la más terminante contradicción al exponerle de esta manera las cosas. El «No» que se escucha del paciente tras exponer por primera vez a su percepción conciente los pensamientos reprimidos no hace sino ratificar la represión y su carácter terminante; mide su intensidad, por así decir. Si uno no entiende ese «No» como la expresión de un juicio imparcial, del cual por cierto el enfermo es incapaz, sino que lo pasa por alto y prosigue el trabajo, enseguida se obtienen las primeras pruebas de que «No» en estos casos significa el deseado «Sí». Ella confesó que no podía guardar, hacia el señor K. la inquina que este merecía. Contó que un día lo había encontrado por la calle, estando ella en compañía de una prima que no lo conocía. La prima exclamó de pronto: «¡Dora, ¿qué te pasa? Te has puesto mortalmente pálida!». En su interior no había sentido nada de ese cambio, pero le expliqué que los gestos y la expresión de los afectos obedecían más a lo inconciente que a lo conciente, y lo dejaban traslucir. (ver nota) Otra vez, tras varios días en que había mantenido un talante alegre, acudió a mí del peor humor. No podía explicarlo; se sentía contrariada, declaró; era el cumpleaños de su tío y no se resolvía a felicitarlo; no sabía por qué. Mi arte interpretativo estaba embotado ese día; la dejé seguir hablando y de pronto recordó que hoy era también el cumpleaños del señor K., hecho que yo aproveché en su contra. Tampoco fue difícil explicar por qué los magníficos obsequios que le hicieran algunos días antes para su propio cumpleaños no le causaron ninguna alegría. Faltaba un obsequio, el del señor K., que evidentemente antes había sido para ella el más valioso.
Los afectos de Dora hacia su padre y el señor K. se complican cuando Freud dice que no puede dejar de mencionar algo que “no podrá menos que enturbiar y borrar la belleza y poesía” del conflicto que Dora experimenta. Se refiere Freud a la homosexualidad latente de Dora. Ella y la señora K. estaban muy unidas hasta que el padre de Dora ocupó su lugar. Cuando Dora habla de la señora K. y alaba su “cuerpo deliciosamente blanco” parece más una enamorada que una rival vencida. Quien realmente había traicionado a Dora era la señora K.
Vista la complicada trama de afectos en el inconsciente de Dora, Freud expone el primer sueño que le pondrá en la pista del origen de sus trastornos actuales. En este primer sueño el padre rescata a la madre y a los niños de un incendio. Cuando la madre se retrasa por pretender salvar su alhajero el padre le recrimina que es momento de salir corriendo. Cuando Freud trabaja con los sueños es siempre fiel a su hipótesis expuesta en La interpretación de los sueños (1900), los sueños son figuraciones de deseos cumplidos. Empleando esta hipótesis, el mecanismo de la asociación libre,  la evidente relación entre el alhajero y los genitales femeninos y la idea fundamental de que los acontecimientos del sueño pueden significar lo opuesto de lo que parecen, Freud ensaya una interpretación peculiar del sueño de Dora. Esta espera que su padre la salve del incendio, el fuego, la atracción que experimenta hacia el señor K. Dora, que en el sueño ocupa el lugar de su madre, confía en que su padre acepte y no rechace su alhajero.
El simbolismo sexual del alhajero o de una cartera da pie a Freud para contar una simpática anécdota:

La carterita bivalva de Dora no es otra cosa que una figuración de los genitales, y su acción de juguetear con ella abriéndola y metiendo un dedo dentro, una comunicación pantomímica, sin duda desenfadada, pero inconfundible, de lo que querría hacer: la masturbación. Hace poco me sucedió un caso similar, muy divertido. Una dama anciana extrae en mitad de la sesión, supuestamente para refrescarse con un bombón, una pequeña caja de hueso; se esfuerza por abrirla, y después me la alcanza para que me convenza de lo difícil que es hacerlo. Yo manifiesto mi desconfianza: esa caja tiene que significar algo en particular, pues hoy la veo por primera vez, a pesar de que su propietaria me visita desde hace ya más de un año. Y la dama, impaciente: «¡A esta caja la llevo siempre conmigo, dondequiera que vaya!». Sólo se tranquiliza después que le hago notar, riendo, lo bien que sus palabras se adecuan a otro significado. La caja -box, puxiz, como la carterita, como el alhajero, no es sino otro subrogado de la vulva, de los genitales femeninos.
A lo largo de la interpretación de este primer sueño Freud cita a su íntimo amigo Wilhem Fliess, un personaje extraño para el que la cocaína y las operaciones de nariz eran remedios efectivos para todo. Así,
Según una comunicación personal que me ha hecho Wilhelm Fliess, precisamente esas gastralgias son las que pueden interrumpirse mediante la aplicación de cocaína en el «punto gástrico» de la nariz, por él descubierto, y curarse mediante su cauterización
En el segundo sueño Dora fantasea con internarse acompañada por un joven en un bosque y con llegar tarde al funeral de su padre. Este es, según Freud, el sueño de la curación pues en él Dora se abre a otros amores aparte del morboso que tiene hacia su padre. Es evidente, por cierto, el simbolismo sexual del bosque.  El sueño aporta además material para aclarar la relación con el señor K. Freud descubre que el motivo por el que Dora sintió asco hacia él fue verse tratada del mismo modo en que el señor K. trató a una institutriz con la que había tenido una aventura y a la que había despedido. Sintió, por tanto, que era tratada como si fuera del servicio. Este hecho es muy interesante porque la propia Dora, debido a la transferencia, se venga en Freud del señor K., abandonando el tratamiento y trantándolo como si fuese un empleado. Freud, por su parte, en esta etapa temprana del psicoanálisis, realiza una contratransferencia y la identifica con su vieja y odiada institutriz. Su venganza consistirá en dejar que Dora abandone el tratamiento sin haberse curado.

Dora volvió a visitar a Freud por una parálisis facial. Se trataba, según Freud, de un autocastigo por haberle maltratado como si fuese del servicio. Finalmente, añade que Dora tuvo una vida feliz y se casó con el joven con quien se introduce en el bosque en el segundo sueño.

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