viernes, 9 de mayo de 2014

El Malestar en la cultura (1930)


Aparecido en 1930, en este artículo Sigmund Freud plantea que la insatisfacción del hombre por la cultura se debe a que esta controla sus impulsos eróticos y agresivos, especialmente estos últimos, ya que el hombre tiene una agresividad innata que puede desintegrar la sociedad. La cultura controlará esta agresividad internalizándola bajo la forma de Superyo y dirigiéndola contra el yo, el que entonces puede tornarse masoquista o autodestructivo.

1 - Freud había escuchado decir de cierta persona que en todo ser humano existe un sentimiento oceánico de eternidad, infinitud y unión con el universo, y por ese solo hecho es el hombre un ser religioso, más allá de si cree o no en tal o cual credo. Tal sentimiento está en la base de toda religión. Freud no admite ese sentimiento en sí mísmo pero intenta una explicación psicoanalítica -genética- del mismo.
Captamos nuestro yo como algo definido y demarcado, especialmente del exterior, porque su límite interno se continúa con el ello. El lactante no tiene tal demarcación. Empieza a demarcarse del exterior como yo-placiente, diferenciándose del objeto displacentero que quedará 'fuera' de él. Originalmente el yo lo incluía todo, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el yo termina siendo un residuo atrofiado del sentimiento de ser uno con el universo antes indicado. Es lícito pensar que en la esfera de lo psíquico aquel sentimiento pretérito pueda conservarse en la adultez.
Sin embargo dicho sentimiento oceánico está más vinculado con el narcisismo ilimitado que con el sentimiento religioso. Este último deriva en realidad del desamparo infantil y la nostalgia por el padre que dicho desamparo suscitaba.

2 - El peso de la vida nos obliga a tres posibles soluciones: distraernos en alguna actividad, buscar satisfacciones sustitutivas (como el arte), o bien narcotizarnos.
La religión busca responder al sentido de la vida, y por otro lado el hombre busca el placer y la evitación del displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad, aunque busca otras posibilidades como el hedonismo, el estoicismo, etc. Otra técnica para evitar los sufrimientos es reorientar los fines instintivos de forma tal de poder eludir las frustraciones del mundo exterior. Esto se llama sublimación, es decir poder canalizar lo instintivo hacia satisfacciones artísticas o científicas que alejan al sujeto cada vez más del mundo exterior. En una palabra, son muchos los procedimientos para conquistar la felicidad o alejar el sufrimiento, pero ninguno 100% efectivo.
La religión impone un camino único para ser feliz y evitar el sufrimiento. Para ello reduce el valor de la vida y delira deformando el mundo real intimidando a la inteligencia, infantilizando al sujeto y produciendo delirios colectivos. No obstante, tampoco puede eliminar totalmente el sufrimiento.

3 - Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. Las dos primeras son inevitables, pero no entendemos la tercera: no entendemos porqué la sociedad no nos procura satisfacción o bienestar, lo cual genera una hostilidad hacia lo cultural.
Cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza, y regular sus mutuas relaciones sociales. Para esto último el hombre debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, al poder de la comunidad, es decir que todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.
Freud advierte una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (arte, etc), se consuman para procurar placer (por ejemplo el orden y la limpieza derivados del erotismo anal), o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura.

4 - Examina aquí Freud qué factores hacen al origen de la cultura, y cuáles determinaron su posterior derrotero. Desde el principio, el hombre primitivo comprendió que para sobrevivir debía organizarse con otros seres humanos. En 'Totem y Tabú' ya se había visto cómo de la familia primitiva se pasó a la alianza fraternal, donde las restricciones mutuas (tabú) permitieron la instauración del nuevo orden social, más poderoso que el individuo aislado. Esa restricción llevó a desviar el impulso sexual hacia otro fin (impulso coartado en su fin) generándose una especie de amor hacia toda la humanidad, pero que tampoco anuló totalmente la satisfacción sexual directa. Ambas variantes buscan unir a la comunidad con lazos más fuertes que los derivados de la necesidad de organizarse para sobrevivir.
Pero pronto surge un conflicto entre el amor y la cultura: el amor se opone a los intereses de la cultura, y ésta lo amenaza con restricciones. La familia defiende el amor, y la comunidad más amplia la cultura. La mujer entra en conflicto con el hombre: éste, por exigencias culturales, se aleja cada vez más de sus funciones de esposo y padre. La cultura restringe la sexualidad anulando su manifestación, ya que la cultura necesita energía para su propio consumo.

5 - La cultura busca sustraer la energía del amor entre dos, para derivarla a lazos libidinales que unan a los miembros de la sociedad entre sí para fortalecerla ('amarás a tu prójimo como a tí mísmo'). Pero sin embargo, también existen tendencias agresivas hacia los otros, y además no se entiende porqué amar a otros cuando quizá no lo merecen. Así, la cultura también restringirá la agresividad, y no sólo el amor sexual, lo cual permite entender porqué el hombre no encuentra su felicidad en las relaciones sociales.

6 - En 'Más allá del principio del placer' habían quedado postulados dos instintos: de vida (Eros), y de agresión o muerte. Ambos no se encuentran aislados y pueden complementarse, como por ejemplo cuando la agresión dirigida hacia afuera salva al sujeto de la autoagresión, o sea preserva su vida. La libido es la energía del Eros, pero más que esta, es la tendencia agresiva el mayor obstáculo que se opone a la cultura. Las agresiones mutuas entre los seres humanos hacen peligrar la misma sociedad, y ésta no se mantiene unida solamente por necesidades de sobrevivencia, de aquí la necesidad de generar lazos libidinales entre los miembros.

7 - Pero la sociedad también canaliza la agresividad dirigiéndola contra el propio sujeto y generando en él un superyo, una conciencia moral, que a su vez será la fuente del sentimiento de culpabilidad y la consiguiente necesidad de castigo. La autoridad es internalizada, y el superyo tortura al yo 'pecaminoso' generándole angustia. La conciencia moral actúa especialmente en forma severa cuando algo salió mal (y entonces hacemos un examen de conciencia).
Llegamos así a conocer dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad, y otro, más reciente, el miedo al superyo. Ambas instancias obligan a renunciar a los instintos, con la diferencia que al segundo no es posible eludirlo. Se crea así la conciencia moral, la cual a su vez exige nuevas renuncias instituales. Pero entonces, ¿de dónde viene el remordimiento por haber matado al protopadre de la horda primitiva, ya que por entonces no había conciencia moral como la hay hoy? Según Freud deriva de los sentimientos ambivalentes hacia el mismo.

8 - El precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad. Sentimiento de culpabilidad significa aquí severidad del superyo, percepción de esta severidad por parte del yo, y vigilancia. La necesidad de castigo es una vuelta del masoquismo sobre el yo bajo la influencia del superyo sádico.
Freud concluye que la génesis de los sentimientos de culpabilidad están en las tendencias agresivas. Al impedir la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta agresión es canalizada hacia el superyo, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. También hay un superyo cultural que establece rígidos ideales.

El destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.

sábado, 3 de mayo de 2014

Resumen de S. Freud. El sepultamiento del complejo de Edipo (1924)



El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión, y es seguido por el período de latencia. Se va a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niñita, que quiere considerarse la amada predilecta del padre, forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda de parte de él, y se verá arrojada de los cielos. El varoncito, que considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidados para entregárselos a un recién nacido. Así, el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad interna.
Otra concepción dirá que el complejo de Edipo tiene que caer porque ha llegado el tiempo de su disolución. Es verdad que el complejo de Edipo es vivenciado de manera enteramente individual por la mayoría de los humanos, pero es también un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, que tiene que desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, predeterminada.
Queda espacio para la ontogenética junto a la filogenética.
Últimamente se ha aguzado nuestra sensibilidad para la percepción de que el desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que los genitales ya han tomado sobre sí el papel rector. Pero estos genitales son sólo los masculinos (más precisamente, el pene), pues los femeninos siguen sin ser descubiertos. Esta fase fálica, contemporánea a la del complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que se hunde y es relevada por el período de latencia. Ahora bien, su desenlace se consuma de manera típica y apuntalándose en sucesos que retornan de manera regular.
Cuando el niño (varón) ha volcado su interés a los genitales, después tiene que hacer la experiencia de que los adultos no están de acuerdo con ese obrar. Sobreviene la amenaza de que se le arrebatará esta parte tan estimada por él. Las mujeres mismas proceden a una mitigación simbólica de la amenaza, pero con el corte de la mano. Acontece que al varoncito no se lo amenaza con la castración por jugar con la mano en el pene, sino por mojar todas las noches su cama.
Ahora bien, la tesis es que la organización genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de esta amenaza de castración. En efecto, al principio el varoncito no presta creencia ni obediencia algunas a la amenaza. El niño ya ha perdido partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho materno, primero temporario y definitivo después, y la separación del contenido de los intestinos, diariamente exigido. Pero nada se advierte en cuanto a que estas experiencias tuvieran algún efecto con ocasión de la amenaza de castración. Sólo tras hacer una nueva experiencia empieza el niño a contar con la posibilidad de una castración.
La observación que por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. Con ello se ha vuelto representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad.
La vida sexual del niño en esa época en modo alguno se agota en la masturbación. La masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo. El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido pronto como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. En cuanto a la naturaleza del comercio amoroso satisfactorio, el niño sólo debe de tener representaciones muy imprecisas; pero es cierto que el pene cumplió un papel, pues lo atestiguaban sus sentimientos de órgano. No tuvo aún ocasión alguna para dudar de que la mujer posee un pene. La intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene; una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina, como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo.
Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó, que toma prestada del padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, lo cual probablemente acontezca con toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto salvó una vez más los genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con ese proceso se inicia el período de latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño.
No veo razón alguna para denegar el nombre de «represión» al extrañamiento del yo respecto del complejo de Edipo. Pero el proceso descrito es más que una represión; equivale, cuando se consuma idealmente, a una destrucción y cancelación del complejo. Si el yo no ha logrado efectivamente mucho más que una represión del complejo, este subsistirá inconciente en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.
Se justifica la tesis de que el complejo de Edipo se va al fundamento a raíz de la amenaza de castración. ¿Cómo se consuma el correspondiente desarrollo en la niña pequeña?
También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de latencia.
El clítoris de la niñita se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con un compañerito de juegos, percibe que es «demasiado corto», y siente este hecho como un perjuicio y una moción de inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la expectativa de que después, cuando crezca, ella tendrá un apéndice tan grande como el de un muchacho. Es en este punto donde se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer. Pero la niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.

Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. El complejo de Edipo de la niñita es mucho más unívoco que el del pequeño portador del pene; según mi experiencia, es raro que vaya más allá de la sustitución de la madre y de la actitud femenina hacia el padre. La renuncia al pene no se soportará sin un intento de resarcimiento. La muchacha se desliza -a lo largo de una ecuación simbólica, diríamos- del pene al hijo; su complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo. Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque este deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconciente.

Resumen de S. Freud. La fijación al trauma, lo inconciente (1916).



Freud saca de los dos casos anteriores (Conferencia 17), dos de las conclusiones más importantes que presenta como paradigmas.

1) Las dos pacientes parecen estar fijadas a un momento de su pasado, dentro de su enfermedad; enajenadas del presente y del futuro.
Hace como analogía de esta clase de neuróticos, a las neurosis traumáticas, en donde tienen en su base una fijación al momento del accidente traumático, como puede ser una guerra o accidentes *, donde después suelen soñar con esta vivencias traumáticas a las que parecen quedar fijados.
En el caso de la joven que no pudo consolidar el matrimonio y eso puede asimilarse como un trauma, en cambio la segunda, el amor hacia el padre de la niñez, no podría decirse como traumático.
Entonces toda neurosis tiene como base una fijación de un hecho del pasado, pero no toda fijación tiene como consecuencia la neurosis.

2) El nexo entre la escena de la noche de bodas y la acción obsesiva permanecía oculto para ella y fue destrabado bajo la influencia del trabajo de la cura, el cual costó mucho esfuerzo al igual que el caso de la muchacha que separaba la almohada del respaldo.
Ese nexo es el que proporciona lo que hemos llamado el «sentido» de la acción obsesiva, el cual generalmente es desconocido para el quien los tiene, por tanto se pude decir que son procesos que quizás algún momento fueron conscientes, pero la necesidad de un trabajo analítico para interpretarlos para hacerlos concientes, hacen suponer que sean inconscientes
Por tanto reconoce la importancia de Breuer, del descubrimiento de que los síntomas desparecen al llegar a hacer concientes las pre-condiciones inconscientes, o sea, mudar al conciente lo inconsciente, aunque contra esto se encuentra la amnesia que hace olvidar el nexo entre ambos, tal como en estos casos.
Para ello es importante el desde donde y el para que de los síntomas.

El desde donde, se resuelve en impresiones provenientes del exterior, que fueron concientes alguna vez y que pueden haber pasado a ser inconscientes y el para que de un síntoma es un proceso endopsicológico, que pudo nunca haber sido conciente y haber permanecido inconsciente.