jueves, 12 de agosto de 2021

Lacan, J. El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis, cap. 1.

 

Lacan, J. El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis,

cap. 1.

Nuestro programa Bajo el término de ética del psicoanálisis se agrupa lo que nos permitirá poner a pruebalas  categorías a través  de   las  cuales  creo   darles  el   instrumento  más  adecuado   paradestacar qué aporta de nuevo la obra de Freud y la experiencia del psicoanálisis que deella   se   desprende.  Algo  nuevo   acerca   de  algo  que   es   a   la   vez  muy   general   y   muyparticular. Muy general, en tanto la experiencia del psicoanálisis es altamente significativade cierto momento del hombre, que es aquel en el que vivimos, sin nunca poder situarqué significa la obra colectiva en la que estamos inmersos. Muy particular en relación a lamanera en que debemos responder a la demanda del enfermo a la cual nuestra respuestada su exacta significación1Es imposible desconocer que nadamos en problemas morales. Nuestra experiencia noscondujo a profundizar el universo de la falta. Hesnard dice: El universo mórbido de la falta.Toda la reflexión moral de nuestra época está marcada por el sello del vínculo entre lafalta y la morbidez. ¿Cuál es esa falta? No es la misma que la que comete el enfermo a fin de ser castigado ocastigarse.   Cuando   hablamos  de  necesidad  de  castigo  designamos  una  falta   que   seencuentra en el camino de esa necesidad y que es buscada para obtener ese castigo.Pero, en este punto, nos vemos remitidos aún más lejos, hacia váyase a saber qué faltamás oscura que clama por dicho castigo. No   todo   en   la   ética   está   vinculado   únicamente   con   el   sentimiento   de   obligación.   Laexperiencia moral como tal, la referencia a la sanción, coloca al hombre en cierta relacióncon su propia acción que no es sencillamente la de una ley articulada, sino también la deuna dirección, una tendencia, un bien al que convoca, engendrando un ideal de conducta.Todo esto constituye también la dimensión ética y se sitúa más allá del mandamiento, másallá de lo que puede presentarse con un sentimiento de obligación. Si hay algo que elanálisis   indicó   es,   más   allá   del   sentimiento   de   obligación   en   sentido   estricto,   laimportancia,   la   omnipresencia   del   sentimiento   de   culpa.   El   análisis   sigue   siendo   laexperiencia que volvió a dar al máximo su importancia a la función fecunda del deseocomo tal. De la energía del deseo se desprende la instancia de la censura. De este modoalgo se cerró en un círculo que  nos fue impuesto, que se deduce de aquello que escaracterístico de nuestra experiencia. Cierta filosofía en el siglo XVIII, tuvo como meta laliberación naturalista del deseo, pero fracasó. Deberemos, en el curso de nuestra investigación, proponer a nuestro propio juicio quéafinidad, qué parentesco, qué raíz conserva el análisis en una tal experiencia. Abordamosaquí un camino poco explorado en el análisis. Parece que a partir del primer sondeo, delflash con   que   la experiencia   freudiana  iluminó   los   orígenes  paradójicos  del   deseo,   elcarácter de perversión polimorfa de sus formas infantiles, una tendencia general llevó alos psicoanalistas a reducir esos orígenes paradójicos para mostrar su convergencia haciaun fin de armonía. Este movimiento caracteriza en su conjunto el progreso de la reflexiónanalítica, hasta el punto en que merece hacerse la pregunta de saber si ese progresoteórico   no   conducía   a   un   moralismo   más   comprensivo   que   cualquiera   de   los   queexistieron   hasta   el   presente.   El   psicoanálisis   parecería   tener   como   único   objetivoapaciguar   la   culpa;   aunque   sepamos,   gracias   a   nuestra   experiencia   práctica,   lasdificultades y obstáculos  que eso  acarrea. Se  trataría de una  domesticación del  goceperverso fundada, por un lado, en la demostración de su universalidad y, por otro, en sufunción. El término de parcial, indicado para designar la pulsión perversa, adquiere enesta ocasión todo su peso. En torno a la expresión pulsión parcial, giró ya toda una partede nuestra reflexión acerca de la profundización que el análisis brinda a la función deldeseo. Quizá la cuestión no será correctamente percibida hasta comparar el punto en quenos ha colocado nuestra visión del término deseo con lo que se articula, por ejemplo, en la obra de Aristóteles cuando este habla de la ética. Le otorgaremos un lugar importanteen nuestra reflexión. Hay en su obra dos puntos que nos muestran cómo todo un registrodel deseo es situado por él, literalmente, fuera del campo de la moral. Para Aristóteles nohay problema ético tratándose de cierto tipo de deseos. Esos deseos a los que se refiereson   los  términos   promovidos   al  primer  plano   de   nuestra   experiencia.  Un   campo   muygrande de lo que constituye para nosotros el cuerpo de los deseos sexuales es clasificadopor Aristóteles en la dimensión de las anomalías monstruosas: utiliza en relación a ellos eltérmino de bestialidad. Lo que sucede a ese nivel no compete a una evaluación moral.Los problemas éticos que plantea Aristóteles se sitúan en otra parte. Este es un punto quetiene   todo   su   valor.   Si   consideramos,   por  otro   lado,   que   el   conjunto   de   la   moral   deAristóteles no ha perdido su actualidad en la moral teórica, se mide así exactamente eneste punto la subversión que entraña una experiencia, la nuestra, que puede transformaresta   formulación   en   algo   sorprendente,   primitivo,   paradójico   y,   a   decir   verdad,incomprensible.2Nos encontramos ante la cuestión de saber qué permite formular el psicoanálisis en lotocante al origen de la moral. ¿Se reduce su aporte a la elaboración de una mitología máscreíble, más laica que la que se presenta como revelada, la mitología reconstruida deTótem y tabú, que parte de la experiencia del asesinato primordial del padre, de lo queengendra y de lo que se encadena a ella? Desde este punto de vista, la transformación dela energía del deseo permite concebir la génesis de su represión, de tal suerte que la faltaen esta ocasión no solo es algo que  se nos impone en su carácter formal (debemosalabarnos por ella, felix culpa, pues en ella yace el principio de una complejidad superior,a la cual debe su elaboración la dimensión de la civilización). ¿En suma, todo se limita ala  génesis   del   superyó,  cuyo   esbozo se   elabora,   se  perfecciona,   se  profundiza,  y  sevuelve más complejo a medida que avanza la obra de Freud? Esta génesis del superyóno   es   solamente   una   psicogénesis   y   una   sociogénesis.   Es   imposible   articularlaateniéndose, respecto a ella, simplemente al registro de las necesidades colectivas. Algose impone allí, cuya instancia se distingue de la pura y simple necesidad social; esto esaquello cuya dimensión intento permitirles individualizar bajo el registro de la relación delsignificante y de la ley del discurso. Es aquello cuyo término debemos conservar en suautonomía si queremos poder situar de modo riguroso, correcto, nuestra experiencia. Aquíla distinción entre la cultura y la sociedad implica algo que puede considerarse nuevo,incluso  divergente,  respecto  a  lo que  se  presenta  en   cierto   tipo  de   enseñanza   de   laexperiencia analítica. Esta distinción espero hacérselas palpar en su localización y en sudimensión   en   Freud   mismo.   Para   llamar   vuestra   atención   sobre   la   obra   en   la   queexaminaremos el problema, les designaré El malestar en la cultura, de 1922, escrita porFreud luego de  la elaboración de su  segunda tópica, después de haber  llevado a unprimer plano la noción, tan problemática empero, de instinto de muerte. Verán expresadoallí que lo que sucede en el progreso de la civilización, ese malestar que se trata de medir,se sitúa, en relación al hombre (el hombre del que se trata en esta ocasión, en un vuelcode la historia en el que Freud mismo y su reflexión se alojan) muy por encima de él. Estafórmula la creo bastante significativa como para indicárselas desde ya y suficientementeya   iluminada   por   la   enseñanza   en   que   les   muestro   la   originalidad   de   la   conversiónfreudiana en la relación del hombre con el logos. El malestar en la cultura no es, en laobra de Freud, algo así como apuntes. No es del orden de lo que se le permite a unpracticante o a un sabio, no sin cierta indulgencia, a guisa de excursión en el dominio dela reflexión filosófica, sin darle quizá todo el peso técnico que se le reconocería a una talreflexión cuando proviene de alguien que se calificaría a sí mismo como formando partede la clase de filosofía. Este punto de vista, demasiado difundido entre los psicoanalistas,debe   ser  absolutamente   descartado.   El   malestar   en   la   cultura  es   una  obra   esencial;primera,   en   la   comprensión   del   pensamiento   freudiano   y   en   la   intimación   de   su experiencia.   Ella   aclara,   acentúa,   disipa   ambigüedades   en   puntos   cabalmentediferenciados de la experiencia analítica, y de cuál debe ser nuestra posición respecto alhombre, en la medida en que en nuestra experiencia más cotidiana tenemos que vérnosladesde siempre con el hombre, con una demanda humana. La experiencia moral no selimita   a   esa   parte   destinada   al   sacrificio,   modo   bajo   el   cual   se   presenta   en   cadaexperiencia individual. No está vinculada únicamente con ese lento reconocimiento de lafunción   que  fie  definida,   autonomizada   por   Freud,   bajo   el   término   de   superyó   y   a   laexploración de sus paradojas, a lo que denominé esa figura obscena y feroz, bajo la cualse presenta la instancia moral cuando vamos a buscarla en sus raíces. La experienciamoral de la que se trata en el análisis es también aquella que se resume en el imperativooriginal que propone el ascetismo freudiano (ese Wo Es war, soll Ich werden, en el quedesemboca Freud en la segunda parte de sus Vorlesungen sobre el psicoanálisis). Su raíznos es dada en una experiencia que merece el término de experiencia moral y se sitúa enel principio mismo de la entrada del paciente en el psicoanálisis. Ese yo (je) que debeadvenir donde eso estaba y que el análisis nos enseña a medir, no es otra cosa más queaquello cuya raíz ya tenemos en ese yo que se interroga sobre lo que quiere. No solo esinterrogado, sino que cuando avanza en su experiencia, se hace esta pregunta y se lahace en relación a los imperativos a menudo extraños, paradójicos, crueles, que le sonpropuestos por su experiencia mórbida. ¿Se someterá o no a ese deber que siente en élmismo   como   extraño,   más   allá,  en   grado   segundo?   ¿Debe   o   no   debe   someterse   alimperativo del superyó, paradójico y mórbido, semiinconsciente y que se revela cada vezmás en su instancia a medida que progresa el descubrimiento analítico y que el pacienteve que se comprometió en su vía? Su verdadero deber, ¿no es acaso ir en contra de eseimperativo? Esto es algo que forma parte de los datos de nuestra experiencia y asimismode los datos preanalíticos. Basta ver cómo se estructura al comienzo la experiencia de unobsesivo, para saber que el enigma alrededor del término de deber como tal siempre estáformulado para él desde el vamos, antes incluso de que llegue a la demanda de socorro,que es lo que va a buscar en el análisis. Lo que aportamos aquí como respuesta a un talproblema, pese a estar ilustrado manifiestamente por el conflicto del obsesivo, conservade todos modos su alcance universal, y a ello se debe el que haya éticas, el que haya unareflexión   ética.   El   deber,   sobre   el   cual   hemos   arrojado   diversas   luces   (genéticas,originales), no es simplemente el pensamiento del filósofo que se ocupa de justificarlo. Lajustificación   de   lo   que   se   presenta   con   un   sentimiento   inmediato   de   obligación,   lajustificación del deber como tal, no simplemente de tal o cual de sus mandamientos, sinoen su forma impuesta, se encuentra en el centro de una interrogación universal. ¿Somosnosotros, analistas, en esta ocasión ese algo que acoge aquí al suplicante, que le brindaun lugar de asilo? ¿Somos nosotros ese algo que debe responder a una demanda, a lademanda de no sufrir, al menos sin comprender? Con la esperanza de que el comprenderliberará   al   sujeto,   no   solo   de   su   ignorancia,   sino   de   su   sufrimiento   mismo.   ¿No   esevidente, totalmente normal, que los ideales analíticos encuentren aquí su lugar? Ellos nofaltan. Florecen abundantemente. Medir, localizar, situar, organizar los valores, como sedice en cierto registro de la reflexión moral, que proponemos  a nuestros pacientes, yalrededor de los cuales organizamos la estimación de su progreso y la transformación desu vía en un camino, será una parte de nuestro trabajo. Les enumeraré tres de estosideales. El primero es el ideal del amor humano. ¿Necesito acaso acentuar el papel quehacemos desempeñar a cierta idea del amor logrado? Este es un término que ya debenhaber aprendido a reconocer. Elegí a menudo aquí como blanco el carácter aproximativo,vago y  mancillado de no  sé qué  moralismo  optimista, por el  que están  marcadas lasarticulaciones originales de esa forma llamada la genitalización del deseo. Es el ideal delamor genital, amor que se supone modela por sí solo una relación de objeto satisfactoria(amor médico diría si quisiera acentuar en  sentido cómico  el tono  de esta  ideología),higiene  del amor,  diré  para  ubicar  aquí  aquello a  lo  que  parece  limitarse  la  ambición analítica.   La   reflexión   analítica   parece   eludir   el   carácter   de   convergencia   de   nuestraexperiencia. Este carácter no puede ser negado, pero el analista parece encontrar allí unlímite, más allá del cual no le es muy fácil ir. Decir que los problemas de la experienciamoral están enteramente resueltos en lo concerniente a la unión monogámica sería unaformulación   imprudente,   excesiva   e   inadecuada.   ¿Por   qué   el   análisis   que   aportó   uncambio   de   perspectiva   tan  importante  sobre   el   amor,  colocándolo   en  el  centro  de  laexperiencia   ética,   que   aportó   una   nota   original,   distinta   del   modo   bajo   el   cual  hastaentonces había sido situado el amor por los moralistas y los filósofos en la economía de larelación interhumana, por qué el análisis no impulsó más lejos las cosas en el sentido dela investigación de lo que deberemos llamar, hablando estrictamente, una erótica? Esto esalgo que merece reflexión. La sexualidad femenina es uno de los signos más patentes, enla evolución del análisis, de la carencia que designo en el sentido de una tal elaboración.Jones nos dice haber recibido de una persona la confidencia de que un día Freud le dijoalgo así: “Después de treinta años de experiencia y de reflexión, siempre hay un punto alque no puedo dar respuesta, y es '¿qué quiere la mujer?'”. Más precisamente, ¿qué es loque ella desea? ¿Hemos avanzado mucho al respecto? No será en vano mostrarles quésuerte de evitación respondió en el progreso de la investigación analítica a una preguntacuyo   iniciador  no   puede  decirse,   empero,   que   haya   sido   el   análisis.   Digamos   que   elanálisis, y el pensamiento de Freud, está ligado a una época que había articulado estapregunta con una insistencia muy especial. El contexto ibseniano de fines del siglo XIX enel que maduró el pensamiento de Freud no podría descuidarse en este punto. Es muyextraño que la experiencia analítica más bien haya ahogado, amortiguado, eludido, laszonas del problema de la sexualidad vista desde la perspectiva de la demanda femenina.El segundo ideal, que es también cabalmente llamativo en la experiencia analítica, es elideal de la autenticidad. Si el análisis es una técnica de desenmascaramiento, suponeesta perspectiva. Pero esto llega más lejos. La autenticidad se nos propone no solo comocamino, etapa, escala de progreso. Es también cierta norma del producto acabado, algodeseable,  un  valor.  Es un  ideal,  pero  en  base al que  nos  vemos llevados  a  plantearnormas clínicas muy finas. Les mostraré su ilustración en las observaciones de HelneDeutsch en lo concerniente a cierto tipo de carácter y de personalidad, acerca del cual nopuede decirse que esté mal adaptado ni que falle en ninguna de las normas exigibles dela   relación   social,   pero   cuya   actitud   toda,   cuyo   comportamiento,   es   percibido   en   elreconocimiento del otro, del prójimo, como marcado ese acento que ella llama el As if.Palpamos aquí cierto registro que no es definido ni simple u que no puede ser situadomás que desde las perspectivas morales, que está presente, que dirige, que es exigibleen toda nuestra experiencia y conviene medir hasta qué punto nos adecuamos a él. Esealgo armonioso, esa plena presencia, cuyo déficit podemos medir tan finamente comoclínicos,  nuestra  técnica,   el   desenmascaramiento,   ¿no   se   detiene   a   mitad   de   caminorespecto   a   lo   que   hace   falta  para   obtenerlo?   ¿No   sería   interesante   preguntarse   quésignifica nuestra ausencia en el terreno de una ciencia de las virtudes, una razón práctica,un sentido del sentido común? No se puede decir nunca que intervengamos en el campode ninguna virtud. Abrimos vías y caminos y allí esperamos que llegue a florecer lo que sellama virtud. Asimismo, hemos forjado desde hace tiempo un tercer ideal, que no estoymuy seguro de que pertenezca a la dimensión original de la experiencia analítica: el idealde no-dependencia, una suerte de profilaxis de la dependencia. ¿No hay aquí también unlímite, una frontera muy sutil, que separa lo que le designamos al sujeto adulto comodeseable en este registro y los modos bajo los que nos permitimos intervenir para que loalcance?   Basta   para   ello   recordar   las   reservas   verdaderamente   fundamentales,constitutivas, de la posición freudiana, en todo lo concerniente a la educación. Nos vemosllevados a cada instante a avanzar en este dominio, a operar en la dimensión de unaortopedia. Pero es llamativo que,  tanto por los medios  que empleamos, como por losmecanismos teóricos que colocamos en un primer plano, la ética del análisis (pues hay una) entrañe el borramiento, el oscurecimiento, el retroceso, incluso la ausencia de unadimensión cuyo término basta decir para percatarse de lo que nos  separa de toda laarticulación ética que nos precede: el hábito, el buen o mal hábito. Esto es algo a lo quenos referimos mucho menos en la medida en que la articulación del análisis se inscribe entérminos harto diferentes (los traumas y su persistencia). Hemos aprendido a atomizarese trauma, esa impresión, esa marca, pero la esencia misma del inconsciente de inscribeen otro registro que aquel en el que Aristóteles mismo acentúa con un juego de palabras,"costumbre"/“carácter”. Hay matices extremadamente sutiles que pueden centrarse en eltérmino de carácter. La ética en Aristóteles es una ciencia del carácter. Formación delcarácter, dinámica de los hábitos (más aun acción dirigida a los hábitos, al adiestramiento,a la educación). Deben recorrer esa obra más no sea para medir la diferencia de losmodos de pensamiento que son los nuestros con los de una de las formas más eminentesde la reflexión ética.3Para   delimitar   la   originalidad   de   la   posición   freudiana   en   materia   de   ética,   esindispensable destacar un deslizamiento, un cambio de actitud en la cuestión moral comotal. En Aristóteles, el problema es el de un bien, el de un Soberano Bien. Deberemosmedir por qué le importa acentuar el problema del placer, de la función que ocupa desdesiempre en la economía mental de la ética. Esto es algo que no podemos eludir en tantoes el punto de referencia de la teoría freudiana en lo concerniente a los dos sistemas Φ yΨ las dos instancias psíquicas que denominó procesos primario y secundario. ¿Se tratarealmente de la misma función del placer en cada una de estas elaboraciones? Es casiimposible delimitar esta diferencia si no nos percatamos de lo que ocurrió en el intervalo.No podremos evitar cierta investigación del progreso histórico. Tenemos que examinaresos términos directivos, esos términos de referencia de los que me sirvo: lo simbólico, loimaginario y lo real. Más de una vez, en la época en que hablaba de lo simbólico y de loimaginario y de su interacción recíproca, algunos entre ustedes se preguntaron qué era afin de cuentas lo real. Cosa curiosa para un pensamiento sumario que pensaría que todaexploración de la ética debe recaer sobre el dominio de lo ideal, sino de lo irreal, nosotrosiremos en camino a la inversa, en el sentido de una profundización de la noción de lo real.La cuestión ética, en la medida en que la posición de Freud nos permite progresar en ella,se articula a partir de una orientación de la ubicación del hombre en relación con lo real.Para concebirla hay que ver qué sucedió en el intervalo entre Aristóteles y Freud. Lo quesucedió   al   inicio   del   siglo   XIX,   es   la   conversión   o   la   reversión   utilitarista.   Podemosespecificar ese momento, totalmente condicionado históricamente,  por una declinaciónradical de la función del amo, la cual rige toda la reflexión aristotélica y determina superdurabilidad   a   través   de   los   tiempos.   Encontraremos   expresada   en   Hegel   ladesvalorización  extrema   de   la   posición   del  amo,  pues  hace   de   él   el   gran   chorlito,  elcornudo magnífico de la evolución histórica, pasando por las vías del vencido, es decir delesclavo y de su trabajo, la virtud del progreso. Originalmente, en su plenitud, el amo en laépoca  en   que   existe,  en   la  época  de  Aristóteles,  es  algo  muy  diferente  de   la   ficciónhegeliana, la cual no es más que su envés, el negativo, el signo de su desaparición. Pocoantes de este punto terminal, en el surco de cierta revolución que afecta las relacionesinterhumanas, surge el pensamiento utilitarista, el que está lejos de ser la pura y simplebanalidad que se supone. No se trata simplemente de un pensamiento que se hace lapregunta de cómo repartir, de cuál es la mejor repartición posible de los bienes que hayen el mercado. Hay allí toda una reflexión cuyo resorte encontré gracias a Jakobson en laindicación que me dio de lo que permitiría entrever un trabajo de Jeremy Bentham. Estepersonaje   está   lejos   de   merecer   el   descrédito,   incluso   el   ridículo,   que   cierta   críticafilosófica podría señalar en lo referente a su papel en el curso de la historia del progresoético. Su esfuerzo se desarrolló alrededor de una crítica filosófica, lingüística en sentidoestricto. Es imposible medir exactamente en otro lado el acento puesto en el curso de esta revolución sobre el término de real, que se opone en él a un término que es en inglés elde fictitious. Fictitious no quiere decir ilusorio ni, en sí mismo, engañoso. Está lejos depoder ser traducido por ficticio. Fictitious quiere decir ficticio, pero en el sentido en que yaarticulé  ante ustedes  que  toda  verdad  tiene  una estructura de  ficción.  El  esfuerzo  deBentham se instaura en la dialéctica de la relación del lenguaje con lo real para situar elbien   (el   placer   en   esta   ocasión,   al   que   articula   de   modo   totalmente   diferente   queAristóteles) del lado de lo real. En el interior de esta oposición entre la ficción y la realidadviene a ubicarse el movimiento de vuelco de la experiencia freudiana. Una vez operada laseparación de lo ficticio y de lo real, las cosas no se sitúan allí donde cabría esperarlas.En Freud, la característica del placer, como dimensión de lo que encadena al hombre, seencuentra totalmente del lado de lo ficticio. Lo ficticio no es por esencia lo engañoso, sino,hablando   estrictamente,   lo   que   llamamos   lo   simbólico.   Que   el   inconsciente   estéestructurado en función de lo simbólico, que lo que el principio del placer haga buscar alhombre sea el retorno de un signo, que lo que hay de distracción en lo que conduce alhombre sin que lo sepa en su conducta, o sea lo que le da placer porque es de algúnmodo una eufonía, que lo que el hombre busca y vuelve a encontrar, sea su huella aexpensas   de   la   pista   (es   esto   aquello   cuya   importancia   toda   hay   que   medir   en   elpensamiento freudiano, para poder también concebir cuál es entonces la función de larealidad). Freud no duda, tampoco Aristóteles, que el hombre busca la felicidad, que esees su fin. Cosa curiosa, la felicidad en casi todas las lenguas se presenta en términos deencuentro.   Salvo   en   inglés   (e   incluso   allí   está   muy   cerca).   Hay  allí   alguna   divinidadfavorable. Bonheur, buena suerte, es también para nosotros augurum, un buen presagio yun buen encuentro. Happiness, es de todos modos happen, es también un encuentro,aunque no se experimente aquí la necesidad de agregarle la partícula precedente quemarca el carácter, hablando estrictamente, feliz de la cosa. No es seguro, empero, quetodos estos términos sean sinónimos. A Freud no se le escapa que la felicidad es lo quedebe  ser  propuesto  como  término  de  toda  búsqueda,  por  ética  que  ella sea.  Pero  lodecisivo (cuya importancia no se ve suficientemente, bajo el pretexto de que se deja deescuchar   a   un   hombre   a   partir   del   momento   en   que   parece   salir   de   su   dominiopropiamente técnico), lo que yo querría leer en El malestar en la cultura, es que, para esafelicidad, nos dice Freud, absolutamente nada está preparado en el macrocosmos ni en elmicrocosmos. Este es el punto totalmente nuevo. El pensamiento de Aristóteles en loconcerniente al placer implica que el placer tiene algo que no puede ser cuestionado yque está en el polo directivo de la realización del hombre, en la medida en que si hay algodivino en el hombre es su pertenencia a la naturaleza. Deben evaluar hasta qué puntoesta noción de naturaleza es diferente de la nuestra, pues ella entraña la exclusión detodos los deseos bestiales fuera de lo que es la realización del hombre. En el intervalotuvimos una inversión completa de la perspectiva. Para Freud, todo lo que se dirige haciala   realidad   exige   no      qué   temperamento,   baja   de   tono,   de   lo   que   es   hablandoestrictamente   la   energía   del   placer.   Verdaderamente,   la   perspectiva   de   este   carácterabsolutamente cerrado nos remite al modo en que se organizan las ficciones del deseo.Allí adquieren su alcance las fórmulas del fantasma que les di y adquiere todo su pero lanoción del deseo como deseo del Otro. Un segundo factor que nos dirige, escribe Freud,mucho   más   importante   y   totalmente   descuidado   por   el   profano,   es   el   siguiente.Ciertamente, la satisfacción de un anhelo debe provocar placer, pero el soñador no tieneuna   relación   simple  y   unívoca   con   su  anhelo.   Lo   rechaza,  lo   censura,   no   lo  quiere.Volvemos a encontrar aquí la  dimensión esencial del  deseo, siempre deseo en  gradosegundo, deseo de deseo. Podemos esperar que el análisis freudiano establezca un pocode orden en aquello en lo que desembocó finalmente, estos últimos años, la investigacióncrítica, la demasiado famosa teoría de los valores, la que permite a uno de sus partidariosdecir que el valor de una cosa es su deseabilidad. Se trata de saber si ella es digna de serdeseada, si es deseable que se la desee. Entramos aquí en una especie de catálogo donde se apilan las diversas formas de veredicto que dominaron a lo largo de las épocas,y aún ahora, con su diversidad, incluso con su caos, las aspiraciones de los hombres. Laestructura constituida por la relación imaginaria como tal, por el hecho de que el hombrenarcisista entra doble en la dialéctica de la ficción, encontrará quizá su clave al final denuestra investigación de este año sobre la ética del análisis. Verán ustedes asomar lacuestión planteada por el carácter fundamental del masoquismo en la economía de losinstintos. Algo deberá permanecer abierto en lo concerniente al punto que ocupamos en laevolución de la erótica y de la cura a aportar, ya no tal o cual, sino a la cultura y a sumalestar.  Quizá   deberemos  hacer   nuestro duelo   por  toda  verdadera   innovación  en   eldominio  de  la  ética  (y  hasta cierto   punto  se   podría  decir   que  algún signo   de  ello seencuentra   en   el  hecho   de  que  ni   siquiera   fuimos   capaces,   después  de  todo  nuestroprogreso teórico, de ser el origen de una nueva perversión). Pero sería sin embargo, unsigno seguro de que hemos llegado verdaderamente al núcleo del problema sobre el temade las perversiones existentes llegar a profundizar el papel económico del masoquismo.

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