LACAN SEMINARIO 4: LA
RELACIÓN DE OBJETO
Capítulo XII:
del complejo de Edipo Algo
interviene desde fuera en cada etapa del “desarrollo”, que reordena
retroactivamente lo que se había esbozado en la etapa anterior el niño no está solo; no está solo ni en suentorno
biológico ni en el medio legal, es decir, el orden simbólico. Son las
particularidades del orden simbólico las que, por ejemplo, dan el predominio a
eseelemento de lo imaginario llamado falo.El final de la fase preedípica y el
comienzo del Edipo se trata de que el niño asuma el falocomo significante, de
forma que haga
de él instrumento
del orden simbólico
de losintercambios; se trata de
que se enfrente al orden que hará de la función del padre la clavedel drama.El
niño está en posición de “señuelo” en la que se ejercita respecto de la madre.
El señueloen cuestión es muy manifiesto en las acciones e incluso las
actividades que observamos enel niño pequeño, por ejemplo, sus actividades de
seducción destinadas a la madre. Cuandose exhibe, se muestra a sí mismo y por
sí mismo a la madre, que existe como un tercero. Aesto se añade lo que surge
detrás de la madre (el personaje del padre), esbozándose ya todauna trinidad
(incluso cuaternidad) intersubjetiva.El Edipo se trata de que el sujeto se
encuentre él mismo capturado en esa trampa de formaque se comprometa en el
orden existente.La teoría analítica asigna al Edipo una función
normativizadora; no basta con que conduzcaal sujeto a una elección objetal,
sino que además la elección debe ser heterosexual. Pero nobasta con que el
sujeto alcance la heterosexualidad tras el Edipo, sino que el sujeto ha
desituarse correctamente con respecto a la función del padre. Éste es el centro
de toda laproblemática del Edipo.La niña ha situado el falo en mayor o menor
medida, o se ha acercado a él, en el imaginariodonde está inmersa, en el más
allá de la madre, mediante el descubrimiento progresivo quehace de la profunda
insatisfacción experimentada por la madre en la relación madre-hijo.La cuestión
es entonces en su caso el deslizamiento de este falo de lo imaginario a lo
real(“nostalgia del falo originario” empieza a producirse en la pequeña a
nivel imaginario, ynos dice que el hijo será el sustituto del falo)Por un lado
tenemos lo imaginario, es decir, el deseo del falo en la madre, y por otro
ladotenemos al niño, el cual deberá descubrir este más allá, la falta en el
objeto materno. Este esuno de los resultados posibles. En el fantasma de la
niña, ésta encuentra el pene real allí donde está, más allá, en aquél quepuede
darle un hijo, o sea (dice Freud) en el padre (“el don del padre”). El falo
sólo tendráque deslizarse de lo imaginario a lo real por una especie de
equivalencia. Puede haber“anomalías” posibles en el desarrollo de la sexualidad
femenina, pero ahora ya hay fijaciónal padre como portador del pene real, como
capaz de dar realmente el hijo (Lacan dice queel Edipo es esencialmente
androcéntrico o patrocéntrico, una disimetría que reclama todaclase de
consideraciones cuasi históricas
que expliquen este
predominio en el
planosociológico, etnográfico; dice que el descubrimiento freudiano
muestra a la mujer en unaposición subordinada). El padre es para ella de
entrada objeto de su amor. Este objeto deamor se convierte luego en dador del
objeto de satisfacción. Sólo hay que esperar para queel padre sea sustituido por
alguien que desempeñará exactamente el mismo papel, el papelde un padre,
dándole efectivamente un hijo. Esto tiene implicancias en el desarrollo
delsuperyó femenino. En la mujer se da una especie de contrapeso entre la
renuncia al falo y elpredominio de la
relación narcisista; Lacan
dice que “es
el ser más
intolerante a lafrustración”.La simple reducción de la
situación a la identificación del objeto de amor y el objeto queproporciona la
satisfacción explica el aspecto
especialmente fijo, incluso
precozmentedetenido, del desarrollo de la mujer con respecto al desarrollo que
puede calificarse normal(Lacan nuevamente acusa a Freud de misógino)En el caso
del chico, la función del Edipo parece destinada a permitir la identificación
delsujeto con su propio sexo, que se produce en la relación ideal, imaginaria,
con el padre.Pero no es ésta la verdadera meta del Edipo, sino la situación
adecuada del sujeto conrespecto a la función del padre, es decir, que él mismo
acceda un día a esa posición tanproblemática y paradójica de ser un padre. Este
acceso presenta un montón de dificultades.Toda la interrogación freudiana se resume a esto:
¿Qué es ser
un padre? Este
es unproblema para todo neurótico
y no neurótico durante su experiencia infantil; es una formade abordar el
problema del significante del padre (no olvidar que se trata de que los
sujetosacaben convirtiéndose a su vez en padres).*Caso de Juanito: la angustia
de Juanito; objeto fetiche y objeto fóbico.Juanito se plantea preguntas acerca
de su propio “hacepipí” y también de los hacepipí delos animales, especialmente
de los que son más grandes que él. Le plantea estas preguntas ala madre,
preguntando si ella tiene uno, a lo que la madre responde afirmativamente
(concierta imprudencia, dice Lacan). Juanito da muestras de haber estado
cavilando un montónde cosas al respecto. Luego le pregunta al padre, se alegra
de haber visto el hacepipí delleón (no del todo por casualidad). Juanito
observa que si su madre tiene un hacepipí, estetendría que verse; dice que si
lo tuviera, tendría que ser tan grande como el de un caballo.Podemos hablar de
una comparación o perecuación. En la perspectiva falicista imaginaria,se trata
en efecto de un esfuerzo de perecuación entre una especie de objeto absoluto, el
falo, y su puesta a prueba por lo real. No se trata de un todo o nada. Hasta
ahora el falo noestaba nunca donde uno lo buscaba, nunca estaba donde uno lo
encuentra. Ahora se trata desaber donde está verdaderamente. Hasta ahora el
niño era el que simulaba, o jugaba asimular. Ahora se trata de toda la
distancia a franquear entre el que simula y el que sabe queexiste una
potencia.Lo que se desarrolla en el acto de comparación no nos hace salir del
plano imaginario. Eljuego prosigue en el plano del señuelo. El niño se limita a
añadir a esta dimensión elmodelo materno, una imagen mayor, pero que sigue
siendo homogénea en lo esencial. Laintroducción, perfectamente concebible, de
la imagen materna bajo la forma ideal del yo,nos deja en la dialéctica
imaginaria, especular, de la relación del sujeto con el otro. Susanción no
elimina el vínculo con la primera dialéctica simbólica: la de la presencia o la
dela ausencia. No se sale del juego del señuelo. Conviene separar bien la
angustia de la fobia. Una viene después de la otra, en auxilio de laprimera; el
objeto fóbico viene a cumplir su función sobre el fondo de la angustia. Pero
enel plano imaginario, nada permite concebir el salto que puede sacar al niño
de su juegotramposo con la madre. La rivalidad casi fraterna con el padre
corresponde al esquemaprimero de la entrada en el complejo de Edipo; la
agresividad entra en juego en la relaciónespecular, cuyo mecanismo fundamental
es siempre o yo o el otro. Por otra parte, la fijaciónde la madre, convertida en objeto real tras las
primeras frustraciones, sigue igual.
Elcomplejo de Edipo rebosa de consecuencias neurotizantes en razón de
esta etapa, o másexactamente de la vivencia central de este complejo en el
plano imaginario. Por el vínculopermanente del sujeto con aquel primitivo
objeto real que es la madre como frustrante, todoobjeto femenino será para él
tan solo un objeto desvalorizado, un sustituto, una formaquebrada, refractada,
siempre parcial, con respecto al objeto materno. Freud dice que elhecho de que
la hostilidad contra el padre pase a un segundo plano puede relacionarse conuna
represión; sin embargo, aquí la noción de represión se aplica siempre a una
articulaciónparticular de la historia, y no una relación permanente. En el
declive del complejo de Edipohay crisis, hay resolución; deja un resultado, que
es la formación de algo particular, datadoen el inconsciente, a saber, el
superyó.El niño ofrece
a la madre
el objeto imaginario
del falo, para
satisfacerlacompletamente, y a modo de señuelo. Ahora bien, el
exhibicionismo del niño frente a lamadre sólo puede tener sentido si hacemos
intervenir junto a la madre al Otro, de algunaforma el testimonio, el que ve el
conjunto de la situación. Para que exista el Edipo, es enese Otro donde debe
producirse la presencia de un término que hasta entonces no habíaintervenido.
Eso característico de la madre simbólica, da paso ahora a la noción de que enel
Otro hay alguien capaz de responder en cualquier circunstancia, y su respuesta es
que entodo caso el falo, el verdadero, el pene real, es él quien lo tiene. Se
introduce en el ordensimbólico como un elemento real, inverso respecto de la
primera posición de la madre,simbolizada en lo real por su presencia y su
ausencia. Hasta ahora, el objeto estaba y no estaba a la vez. Éste era el punto
de partida del sujeto conrespecto a todo objeto. Pero desde este momento
decisivo, el objeto no es ya el objetoimaginario con el que el sujeto puede
hacer trampa. Si la castración juega este papelesencial para toda continuación
del desarrollo, es porque es necesaria para la asunción delfalo materno como
objeto simbólico. Sólo partiendo del hecho de que, en la experienciaedípica
esencial, es privado del objeto por quien lo tiene y sabe que lo tiene, el niño
puedeconcebir que ese mismo objeto simbólico le será dado algún día. En otros
términos, laasunción del propio signo viril, de la heterosexualidad masculina,
implica como punto departida la castración. Precisamente porque el macho, a la
inversa de la posición femenina,posee perfectamente un apéndice natural, porque
detenta el pene como una pertenencia, hade venirle de otro en esta relación
con lo que es real en lo
simbólico; aquel que esverdaderamente el padre. Y por eso nadie puede
decir qué significa en verdad ser padre,salvo que es algo que de entrada forma
parte del juego. Sólo el juego jugado con el padre,el juego de gana el que
pierde, le permite al niño conquistar la vía por la que se registra enél la
primera inscripción de la ley.El sujeto sólo puede entrar en el orden de la ley
si, por un instante al menos, ha tenidofrente a él a un partener real, alguien
que en el Otro haya aportado efectivamente algo queno sea simplemente llamada y
vuelta a llamar (par presencia y ausencia), sino alguien quele responde.El
padre simbólico es impensable, no está en ninguna parte. Para que subsista
algún padre,el verdadero padre, el único padre, el padre único, ha de haber
estado antes de la historia yha de ser el padre muerto. Más aún, ha de ser el
padre asesinado. Para, al final y al cabo,prohibirse a ellos mismos lo que se
trataba de arrebatarle. Lo mataron sólo para demostrarque era
imposible matarlo, para
la eternización de
un solo padre
en el origen,
paraconservarlo.Este padre mítico no interviene en ningún momento de la
dialéctica, salvo por mediacióndel padre real, el cual en un momento cualquiera
vendrá a desempeñar su papel y sufunción, permitiendo verificar la relación
imaginaria y dándole su nueva dimensión.El fin del complejo de Edipo es
correlativo de la instauración de la ley como reprimida enel inconsciente, pero
permanente. Solo así hay algo que responde en lo simbólico. La ley noes
simplemente aquello en lo que está incluida e implicada la comunidad de los
hombres, sebasa también en lo real, bajo la forma de ese núcleo que queda tras
el complejo de Edipo,núcleo llamado superyó.Este superyó tiránico,
profundamente paradójico y contingente, representa por sí solo,incluso en los no neuróticos, el
significante que marca, imprime, estampa en el hombre elsello de su relación
con el significante. Hay en el hombre un significante que señala surelación con
el significante, y eso se llama superyó. Incluso hay muchos más, y eso sellama
los síntomas. En relación al caso de Juanito, toda la secuencia del juego se
desarrolla en la trampa de larelación de Juanito con su madre, que acaba siendo
insoportable, angustiosa, intolerable, sinsalida.La perspectiva que aporta
Lacan permite situar, en el plano correspondiente
y en susrelaciones recíprocas, el juego imaginario del ideal del yo con
respecto a la intervenciónsancionadora
de la castración,
gracias a la
cual los elementos
imaginarios adquierenestabilidad
en lo simbólico, donde se fija su constelación.Si sabemos distinguir el orden
de la ley de las armonías imaginarias, incluso de la propiaposición de la
relación amorosa, y si es cierto que la castración es la crisis esencial por
laque todo sujeto se introduce, se habilita para edipizarse de pleno derecho,
concluiremos quees perfectamente natural plantear la fórmula según la cual toda
mujer que no esté permitidaestá
prohibida por la
ley. Una repercusión
clara, eco de
esta fórmula, es
que todomatrimonio (no sólo en
los neuróticos), lleva con él la castración. La civilización en la quevivimos
ha puesto al matrimonio en el lugar más destacado como fruto simbólico
delconsentimiento mutuo, es decir, que ha llevado tan lejos la libertad de las
uniones, quesiempre está bordeando el incesto.Insistiendo un
poco en la
propia función de
las leyes primitivas
de la alianza
y elparentesco, podemos
darnos cuenta de
que toda conjunción,
sea cual sea,
inclusoinstantánea, de la elección individual en el interior de la ley,
participa del incesto.Esto nos permite afirmar que si el ideal de la conjunción
conyugal es monogámico en lamujer por las razones antes mencionadas, o sea que
quiere el falo para ella sola, no ha desorprendernos que el esquema de partida
de la relación del niño con la madre tiendasiempre a reproducirse por parte del
hombre. Y dado que la unión típica, normativa, legal,está siempre marcada por
la castración, tiende a reproducir en él la división (el split) que lehace
fundamentalmente bígamo. Más allá de lo que el padre real autoriza en lo que
serefiere a la fijación de su elección, más allá de esa elección es donde se
encuentra aquello alo que siempre se aspira en el amor, a saber, no el objeto
legal, ni el objeto de satisfacción,sino el ser/el objeto aprehendido en lo que
le falta.Ya en la relación imaginaria primitiva, en la que el niño se introduce
desde entonces y enadelante en aquel más allá de su madre, el sujeto ve, palpa,
experimenta, que el ser humanoes un ser privado y un ser desamparado. La propia
estructura que nos impone la distinciónentre la experiencia imaginaria y la
experiencia simbólica que la normativiza, pero sólo pormediación de la ley,
implica que hay muchas cosas que en ningún caso nos permiten hablarde la vida
amorosa como si correspondiera simplemente al registro de la relación de
objeto,ni siquiera la más ideal, la más motivada por las más profundas
afinidades. Esta estructuradeja abierta en lo más profundo de toda vida amorosa
una problemática.
Capítulo XIII: del complejo
de castración La castración es el signo del drama del Edipo; este temor, o esta
amenaza, o esta instancia,o ese momento dramático, tiene una incidencia
psíquica en el sujeto. Lacan hace surgir lacastración de debajo de la
frustración y el juego fálico imaginario con la madre, esquema enel cual
interviene el personaje del padre.Ernest Jones introdujo el término de
afanisis, que en griego significa desaparición. Segúnsu perspectiva, el
temor de la
castración no puede
depender del accidente,
de lacontingencia de las
amenazas (“vendrá alguien a cortarte eso”). Lo que llama la atenciónde los
distintos autores es la dificultad que supone integrar en su forma positiva el
propiomanejo de la castración, claramente como una amenaza referida al pene, al
falo. La afanisis es la desaparición del deseo; es la que sustituye a la
castración, es el temor porparte del sujeto de ver extinguirse en él el deseo.
El sujeto no sólo está en posición detomar, con respecto a sus primeras
relaciones con los objetos, la distancia que le da unafrustración propiamente
articulada, sino también
vincular con esta
frustración laaprehensión de un
agotamiento del deseo. Jones articuló toda su génesis del Super-ego (laformación
a la que conduce normalmente el complejo de Edipo) alrededor de la noción
deprivación, por cuanto ésta suscita el temor a la afanisis. La privación de la
que habla Lacan es un término para situar con respecto a la noción
decastración. No es posible articular nada sobre la incidencia de la castración
sin aislar lanoción de privación como lo que Lacan ha llamado un agujero real.
Se trata especialmentedel hecho de que la mujer no tiene pene, está privada de
él. La asunción de este hecho tieneuna incidencia constante en la evolución de
los casos. La castración toma como base laaprehensión en lo real de la ausencia
de pene en la mujer. En la mayor parte de los casoséste es el punto crucial, es
para el macho la base en la que se apoya (de forma angustiante)la noción de la
privación; hay en efecto una parte de los seres en la humanidad que
están“castrados”. Pero están castrados en la subjetividad del sujeto; en lo
real, están privados. Lanoción de privación implica la simbolización del objeto
en lo real, ya que en lo real, nadaestá
privado de nada;
todo lo real
se basta a
sí mismo, es
pleno por definición.
Siintroducimos en lo
real la noción
de privación, es
porque ya lo
hemos simbolizadosuficientemente.
Indicar que algo no está, es suponer posible su presencia, o sea introduciren
lo real el simple orden simbólico. El objeto en cuestión en este caso es el
pene. En el momento y al nivel en el que hablamosde privación, es un objeto que
se nos presenta en el estado simbólico. En cuanto a lacastración, en la medida
en que resulta eficaz, en la medida en que se experimenta y estápresente en
la génesis de
una neurosis, se
refiere a un
objeto imaginario. Ningunacastración de
las que están
en juego en
la incidencia de
una neurosis es
jamás unacastración real. Sólo
entra en juego operando en el sujeto bajo la forma de una acción En la relación
originaria del sujeto con la madre, en la etapa calificada preedípica, se
puedecaptar la necesidad del fenómeno de castración, que se apodera de aquel
objeto imaginariocomo de su instrumento, simboliza una deuda o un castigo
simbólico y se inscribe en lacadena simbólica. Detrás de la madre simbólica
está el padre simbólico. Por su parte, el padre simbólico esuna necesidad de la
construcción simbólica, que sólo podemos situar en un más allá, casi sediría
como trascendente, que sólo se alcanza mediante una construcción mítica. El
padresimbólico, a fin de cuentas, no está representado en ninguna parte, es el
significante del quenunca se puede hablar sin tener presente al mismo tiempo su
necesidad y su carácter.En cuanto al padre imaginario, es con él con quien
siempre nos encontramos. A él se refieremuy a menudo toda la dialéctica, la de
la agresividad, la de la identificación, la de laidealización por la que el
sujeto accede a la identificación con el padre. Todo esto seproduce al nivel
del padre imaginario. Es el padre terrorífico que reconocemos en el fondode
tantas experiencias neuróticas, y no tiene en absoluto, obligatoriamente,
relación algunacon el padre real del niño. Vemos intervenir frecuentemente en
los fantasmas del niño a unafigura del padre (también de la madre) que sólo
tiene una relación extremadamente lejanacon lo que ha estado efectivamente
presente en el padre real del niño, únicamente estávinculada con
la función desempeñada
por el padre
imaginario en un
momento deldesarrollo.El padre
real es algo que el niño muy difícilmente ha captado, debido a la interposición
delos fantasmas y la necesidad de la relación simbólica. Todos tenemos
dificultades paracaptar lo más real de todo lo que nos rodea, es decir, los
seres humanos tales como son.Toda la dificultad, tanto del desarrollo psíquico
como de la vida cotidiana, consiste en sabercon quién estamos tratando
realmente. Lo mismo ocurre con ese personaje del padre quegeneralmente puede
considerarse como un
elemento constante del
entorno del niño.Contrariamente a la función normativa
que se le pretende otorgar en el drama del Edipo, esal padre real a quien le
conferimos la función destacada en el complejo de castración. En lacastración
no se trata de fantasmatizarlo todo, como se hizo con las escenas de
seducciónprimitiva; la castración siempre está vinculada con la incidencia, con
la intervención, delpadre real. También puede estar profundamente marcada o
desequilibrada por la ausenciadel padre real. Esta atipia, cuando se da, exige
la sustitución del padre real por alguna otracosa, lo que es profundamente
neurotizante. Retomando el caso de Juanito, podemos decir que éste, a partir de
los cuatro años y medio,hace lo que se llama una fobia, es decir, una neurosis.
Su padre (discípulo de Freud), es “unbuen tipo”, “lo mejor que puede haber como
padre real”, le inspira a Juanito los mejoressentimientos. Por otra parte, no
puede decirse que Juanito esté frustrado de algo; cuenta conlas atenciones de
su padre, es objeto de los más tiernos cuidados por parte de su madre,
tantiernos que incluso todo se lo permiten (por ejemplo, admite a Juanito cada
mañana en el lecho conyugal, incluso contra las expresas reservas del padre y
esposo). Se puede decirque el padre está fuera de juego en la situación, pues
diga lo que diga él, las cosas siguen sucurso decididamente, mientras la madre
no tiene en cuenta las observaciones sugeridas porel personaje del padre.
Juanito no está frustrado de nada, no está privado de nada, es “lamar de
feliz”. De todos modos, vemos que su madre ha llegado a prohibirle la
masturbacióny ha pronunciado las palabras fatales. Pero en este caso no tenemos
la impresión de que setrate de algo
decisivo con respecto
a la aparición
de la fobia;
el niño continúamasturbándose. El niño escucha la
amenaza de forma casi conveniente; a posteriori esto leservirá como material
para construir lo que necesita, es decir, el complejo de castración.Pero por
ahora no se trata de la castración, sino de la fobia, la cual no podemos
relacionarladirectamente con la prohibición de la masturbación. Por supuesto,
luego lo integrará en elconflicto, que se manifestará en el momento de su
fobia, pero no parece en absoluto que setrate de una incidencia traumatizante
capaz de explicar su surgimiento. Para abordar el problema de la aparición de
la fobia, primero hay que recordar la situaciónfundamental que prevalece en lo
referente al falo en la relación preedípica del niño con lamadre. La madre
es aquí objeto de amor, objeto
deseado en cuanto su presencia. Lareacción,
la sensibilidad del
niño ante la
presencia de la
madre, se manifiesta
muyprecozmente en su comportamiento. Esta presencia se articula con el
par presencia-ausenciaque será el punto de partida.La madre existe como objeto
simbólico y como objeto de amor. La madre es de entradamadre simbólica y sólo
tras la crisis de la frustración empieza a realizarse, debido a ciertonúmero de
choques y particularidades surgidas en las relaciones entre la madre y el
niño.La madre objeto de amor puede ser en cualquier momento la madre real en la
medida enque frustra ese amor.La
relación del niño
con la madre
(relación de amor)
abre la puerta
a la “relaciónindiferenciada primordial”. En la
primera etapa concreta de relación de amor, fondo sobreel cual tiene o no lugar
la satisfacción del niño, se trata de que el niño se incluya a sí mismoen la
relación como objeto de amor de la madre. Se trata de que se entere de esto, de
queaporta placer a la madre. Ésta es una de las experiencias fundamentales del
niño, saber si supresencia gobierna, por poco que sea, la de la presencia que
necesita, si él mismo aporta laluz que hace que dicha presencia esté ahí para
envolverle, si él le aporta una satisfacción deamor. Es suma, ser amado es
fundamental para el niño. Sobre ese fondo se ejerce todo loque se desarrolla
entre la madre y él. En la experiencia del niño, se articula poco a pocoalgo
que le indica que en presencia de la madre, aun si está por él, no está solo.
Alrededorde este punto se articulará toda la dialéctica del progreso de la
relación madre-hijo.Una de las experiencias más comunes es que, para empezar,
no está solo porque hay otrosniños. Pero hay otro juego que es radical,
constante e independiente de las contingencias dela historia, es decir, de la
presencia o ausencia del otro niño. Es el hecho de que, en grados distintos en
cada sujeto, la madre conserva el penisneid; esto debemos considerarlo comouno
de los datos fundamentales de la experiencia analítica y como un término de
referenciaconstante en la relación de la madre con el hijo. La experiencia
demuestra que no hayforma de articular de otro modo las perversiones, pues no
se pueden explicar íntegramentepor la etapa preedípica, aunque de todos modos
requieren esa experiencia. En la relacióncon la madre, el niño siente el falo
como centro de su deseo, el de ella. Y él mismo se sitúaentonces en distintas
posiciones por las cuales se ve llevado a mantener este deseo de lamadre; el
niño se presenta a la madre como si él mismo le ofreciera el falo, en
posiciones ygrados diversos. Puede identificarse con la madre, identificarse
con el falo, identificarsecon la madre como portadora del falo, o presentarse
como portador de falo. Hay aquí unalto grado de generalización de la relación
imaginaria que Lacan llama tramposa, mediantela cual el niño le asegura a la
madre que puede colmarla, no sólo como niño, sino tambiénen cuanto al deseo y
en cuanto a lo que le falta. Esta situación es estructurante, pues sólo entorno
a ella puede articularse la relación
del fetichista con su objeto o los casos detravestismo, dejando aparte
aquí a la homosexualidad, relacionada con la necesidad delobjeto, del pene
real, en el otro.*Caso JuanitoAl comienzo vemos al niño totalmente comprometido
en una relación en la que el falojuega un papel evidente. Las notas del padre
informan que Juanito está fantaseando el faloconstantemente, preguntándole a su
madre sobre la presencia de falo en ella, luego en elpadre, luego en los
animales. Sólo se habla del falo; es verdaderamente el eje, el objetocentral de
la organización de su mundo. Lo que cambia, es que su pene, el suyo, empieza
aconvertirse en algo muy real. Su pene empieza a moverse y el niño empieza a
masturbarse.El elemento importante no es tanto que la madre intervenga en este
momento, sino que elpene se ha
convertido en real.
Éste es el
dato bruto de
la observación. Podemospreguntarnos si hay una relación
entre este hecho y la angustia que surge en ese momento. Lacan dice que la angustia
surge en cada ocasión cuando el sujeto se encuentra, aunque seade forma
insensible, despegado de su existencia, cuando se ve a sí mismo a punto de
quedarcapturado de nuevo en algo la imagen del otro. La angustia es correlativa
del momento desuspensión del sujeto, en un tiempo en el que ya no sabe dónde
está, hacia un tiempo en elque va a ser algo en lo que ya nunca podrá
reconocerse. Es esto, la angustia.En cuanto a Juanito, se introduce aquí algo
que se menea, el pene real, y el niño empieza aver como una trampa lo que
durante tanto tiempo para él había sido el paraíso, la felicidad,o sea, aquel
juego en el que se es lo que no se es, se es para la madre todo lo que la
madrequiere. Todo esto depende, a fin de cuentas, de lo que el niño es
realmente para la madre. Hasta aquí el niño se encontraba en el paraíso del
señuelo. El niño trataba de deslizarse, deintegrarse en lo que es para el amor
de la madre. Pero en cuanto interviene su pulsión, supene real, se evidencia el
“despegue”, el niño cae en su propia trampa, engañado por su propio juego,
víctima de todas las discordancias, confrontado con la inmensa hiancia quehay
entre cumplir con una imagen y tener algo real que ofrecer. El niño fracasa en
sustentativas de seducción por tal o cual razón, o por ejemplo, es rechazado
por la madre; perolo que juega el papel decisivo es que eso que él puede
ofrecer se le antoja como algomiserable. El niño se encuentra entonces frente a
esa brecha, queda prisionero, se convierteen
el blanco, en
el elemento pasivizado
de un juego
que le deja
a merced de
lassignificaciones del Otro. He aquí el dilema.Precisamente en este
punto se entronca el origen de la paranoia. En cuanto el juego seconvierte en serio,
sin dejar de ser un
juego tramposo, el niño
queda completamentependiente de las indicaciones de su partener. Todas
las manifestaciones del partener seconvierten para él en sanciones de su
suficiencia o de su insuficiencia. En la medida en quela situación prosigue, es
decir, que no interviene el término del padre simbólico, el niño seencuentra en
una particularísima situación, a merced de la mirada del Otro, de su ojo.
Parael que no es paranoico, la situación literalmente no tiene salida, salvo la
salida llamada elcomplejo de castración. El complejo de castración traslada al
plano puramente imaginario todo lo que está en juegoen relación con el falo.
Precisamente por este motivo conviene que el pene real quede almargen. La
intervención del padre introduce aquí el orden simbólico con sus defensas,
elreino de la ley, o sea que el asunto ya no está en manos del niño y, al mismo
tiempo, serevuelve en otra parte. Con el padre no hay forma de ganar, salvo que
se acepte tal cual esel reparto de papeles. El orden simbólico interviene
precisamente en el plano imaginario.La castración afecta al falo imaginario
pero de algún modo fuera de la pareja real.Pero en el caso de Juanito, no se
produce nada parecido. Él está metido en el punto deencuentro entre la pulsión
real y el juego imaginario del señuelo, y esto en relación con sumadre. Se
produce una regresión; la regresión se produce cuando ya no alcanza a dar lo
quehay que dar, y su insuficiencia le produce el más profundo desasosiego. Se
produce elmismo cortocircuito con el que se satisface la frustración primitiva,
que lleva al niño aapoderarse del seno para dar por cerrada la hiancia abierta
frente él, la de ser devorado porla madre. Éste es el primer aspecto que
adquiere la fobia (como se ve en el caso de Juanito);todo caballo objeto de
fobia es sin duda un caballo que muerde. El tema de la devoraciónsiempre puede encontrarse por algún lado en la
estructura de la fobia. Pero esto quemuerde, eso que devora, no es cualquier
cosa; los objetos de la fobia, que son en particularanimales, se distinguen de
entrada por ser objetos pertenecientes en su esencia al ordensimbólico (el
león, por ejemplo, el lobo, la jirafa). Estos objetos tienen una función
muyespecial: la de suplir al significante del padre simbólico. En la etapa
inicial, vemos a Juanito dar rienda
suelta a toda clase de imaginaciones,extraordinariamente noveladas,
sobre sus relaciones
con los niños
que adopta comopropios. Es un tema de lo imaginario en
el que se muestra muy a sus anchas. Es que así prolonga el juego tramposo con
la madre. Y si está a sus anchas, es porque él mismo seinscribe en este juego
en una posición que mezcla la identificación con la madre (pues setrata de
adoptar niños) con
todas las formas
de relación amorosa,
cómodamentedesarrolladas en el plano de la ficción. Este episodio
contrasta con lo que ocurre tras lasintervenciones del padre; presionado por el
interrogatorio analítico de su padre, más omenos dirigido, Juanito se entrega a
una especia de novela fantástica en la que reconstruyela presencia de su
hermanita, años antes de que naciera, en una caja, en el coche, encima delos
caballos. En suma, pone de manifiesto la gran coherencia entre lo que Lacan
llama “laorgía imaginaria” durante el análisis y la intervención del padre real.Si
la fobia termina en una “cura satisfactoria” es porque intervino el padre real,
que tanpoco había intervenido
hasta entonces. Pero
cuando interviene, todo
lo que tendía
acristalizarse en el plano de una especie de real prematuro se relanza
en un imaginarioradical; se trata de un imaginario que interviene para
reorganizar el mundo simbólico.Para Lacan una cosa es clara: la curación llega
cuando se expresa con mayor claridad, enforma de una historia articulada, la
castración propiamente dicha. Podemos concluir que lasolución de
la fobia está
vinculada con la
constelación tríada
orgía imaginaria,intervención
del padre real, castración simbólica. El
alumbramiento de la
castración pone término a la
fobia y además muestra, no su finalidad,
sino qué es lo que suple.
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