lunes, 13 de marzo de 2023

El goce Otro y la feminidad en el psicoanálisis lacaniano

 

Que la feminidad ha sido siempre un enigma para los psicoanalistas lo demuestra la pregunta que se hace el propio Freud un poco a la desesperada cuando en una conversación con la psicoanalista francesa Marie Bonaparte exclama "Que quiere la mujer?"9. El contraste entre la capacidad para pensar la sexualidad masculina con el concepto de libido y la dificultad para acercarse a la sexualidad femenina es aún más llamativo si se tiene en cuenta que el número de psicoanalistas mujeres es considerable y pese a ello no se ha conseguido deshacer el enigma que supone siempre la pregunta acerca de qué quiere una mujer. Freud proponía tímidamente que lo femenino era lo pasivo y lo masculino, lo activo y que ambos polos se complementaban. Su forma de formular esta cuestión es que el hombre tiene miedo a la castración y la mujer padece envidia del pene. Hacia finales de los 70 Lacan propone una distinción entre de dos tipos de goce que vendría a modificar sustancialmente esta teoría. En el lugar de una complementariedad, simultaneidad o unión perfecta entre los sexos habla de una "[...] heterogeneidad radical entre el goce masculino y el goce femenino." (LACAN, 1966/1967, p. 62). De ahí la famosa consigna lacaniana "No hay relación/proporción [rapport] sexual"10.

 

Al contrario de lo que piensa, por ejemplo, la biología, que parte del acoplamiento perfecto entre el macho y la hembra, a nivel de los goces lo que hay es más bien un obstáculo a la relación: en el orden del goce no hay entendimiento, sino que debido al goce el sujeto tiene más bien un carácter autoerótico. Cada sujeto goza siempre a su manera, desde su posición, en un lugar diferente, y nunca puede llegar a gozar del cuerpo del otro, sino que el otro le interesa siempre por cuanto hace vibrar algo de su propio cuerpo. Lo que impera entonces entre los partenaires, sean del sexo que sean, es el malentendido.

 

Ahora bien, en el seminario XVI De un Otro al otro (1968-1969), Lacan introduce una distinción entre dos tipos de goce y dos posiciones determinadas por su relación con estos goces. De entrada cabe anotar que el título del seminario se refiere al desplazamiento desde una teoría que partía del lenguaje en su conjunto (el Otro con mayúsculas) a otra teoría que aborda al sujeto desde su objeto pequeño a, desde aquel objeto que situado sobre su cuerpo lo hace gozar (la mirada, el objeto anal, el objeto oral y la voz). El primero de estos goces es el goce más propiamente masculino y se conoce como goce fálico. No se trata evidentemente de que el hombre pretenda solucionarlo todo con su pene, porque el concepto de falo de Lacan no se refiere al órgano, sino que pertenece primordial, aunque no exclusivamente, al registro que él define como simbólico, al campo de la palabra pensada como un significante. El falo es el significante de una cierta falta en torno a la que se ordena el discurso del sujeto. La propuesta de Lacan es que el hombre pretende solucionarlo todo no con su pene, sino a través del sentido. En realidad el goce fálico no es goce o en todo caso es un goce sui géneris, porque se trata de un goce que ocurre o tiene lugar por fuera del cuerpo. Consiste más bien en el hecho de considerar que todo puede ser comprendido y explicado, que después de una explicación no queda ningún resto. Por extraño que suene, para Lacan el sexo se hace sobre todo con palabras y es una cuestión que se juega a nivel de lo que se puede contar, narrar. No digamos ya el amor. Así que el goce fálico es el goce sexual.

 

Lo que sucede es que Lacan propone que la mujer no está por entero en el goce fálico, sino que ella tiene acceso a un goce Otro. El goce propiamente dicho, goce del cuerpo, está propiamente en otro lado. Si el goce fálico es pensado como un goce que se puede alcanzar con esfuerzo, el goce Otro es algo en lo que la posición femenina ya está ahí de entrada. Es necesario insistir en que no trata del goce que corresponde en el nivel fálico a la mujer, análogo al goce fálico masculino, sino que este goce "[...] subsiste siempre en ella, distinto y paralelo del que obtiene por ser la mujer del hombre, aquel que se satisface del goce del hombre." (LACAN, 1968/1969, p. 386).

 

Por una parte, la mujer necesita gozar del hombre mediante el goce fálico y es así como entra en el juego de lo fálico. La diferencia con respecto a la posición masculina es que tiene una conciencia clara de la existencia de la castración, de la imposibilidad de obtener el todo, de que el lenguaje siempre deja algo más allá. La mujer tiene un goce que "[...] se basta perfectamente a sí mismo" (LACAN, 1968/1969, p. 359) y que está fuera de toda relación o intercambio con el goce masculino.

 

Los ejemplos, aunque siempre perentorios, se hacen necesarios. No se trata, por ejemplo, de que el goce fálico sea el goce de la partida de cartas y el fútbol retransmitido por la televisión y de que el goce Otro sea el goce de la cháchara o el cuidado de la propia imagen. Estos goces estarían ambos en el plano de lo fálico. El goce Otro está, nunca mejor dicho, radicalmente en otro lado.

 

El goce fálico y el goce Otro obedecen a dos lógicas diferentes. El goce fálico se mueve en una lógica de lo universal, de lo igual para todos, mientras que la lógica que corresponde al goce Otro es una lógico del no-todo, una lógica que tiene en cuenta que más allá del lenguaje hay algo Otro, un goce Otro que está como a la deriva y que se aparece como un suplemento independiente del goce fálico. La posición femenina se caracteriza por estar en el goce fálico y además en este goce Otro. Se trata de un goce que Lacan ilustra con el éxtasis místico, bien sea la escultura de Santa Teresa esculpida por Bernini, de hecho esta es la imagen que aparece en la edición francesa en la portada del seminario XX, bien sea con el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. El místico en contacto con lo divino sufre y disfruta al mismo tiempo sin límite. Es un goce que se siente en el cuerpo pero del que no se puede decir nada, un goce que resulta un enigma incluso para aquel o aquella que lo siente.

 

La mujer está en la lógica fálica y así hace las veces de mujer del hombre, se presta a ser objeto del deseo del hombre, se presta a jugar el papel de objeto en el fantasma masculino, pero ella es no toda en este goce y tiene relación con un goce que no depende en absoluto de este. Más allá de todo aquello que puede ser dicho, hay algo que ek-siste, algo que no necesita del registro simbólico para subsistir, sino que está fuera de este.

 

Si la lógica que rige la posición masculina pretende agotarlo todo fálicamente, es decir, a través del sentido, la lógica que rige una parte de la posición femenina opera sobre la base de algo que se escapa necesariamente a la palabra, que queda más allá. Estas consideraciones tan teóricas pueden ser aplicadas a la práctica si se piensa como en muchas relaciones de pareja son presentes el reproche y la insistencia masculinos acerca del "qué te pasa" o "por qué no me dices que te sucede", en el fondo ignorantes de que hay algo que es imposible decir. El varón quiere acceder a aquello a lo que él no tiene ningún acceso, quiere que la mujer diga algo que no puede decir, porque es imposible que la mujer diga algo de sí misma si esto está para ella misma oculto. Lacan formulará este enigma de lo femenino de muchas formas diferentes: por ejemplo, que la mujer no se puede escribir, que no existe La mujer con A mayúscula, que la mujer no es algo universalizable, que la mujer está excluida de la naturaleza de las cosas y de las palabras, que el goce Otro es una especie de Uno inaccesible, etc. Lo femenino es definido como marcado siempre por una ausencia -por cierto, no una falta, ni una castración, que afectan irremediablemente a todo neurótico independientemente de su género-. La posición femenina está "[...] entre centro y ausencia" (LACAN, 1971/1972a, p. 118), entre el centro que es la función fálica y la ausencia que es el goce Otro.

 

La relación entre estos tipos de goce no es una relación complementaria, puesto que son goces que no tienen nada que ver uno con el otro, y por lo tanto no pueden complementarse, unirse para formar un todo harmónico. El goce fálico va por un lado y por el otro, suplementariamente, la mujer siente en ocasiones cierto goce Otro. Un goce del propio cuerpo desconocido y que, de entrada, no obedece a regla, norma, significante o falo alguno11.

 

Si las mujeres, incluso las mujeres psicoanalistas no son capaces de decir en que consiste este goce se debe al hecho de que no se puede saber nada acerca de él, tan solo sentirlo. Lacan se burla de todos los intentos inútiles para nombrar la sexualidad y el orgasmo femenino: goce vaginal, goce posterior del útero, frigidez, etc. Esto que se siente pero que está más allá del lenguaje es lo que se ha intentado decir inútilmente a lo largo de la historia, tanto por parte de las mujeres como por parte de algunos hombres que pretendían que ellas desvelaran su secreto. El hecho de que la pornografía sea empleada principalmente por varones puede ser interpretado como un intento masculino por ver en qué consiste ese goce que ellos desconocen. El problema es que la búsqueda está errada desde el principio, puesto que en la relación sexual solo opera el goce fálico. Es cierto que las formas de afrontar la sexualidad son diferentes y que hay una forma específicamente masculina y otra específicamente femenina, pero es un error pretender reducir lo femenino a un estilo de sexualidad. Más bien la sexualidad es siempre algo del orden de lo masculino, mientras que la feminidad está más allá de la libido.

 

Lacan emplea a lo largo de su enseñanza una distinción entre tres registros: imaginario, simbólico y Real. Lo imaginario es lo que tiene que ver con la imagen. Lo Real es casi sin variación definido desde el principio como lo imposible y lo simbólico es el registro de la palabra pensada como un significante, es decir, como teniendo efectos de significación. En general, en la última enseñanza de Lacan el cuerpo es pensado como un cierto envoltorio, como una figura, un continente o una línea que rodea algo que es el goce ofreciéndole consistencia. El cuerpo es ante todo algo que se piensa, no algo que exista, sino algo que se representa, y, por lo tanto, tiene que ver sobre todo con el registro de lo imaginario12. Estos tres registros Lacan los dibuja en forma de tres anillos unidos en forma de nudo borromeo.

 

 

En el gráfico se puede apreciar como el goce fálico JΦ se sitúa muy exactamente en la intersección entre el registro de lo Real y el registro de lo Simbólico, es decir, a pesar de tratarse del goce más propiamente sexual el goce fálico está fuera de lo imaginario, no es algo del cuerpo, sino que se relaciona al mismo tiempo con la imposibilidad y con el decir. Por el contrario, el goce Otro JA, abreviatura de Jouissance Autre, se sitúa en la intersección entre lo Real y lo Imaginario. Es decir, este sí que tiene que ver, además de con lo imposible, con algo del propio cuerpo. Dicho en palabras, sería algo así como sentir en el cuerpo una especie de imposible.

 

Ahora bien, lo interesante es que esto que Lacan diseña para pensar la diferencia entre la posición masculina y la posición femenina puede ser generalizado para analizar el goce de todo sujeto en general. Para empezar porque en el fondo se trata de posiciones, masculina y femenina, que no dependen de la anatomía, sino que existen machos que sienten este goce Otro. Para Lacan, al contrario que para Freud, la anatomía no es el destino13. No se puede prejuzgar por la anatomía si alguien puede o no acceder al no-Todo. Lacan no ofrece él mismo esta formulación porque en seminarios posteriores prefiere concentrarse en la configuración de los nudos borromeos de cada individuo y en una concepción del síntoma [escrito sinthome] como aquello que enlaza los tres registros (imaginario, simbólico, imaginario), que sirven tanto para mujeres como hombres. Pero no es difícil deducir que en realidad el goce Otro que antes era un goce exclusivo de la mujer acabará generalizándose para todos los sujetos, independientemente de su género. Hay algo de absolutamente Otro en el goce del propio cuerpo.

 

La última enseñanza de Lacan piensa el psicoanálisis como una búsqueda de la "lalengua" [lalangue] del sujeto. "Lalengua" no coincide con la "lengua", sino que consiste en el especial dialecto o jerga formado por determinadas palabras traumáticas se han inscrito o imprimido sobre el cuerpo de una persona como marcas de goce por fuera del registro de lo simbólico. Por ejemplo, aunque aparentemente parecía un hecho inofensivo, cierta frase de la infancia de un paciente ha adquirido un peso enorme en su historia. Es decir, ciertas palabras no cuentan por su función comunicativa, sino que actúan a modo de un aparato que regula y organiza el goce. De hecho el propio concepto de inconsciente en cuanto algo que hay que interpretar, en cuanto que estructurado como un lenguaje, queda a un lado: del inconsciente como lenguaje se pasa al inconsciente como goce14. La palabra ya no será pensada como un significante asociado a un efecto de significación sino como "letra", una letra que se escribe y se inscribe sobre el cuerpo, que modela el goce del cuerpo. La práctica psicoanalítica se aparta del desciframiento de los síntomas mediante el sentido para convertirse en una práctica que tiene que aislar la isla de sinsentido que está en el fondo de toda posición subjetiva. La interpretación es un medio, pero el fin es la reinscripción de otro modo de un goce que se ha inscrito de mala manera en el cuerpo. Si el sentido importa es porque sus efectos resuenan en el cuerpo y modifican su goce. Se trata de deshacer mediante la palabra lo que la palabra hizo en el cuerpo.

 

El goce Otro tiene algo de insoportable en la medida en que no tiene límite, pero por otra parte es lo más singular y particular del sujeto. El psicoanálisis propone interpretar el sufrimiento como una relación problemática con este goce, que requiere de inventar un nombre y una forma de hacer con esto innombrable, en definitiva, afirmar la propia feminidad15.

 

La feminización de la sociedad que propone el psicoanálisis consiste en el diagnóstico de una pérdida de valor del régimen edípico, del régimen del Padre, de los grandes relatos, de cualquier propuesta que se mueva exclusivamente en el orden del Todo y de lo Universal. Para el psicoanálisis lacaniano la sociedad no se está feminizando porque se haya producido una mejoría de la situación de desigualdad de las mujeres, porque algunas mujeres acceden a puestos de mando o porque valores asociados típicamente a lo femenino -la ternura, el cuidado de sí, la escucha, etc.- se extiendan a los varones. La sociedad se feminiza porque cada vez se muestra más claramente que no hay ninguna ley general que sirva para todos, que cada sujeto es siempre excepción, que no se puede encontrar nombre para el propio goce en el discurso social que circula, que siempre habrá un desfase entre lo colectivo y lo singular, que el gran Otro coherente y absoluto no existe16.

 

Ello explica porque a nivel psíquico aquellos y aquellas que están en una posición femenina están más preparados y preparadas para soportar el presente: asumen mucho mejor en el fondo lo imprevisible, lo no programado, el hecho de que no siempre existe explicación, la inexistencia de una verdad omniabarcante. Si el cambio de mentalidad desde un régimen fálico a un régimen no-Todo ha sido causado por la educación que han recibido las nuevas generaciones o por otros factores es una cuestión a dirimir en otra parte. En todo caso, cada vez se hace más evidente que cualquier discurso que pretenda regular y ordenar el goce desde arriba y a la fuerza está condenado antes o después a la impotencia. Sin duda hay reacciones y pasos hacia atrás y el aumento del fanatismo religioso puede ser interpretado como uno de ellos. Pero son precisamente eso, reacciones ante un momento histórico donde es cada vez más difícil contener la reivindicación de los sujetos de su singularidad y su heterogeneidad, es decir, de su feminidad17. En lo que respecta a la feminidad, el psicoanálisis advierte que lo más específico e individual de cada sujeto está más allá de la anatomía pero también más allá del género, en concreto, en su modo de gozar.

Francisco Conde Soto

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