viernes, 4 de julio de 2014

Sigmund Freud: “El malestar en la cultura”- Cap. II



Solo la religión puede responder al interrogante sobre la finalidad de la vida; la idea de adjudicar un objeto a la vida humana no puede existir sino en función de un sistema religioso.
¿Qué fines y que propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; que esperan de la vida y que pretenden alcanzar con ella? Decididamente aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices y no dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos fases: un fin positivo y otro negativo; por un lado evitar el dolor y el displacer, y por el otro experimentar intensas sensaciones placenteras. De acuerdo con esta dualidad, la actividad humana se despliega en dos sentidos, según trate de alcanzar uno u otro de aquellos fines.
Quien fija el objetivo vital es el programa del principio de placer. Toda persistencia de una situación anhelada por el principio de placer solo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente, sino el contraste, pero solo en muy escasa medida lo estable. Así, nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio, nos es mas fácil experimentar la desgracia. El sufrimiento nos amenaza por tres lados: * desde el propio cuerpo, * desde el mundo exterior, y * desde las relaciones con otros seres humanos, y quizás sea este ultimo el mas doloroso.
Bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento, el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad, y puede estimarse feliz por el solo hecho de haber escapado a la desgracia. La finalidad de evitar el sufrimiento relega a segundo plano a la de lograr el placer. Las tentativas destinadas a alcanzarlo pueden llevarnos por caminos muy distintos:  

I.              La satisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos impone como norma de conducta más tentadora, pero significa preferir el placer a la prudencia, y al practicarla se hacen sentir las consecuencias.
Los otros métodos, que persiguen ante todo la evitacion del sufrimiento, se diferencian según la fuente de displacer a la que conceden máxima atención.

II.            El aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, es el método de protección mas inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas; y es claro que la felicidad alcanzable por tal camino no puede ser sino la de la quietud.
Contra el temible mundo exterior solo puede uno defenderse mediante una forma cualquiera de alejamiento.

III.           Otro camino mejor es pasar al ataque contra la naturaleza y someterla a la voluntad del hombre, empleando la técnica dirigida por la ciencia; así se trabaja con todos por el bienestar de todos.
Pero los mas interesantes preventivos del sufrimiento son los que tratan de influir sobre nuestro propio organismo, ya que en ultima instancia todo sufrimiento no es mas que una sensación, solo existe en tanto lo sentimos, y únicamente lo sentimos en virtud de ciertas disposiciones de nuestro organismo.

IV.          El más crudo y también el más efectivo, es el químico: la intoxicación. Existen ciertas sustancias extrañas al organismo cuya presencia en la sangre o tejidos nos proporciona directamente sensaciones placenteras, modificando también las condiciones de nuestra sensibilidad, impidiéndonos percibir estímulos desagradables. Pero en nuestro propio quimismo deben existir sustancias que cumplen un fin análogo, ya que el estado patológico de la manía, por ejemplo, produce semejante conducta, similar a la embriaguez, sin incorporación de droga alguna.

V.           satisfacción de los instintos, precisamente porque implica tal felicidad, se convierte en causa de intenso sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, negándonos la satisfacción de nuestras necesidades. Por consiguiente, influir sobre estos impulsos instintivos evitaría buena parte del sufrimiento; pero esta forma de evitar el dolor ya no actúa sobre el aparato sensitivo, sino que trata de dominar las mismas fuentes internas de nuestras necesidades.


VI.          Otra técnica para evitar el sufrimiento recurre a los desplazamientos de la libido previstos en nuestro aparato psíquico. El problema consiste en reorientar los fines instintivos, de manera tal que eluden la frustración el mundo exterior. La sublimación de los instintos contribuye a ello. El punto débil de este método reside en que su aplicabilidad no es general, pues presupone disposiciones y aptitudes peculiares.

VII.         La tendencia a independizarse del mundo exterior, buscando las satisfacciones en los procesos internos psíquicos se denota con mayor intensidad en este procedimiento: la satisfacción se obtiene en ilusiones que son reconocidas como tales, sin que su discrepancia con el mundo real impida gozarlas. Estas ilusiones proceden del terreno de la imaginación, y a la cabeza de estas satisfacciones imaginativas se encuentra el goce de la obra de arte.


VIII.       Más enérgica y radical es la acción de este procedimiento: el que ve en la realidad al único enemigo, fuente de todo sufrimiento, y con quien es preciso romper toda relación si se pretende ser feliz en algún sentido. Pero también se puede ir mas lejos, empeñándose en transformarlo, construyendo en su lugar un nuevo mundo en el cual queden eliminados los rasgos más intolerables.

IX.          Existe un método que también persigue la independencia del destino y con esta intención traslada la satisfacción a los procesos psíquicos internos, utilizando la desplazabilidad de la libido, pero sin apartarse del mundo exterior, sino aferrándose a sus objetos y hallando la felicidad en la vinculación afectiva con estos. Pero al hacerlo, no se conforma con eludir el sufrimiento, sino que se concentra en el anhelo primordial y apasionado del cumplimiento positivo de la felicidad → me refiero a aquella orientación de la vida que hace del amor el centro de todas las cosas, que deriva toda satisfacción del amar y ser amado. El punto débil de esta técnica es demasiado evidente: jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado o su amor.

El designio de ser felices que nos impone el principio de placer es irrealizable, pero no por ello se debe, ni se puede, abandonar los esfuerzos por acercarse a su realización. Podemos adoptar muy distintos caminos, anteponiendo el aspecto positivo o el negativo de dicho fin, pero ninguno de estos recursos nos permitirá alcanzar cuanto anhelamos. Cada uno debe buscar por si mismo la manera en que pueda ser feliz, y su elección del camino a seguir será influida por diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de este; también de la fuerza que se atribuya a si mismo para modificarlo según sus deseos.

X.           La ultima técnica de vida que le queda y que le ofrece por lo menos satisfacciones sustitutivas es la fuga a la neurosis.

Quien vea fracasar en edad madura sus esfuerzos por alcanzar la felicidad, aun hallara consuelo en el placer de la intoxicación crónica o bien emprenderá la desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis.
La religión viene a perturbar este libre juego de elección al imponer a todos por igual su camino único para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Su técnica consiste en reducir el valor de la vida y en deformar delirantemente la imagen del mundo real, medidas que tienen por condición previa la intimidación de la inteligencia.

Hay muchos caminos que pueden llevar a la felicidad, pero ninguno que permita alcanzarla con seguridad. Tampoco la religión puede cumplir sus promesas, pues el creyente, obligado a invocar en última instancia los designios de Dios, confiesa con ello que en el sufrimiento solo le queda la sumisión incondicional como ultimo consuelo y fuente de goce.

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