sábado, 13 de abril de 2013

Resumen de S. Freud (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos. Incluído en Obras Completas Tomo 19. Buenos Aires: Amorrortu, 1996.


“Sólo explorando las primeras exteriorizaciones de la constitución pulsional congénita, así como los efectos de las impresiones vitales más tempranas, es posible discernir correctamente las fuerzas pulsionales de la posterior neurosis”. El análisis de la primera infancia es largo y laborioso, ya que suele atravesar regiones muy oscuras.

Complejo de Edipo en el varoncito: es la primera estación que puede discernirse con claridad. El niño retiene el mismo objeto al que ya en la lactancia y crianza, había investido con su libido todavía no genital. En esta situación, el padre es visto como un rival perturbador a quien se quiere eliminar y sustituir. Esta actitud edípica en el varón pertenece a la fase fálica y sucumbe por la angustia de castración, es decir, por el interés narcisista hacia los genitales. El varoncito, dentro del Complejo de Edipo, actúa en un doble sentido, es decir, activo y pasivo, ya que también quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre, lo que se designa actitud femenina.

Prehistoria del Complejo de Edipo en el varón: presenta las siguientes características:
Identificación de naturaleza tierna con el padre, en la que aún no hay sentido de rivalidad hacia la madre.
Onanismo de la primera infancia, que se supone es dependiente del Complejo de Edipo, y que significa una descarga de su excitación sexual. No se sabe con seguridad si esa es su referencia desde un comienzo o si emerge espontáneamente como quehacer de órgano y sólo más tarde se anuda al Complejo de Edipo. Esta segunda opción es la más verosímil. La sofocación de esta actividad por parte de las personas encargadas de la crianza activa el Complejo de Castración.
Enuresis, que podría ser producto del onanismo, y que su sofocación podría ser apreciada por este como una inhibición de la actividad genital, es decir, como una amenaza de castración.
A través del análisis, se pudo vislumbrar que la acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana dé lugar a la primera excitación sexual, u por los efectos que trae con posterioridad, pase a ser el punto de partida para todo el desarrollo sexual.

Prehistoria del Complejo de Edipo en la niña pequeña: La niña nota que un hermano o un compañerito tienen pene, y lo discierne como superior de su propio órgano pequeño y escondido, y desde ese momento cae víctima de la envidia del pene.
Hay una interesante oposición en la conducta de ambos sexos:
Varón: cuando descubre por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto y poco interesado; no ve nada o repudia su percepción, la atenúa o busca excusas para hacerla concordar con lo que esperaba ver. Sólo más tarde, cuando una amenaza de castración ha llegado a influir sobre él, dicha observación se volverá significativa. Surgen en él dos reacciones, horror frente a la criatura mutilada y menosprecio triunfante hacia ella.
Niña: Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo. En este lugar se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer, que eventualmente, si no logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al prefigurado desarrollo de la feminidad. La esperanza de recibir alguna vez un pene, puede conservarse hasta épocas inverosímilmente tardías. O bien sobreviene el proceso de desmentida, donde la niña se niega a aceptar el hecho de su castración, y se comporta como si fuera un varón.
Con la admisión de su herida narcisista, se establece un sentimiento de inferioridad. Una vez que aprehende la universalidad de ese carácter sexual, empieza a compartir con el varón el menosprecio por ese sexo mutilado.
La envidia del pene pervive en el rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento.
Otra consecuencia de la envidia del pene es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre, responsabilizándola por esa falta de pene. El reconocimiento de la diferencia sexual anatómica fuerza a la niña pequeña a apartarse de la masculinidad y de la masturbación masculina, dirigiéndola hacia nuevos caminos que desembocan en el desarrollo de la feminidad. Se produce una contracorriente opuesta al onanismo que no es exclusivamente producto del influjo pedagógico de las personas encargadas de la crianza. Esta sublevación de la niña contra el onanismo podría ser la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, donde al no poder equiparare con el varón, decide abandonar la competencia con él.

Complejo de Edipo en la niña pequeña: Inicialmente toma a la madre como primer objeto. La libido de la niña se desliza, ya que resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de tener un hijo y con ese propósito toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos. Cuando la ligazón con el padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación padre con la que la niña regresa al complejo de masculinidad.

El Complejo de Edipo en la niña es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de castración le preceden y lo preparan.
En lo referente al nexo entre el Complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre ambos sexos: a través de la castración, el varón abandona el Edipo, mientras que a través de la castración, la niña ingresará en el Edipo.

El Complejo de Edipo en el varón no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de la amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó. En el caso ideal, ya no subsiste en el inconsciente ningún Complejo de Edipo, el superyó ha devenido su heredero.
En la niña falta motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración llevó a la niña a la situación de complejo de Edipo. Este puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar en la vida anímica que es normal para la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como en el varón. Rasgos de carácter estarían ampliamente fundamentados en la modificación de la formación superyó.
Los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional) bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto. 

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