domingo, 11 de noviembre de 2012

¿Qué quiere una mujer?



Es que una mujer siempre es virgen. El falo no la somete toda en esclavitud, como creía Freud. El falo hace surgir en el sujeto mujer un más allá, una reserva silenciosa donde la mujer no goza del hombre (o del falo), sino de ella misma a través del hombre. ¡Y pensar que comúnmente se cree que son los hombres los que tratan a las mujeres como objetos! Esta reserva, esta ausencia, este suplemento indecible que la hace oráculo para el hombre, ¿no es la última garantía de una virginidad que perdura para siempre? De una virginidad fundada en la relación sexual, que, lejos de desflorar a la mujer, la vuelve indesflorable para siempre, impenetrable para el hombre y quizás para ella misma.
Por eso no es un error decir que la virginidad femenina es y será para siempre la cuestión y el temor fundamental de los hombres cuando, en el encuentro sexual, sienten por poco que sea la alteridad radical mientras que en las mujeres, constituye un punto desconocido y de angustia que puede, en algunos casos, llegar a la locura. La relación de la feminidad con Dios, sobre la cual Lacan ha insistido en su Seminario Aún, hace efectivamente resaltar que el amor, si ocupa el lugar de la Ley, puede también tomar el giro de un imperativo superyoico: el amor hasta la muerte tal como lo representan Romeo y Julieta de Shakespeare o la Penthesilee de Kleist. En este sentido, un examen un poco penetrante de nuestra cultura contemporánea nos lleva, me parece, a concluir que el orgasmo femenino se ha transformado en una consigna porque funciona como un "bouche-trou" (un tapa agujeros).

“Serge André”

Conferencia dictada en el Cercle de Lausanne, 1997. Publicado en "Traces", revue du Cercle
de Lausanne, n° 3, julio 1998.

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