Todo
nos amenaza:
el
tiempo, que en vivientes fragmentos divide al que fui del que seré,
como
el machete a la culebra;
la
conciencia, la transparencia traspasada,
la
mirada ciega de mirarse mirar;
las
palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba, el agua, la piel;
nuestros
nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas
de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni
el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni
el delirio y su espuma profética,
ni
el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más
allá de nosotros,
en
las fronteras del ser y el estar,
una
vida más vida nos reclama.
Afuera
la noche respira, se extiende,
llena
de grandes hojas calientes,
de
espejos que combaten:
frutos,
garras, ojos, follajes,
espaldas
que relucen,
cuerpos
que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete
aquí a la orilla de tanta espuma,
de
tanta vida que se ignora y se entrega:
tú
también perteneces a la noche.
Extiéndete,
blancura que respira,
late,
oh estrella repartida, copa,
pan
que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa
de sangre entre este tiempo y otro sin medida.
“Octavio Paz”
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