Ida Bauer
Fragmento
de análisis de un caso de Histeria (1905), también conocido como el caso Dora,
pertenece al volumen VII de las obras completas de Sigmund Freud. Es la
historia de un fracaso, pues Dora abandona el tratamiento a los tres meses de
haber empezado y sin haber alcanzado la curación.
Con
este caso Freud quiere aportar pruebas definitivas sobre el origen sexual de
los síntomas histéricos y la utilidad de la interpretación de los sueños para
acceder a los traumas inconscientes.
El
círculo familiar de Dora, cuyo nombre real era Ida Bauer, estaba formado por su
padre, Philip Bauer, un próspero industrial que había sido tratado por Freud de
sus dolencias sifilíticas. Además, su madre, Katharina Gerber, a quien Freud
diagnostica la “psicosis del ama de casa” que consiste en la obsesión neurótica
por la limpieza, y un hermano mayor, Otto Bauer, del que Dora siempre tendrá
muy buena opinión. Resulta interesante leer la descripción que hace Freud del
trastorno del ama de casa:
… y
así ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la «psicosis del ama de casa».
Carente de comprensión para los intereses más vivaces de sus hijos, ocupaba
todo el día en hacer limpiar y en mantener limpios la vivienda, los muebles y
los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce. No se
puede menos que incluir este estado, del cual bastante a menudo se encuentran
indicios en las amas de casa normales, en la misma serie que las formas de
lavado obsesivo y otras obsesiones de aseo; no obstante, tales mujeres, como
sucedía en el caso de la madre de nuestra paciente, ignoran totalmente su
propia enfermedad, no la reconocen y, por tanto, falta en ellas un rasgo
esencial de la «neurosis obsesiva».
El
padre pide a Freud que trate a su hija pues presenta los síntomas de una
pequeña histeria: dificultades para respirar o disnea, tos nerviosa, afonía,
migrañas, desazón, insociabilidad, tedio vital y amagos histriónicos de
suicidio. El padre le informa que hace años que mantienen relaciones con el
señor y la señora K. Aparentemente se trataba de una relación convencional
entre familias burguesas: La señora K. había cuidado de Philip Bauer durante su
enfermedad por lo cual le estaba muy agradecido, Dora cuidaba con cariño de los
dos hijos del matrimonio K y el señor K. sentía un afecto muy grande por Dora.
Sin embargo, en la residencia de verano de los K. ocurrió un suceso que
desencadenó los síntomas de Dora: según ella, el señor K. había intentado
abordarla sexualmente a lo que ella respondió con una bofetada y, a
consecuencia de ello, pide a su padre que rompa toda relación con los K.
Una
vez que comienza el tratamiento Dora relata otro episodio con el señor K.
Cuando tenía catorce años este se había aprovechado de que estaban a solas para
besarla en la boca lo que produjo en ella una reacción de asco. Así, Freud
concluye que ya con catorce años era Dora una histérica pues…
Yo
llamaría «histérica», sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir
síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual provoca
predominante o exclusivamente sentimientos de displacer. Explicar el mecanismo
de este trastorno de afecto sigue siendo una de las tareas más importantes, y
al mismo tiempo una de las más difíciles, de la psicología de la neurosis.
Freud
percibe que Dora es incapaz de aceptar la relación de la señora K. con su
padre, un adulterio manifiesto. Dora cree, además, que ha sido ofrecida por su
padre al señor K. de modo que él pueda continuar su relación con la señora K.
En este momento de la terapia Freud observa que tras estos reproches
aparentemente justificados se encuentran una serie de autorreproches no
conscientes.
Los
Bauer habían tenido una cuidadora de niños con la que Dora se llevaba muy bien
hasta que descubrió que estaba enamorada de su padre. En ese momento sólo pudo
verla como una rival y la hizo despedir. Siempre que el padre estaba en casa la
cuidadora era amable con los niños pero no mientras el padre estaba ausente.
Esto hizo pensar a Dora que ella se comportaba del mismo modo con los hijos del
señor K. Aparentemente había cierta atracción además de asco.
Es
habitual en la histeria el uso de la enfermedad para llamar la atención. Dora
había heredado de la familia de su padre este desagradable trastorno.
Atendiendo a las fechas en que padecía ataques de tos con afonía o dolores de
estómago era evidente que coincidían con la presencia del señor K., lo cual
significaba que utilizaba esos males para atraer su atención.
De
todos modos, los trastornos psicosomáticos en el momento de la terapia con
Freud y su carta de suicidio tenían por objeto llamar la atención no del señor
K. sino de su padre. Freud está convencido de que si el padre le dijese que
abandonaba a la señora K. por ella, Dora sanaría por completo. Pero si el padre
no cedía Dora no habría de abandonar su enfermedad. El histérico, dice Freud,
se acostumbra a la enfermedad, acaba necesitándola:
El
que pretenda sanar al enfermo tropieza entonces, para su asombro, con una gran
resistencia, que le enseña que el propósito del enfermo de abandonar la
enfermedad no es tan cabal ni tan serio. (ver nota) Imagínese a un trabajador,
por ejemplo a un albañil, que ha quedado inválido por un accidente y ahora se
gana la vida mendigando en una esquina. Un taumaturgo se llega a él y le
promete sanarle la pierna inválida y devolverle la marcha. No debe esperarse,
yo creo, que se pinte en su rostro una particular alegría. Sin duda alguna, se
sintió en extremo desdichado cuando sufrió la mutilación, advirtió que nunca
más podría trabajar y moriría de hambre o se vería forzado a vivir de la
limosna. Pero desde entonces, lo que antes lo dejó sin la posibilidad de
ganarse el pan se ha trasformado en la fuente de su sustento: vive de su
invalidez. Si se le quita esta, quizá se lo deje totalmente inerme; entretanto
ha olvidado su oficio, ha perdido sus hábitos de trabajo y se ha acostumbrado a
la holgazanería, quizá también a la bebida.
Para
continuar avanzando en el inconsciente de Dora, Freud se vale de una de sus
teorías más peculiares. Afirma que un síntoma corresponde siempre a la
figuración de una fantasía sexual. Tomando esta hipótesis como punto de partida
Freud intenta explicar las razones de la tos y la afonía de Dora. Dora sabe que
su padre es impotente y sospecha, por tanto, que las relaciones con la señora
K. incluyen sexo oral. La atracción inconsciente de Dora por su padre había
generado el síntoma de la tos como fantasía sustituta del trato sexual con su
padre. En esa fantasía ella ocupaba el lugar de la señora K. lo que significaba
que se sentía más atraída por su padre de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Esta interpretación se apoya además en el hecho de que Dora estaba más próxima
a su padre que su propia madre, era, puede decirse así, la niña de sus ojos.
Cuando apareció la señora K. quien perdió su posición de privilegio no fue la
madre de Dora sino la propia Dora.
A
continuación Freud le explica a Dora que sus sentimientos hacia su padre son un
modo de poner freno a la atracción evidente que siente por el señor K. Y aunque
ella, en un principio se niegue a tal teoría, Freud afirma que
En
modo alguno se oponía a mis expectativas el que yo provocase en Dora la más
terminante contradicción al exponerle de esta manera las cosas. El «No» que se
escucha del paciente tras exponer por primera vez a su percepción conciente los
pensamientos reprimidos no hace sino ratificar la represión y su carácter
terminante; mide su intensidad, por así decir. Si uno no entiende ese «No» como
la expresión de un juicio imparcial, del cual por cierto el enfermo es incapaz,
sino que lo pasa por alto y prosigue el trabajo, enseguida se obtienen las
primeras pruebas de que «No» en estos casos significa el deseado «Sí». Ella
confesó que no podía guardar, hacia el señor K. la inquina que este merecía.
Contó que un día lo había encontrado por la calle, estando ella en compañía de
una prima que no lo conocía. La prima exclamó de pronto: «¡Dora, ¿qué te pasa?
Te has puesto mortalmente pálida!». En su interior no había sentido nada de ese
cambio, pero le expliqué que los gestos y la expresión de los afectos obedecían
más a lo inconciente que a lo conciente, y lo dejaban traslucir. (ver nota)
Otra vez, tras varios días en que había mantenido un talante alegre, acudió a
mí del peor humor. No podía explicarlo; se sentía contrariada, declaró; era el
cumpleaños de su tío y no se resolvía a felicitarlo; no sabía por qué. Mi arte
interpretativo estaba embotado ese día; la dejé seguir hablando y de pronto
recordó que hoy era también el cumpleaños del señor K., hecho que yo aproveché
en su contra. Tampoco fue difícil explicar por qué los magníficos obsequios que
le hicieran algunos días antes para su propio cumpleaños no le causaron ninguna
alegría. Faltaba un obsequio, el del señor K., que evidentemente antes había
sido para ella el más valioso.
Los
afectos de Dora hacia su padre y el señor K. se complican cuando Freud dice que
no puede dejar de mencionar algo que “no podrá menos que enturbiar y borrar la
belleza y poesía” del conflicto que Dora experimenta. Se refiere Freud a la
homosexualidad latente de Dora. Ella y la señora K. estaban muy unidas hasta
que el padre de Dora ocupó su lugar. Cuando Dora habla de la señora K. y alaba
su “cuerpo deliciosamente blanco” parece más una enamorada que una rival
vencida. Quien realmente había traicionado a Dora era la señora K.
Vista
la complicada trama de afectos en el inconsciente de Dora, Freud expone el
primer sueño que le pondrá en la pista del origen de sus trastornos actuales.
En este primer sueño el padre rescata a la madre y a los niños de un incendio.
Cuando la madre se retrasa por pretender salvar su alhajero el padre le
recrimina que es momento de salir corriendo. Cuando Freud trabaja con los
sueños es siempre fiel a su hipótesis expuesta en La interpretación de los
sueños (1900), los sueños son figuraciones de deseos cumplidos. Empleando esta
hipótesis, el mecanismo de la asociación libre,
la evidente relación entre el alhajero y los genitales femeninos y la
idea fundamental de que los acontecimientos del sueño pueden significar lo
opuesto de lo que parecen, Freud ensaya una interpretación peculiar del sueño
de Dora. Esta espera que su padre la salve del incendio, el fuego, la atracción
que experimenta hacia el señor K. Dora, que en el sueño ocupa el lugar de su
madre, confía en que su padre acepte y no rechace su alhajero.
El
simbolismo sexual del alhajero o de una cartera da pie a Freud para contar una
simpática anécdota:
La
carterita bivalva de Dora no es otra cosa que una figuración de los genitales,
y su acción de juguetear con ella abriéndola y metiendo un dedo dentro, una
comunicación pantomímica, sin duda desenfadada, pero inconfundible, de lo que
querría hacer: la masturbación. Hace poco me sucedió un caso similar, muy
divertido. Una dama anciana extrae en mitad de la sesión, supuestamente para
refrescarse con un bombón, una pequeña caja de hueso; se esfuerza por abrirla,
y después me la alcanza para que me convenza de lo difícil que es hacerlo. Yo
manifiesto mi desconfianza: esa caja tiene que significar algo en particular,
pues hoy la veo por primera vez, a pesar de que su propietaria me visita desde
hace ya más de un año. Y la dama, impaciente: «¡A esta caja la llevo siempre
conmigo, dondequiera que vaya!». Sólo se tranquiliza después que le hago notar,
riendo, lo bien que sus palabras se adecuan a otro significado. La caja -box,
puxiz, como la carterita, como el alhajero, no es sino otro subrogado de la
vulva, de los genitales femeninos.
A lo
largo de la interpretación de este primer sueño Freud cita a su íntimo amigo
Wilhem Fliess, un personaje extraño para el que la cocaína y las operaciones de
nariz eran remedios efectivos para todo. Así,
Según
una comunicación personal que me ha hecho Wilhelm Fliess, precisamente esas
gastralgias son las que pueden interrumpirse mediante la aplicación de cocaína
en el «punto gástrico» de la nariz, por él descubierto, y curarse mediante su
cauterización
En
el segundo sueño Dora fantasea con internarse acompañada por un joven en un
bosque y con llegar tarde al funeral de su padre. Este es, según Freud, el
sueño de la curación pues en él Dora se abre a otros amores aparte del morboso
que tiene hacia su padre. Es evidente, por cierto, el simbolismo sexual del
bosque. El sueño aporta además material
para aclarar la relación con el señor K. Freud descubre que el motivo por el
que Dora sintió asco hacia él fue verse tratada del mismo modo en que el señor
K. trató a una institutriz con la que había tenido una aventura y a la que había
despedido. Sintió, por tanto, que era tratada como si fuera del servicio. Este
hecho es muy interesante porque la propia Dora, debido a la transferencia, se
venga en Freud del señor K., abandonando el tratamiento y trantándolo como si
fuese un empleado. Freud, por su parte, en esta etapa temprana del
psicoanálisis, realiza una contratransferencia y la identifica con su vieja y
odiada institutriz. Su venganza consistirá en dejar que Dora abandone el
tratamiento sin haberse curado.
Dora
volvió a visitar a Freud por una parálisis facial. Se trataba, según Freud, de
un autocastigo por haberle maltratado como si fuese del servicio. Finalmente,
añade que Dora tuvo una vida feliz y se casó con el joven con quien se
introduce en el bosque en el segundo sueño.
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