Hans
Análisis
de la fobia de un niño de cinco años, también conocido como el caso del pequeño
Hans, fue publicado en 1909 y pertenece al volumen X de las obras completas de
Sigmund Freud. El pequeño Hans, en realidad Herbert Graf, era hijo de Max Graf,
musicólogo y miembro del círculo de Freud en Viena. En la introducción Freud
aclara que fue el padre del niño quien llevó a cabo el análisis y quien le
remitió las notas con sus diálogos, sueños y fantasías. A partir de estas
notas, incluidas en la primera parte del texto con breves comentarios de Freud,
este lleva a cabo un examen del desarrollo del caso mostrando cómo la evolución
de Hans corrobora los descubrimientos expuestos en La interpretación de los
sueños (1900) y Tres ensayos de teoría sexual (1905).
Cuando
Hans tenía cuatro años y estaba de paseo por el parque con la criada contempló
una escena aterradora: un caballo que tiraba de un pesado carro se desplomó en
la calle. A partir de ese momento padece una grave fobia hacia los caballos, y
más específicamente a que los caballos con algo negro en la boca lo muerdan. El
pánico es tan grande que le impide salir
de casa. En un primer momento, su padre interpreta que la fobia de Hans se debe
a los excesivos cariños de su madre y al miedo al gran “hace-pipí” del animal.
Freud orienta el análisis del padre hacia la angustia que provocó en Hans el
nacimiento de su hermanita Hanna y al misterio recurrente en las fantasías y
preguntas de Hans sobre el origen de los bebés.
A partir de estas indicaciones el material necesario para interpretar la
fobia de Hans va saliendo a la luz.
En
primer lugar, el caballo que se desploma y muere, y que puede morderlo, es un
símbolo del padre. El caballo tiene un gran “hace-pipí” como el padre y tiene
“algo negro” en la boca que puede parecer un bigote. Hans desea la muerte de su
padre para poder estar más tiempo a solas con su madre. Al mismo tiempo, tales
deseos le producen sentimientos de culpa y vergüenza que se resuelven en la angustia hacia los
caballos. Hans expresa este tipo de fantasías edípicas recurriendo a la curiosa
historia de las jirafas:
El:
«En la noche había en la habitación una jirafa grande y una jirafa arrugada, y
la grande ha gritado porque yo le he quitado la arrugada. Luego dejó de gritar,
y entonces yo me he sentado encima de la jirafa arrugada».
(…)
La
gran jirafa soy yo o, más bien, el pene grande (el cuello largo); la jirafa
arrugada, mí mujer o, más bien, su miembro; he ahí, por tanto, el resultado del
esclarecimiento.
El
todo es la reproducción de una escena que en los últimos días se desarrolla
casi todas las mañanas. Hans siempre acude temprano a nosotros, y mi esposa no
puede dejar de tomarlo por algunos minutos consigo en el lecho. Sobre eso yo
siempre empiezo a ponerla en guardia, que es mejor que no lo tome consigo («La
grande ha gritado porque yo le he quitado la arrugada») , y ella replica esto y
aquello, irritada tal vez: que eso es un absurdo, que unos minutos no pueden
tener importancia, etc. Entonces Hans permanece un ratito junto a ella.
(«Entonces la jirafa grande dejó de gritar, y luego yo me senté encima de la
jirafa arrugada».)
La
solución de esta escena conyugal trasportada a la vida de las jirafas es, pues:
él sintió en la noche añoranza de la mamá, añoranza de sus caricias, de su
miembro, y por eso vino al dormitorio. El todo es la continuación del miedo al
caballo.
No
debe extrañarnos la ambivalencia de los sentimientos de niño: ama a su padre y
al mismo tiempo desearía verlo muerto. Pero “de tales pares de opuestos se
compone la vida de sentimientos de todos los hombres”.
Y
guardémonos de hallar chocante esta contradicción; de tales pares de opuestos
se compone la vida de sentimientos de todos los hombres; más todavía: acaso
nunca se llegara a la represión y a la neurosis si no fuera así. Estos opuestos
de sentimiento, que al adulto por lo común sólo le devienen concientes de
manera simultánea en la cima de la pasión amorosa, y de ordinario se suelen
sofocar recíprocamente hasta que uno de ellos consigue mantener encubierto al
otro, hallan durante todo un lapso en la vida anímica del niño un espacio de
pacífica convivencia.
Estas
fantasías edípicas tienen en ocasiones un trasfondo sádico. Hans confiesa que
le gustaría azotar a los caballos. El caballo, en este caso, vale como símbolo
del padre y también de la madre, a quien le gustaría pegar con “el batidor de
alfombras”. Por un lado, Hans experimenta una hostilidad inevitable hacia su
padre pues lo contempla como rival y, al mismo tiempo, una “concupiscencia oscura,
sádica” sobre la madre pues es la que produce nuevos niños que pueden hacerle
la competencia.
En
segundo lugar, el miedo a la castración tiene su origen en una advertencia de
su madre. A la edad de tres años Hans acostumbraba a jugar con su “hace-pipí” y
la madre le advierte de que si juega demasiado con él se lo cortarán. La
amenaza permanece latente hasta que un año más tarde el sentimiento de culpa la
activa. Los efectos retardados de este tipo de amenazas pueden llegar a abarcar
“un decenio y más todavía”.
En
tercer lugar, un elemento primordial en el surgimiento de la fobia está
relacionado con el nacimiento de su hermana menor. La presencia del bebé le
roba aún más tiempo de su madre lo cual provoca en Hans el deseo de ver
desaparecer a su padre y convertirse él en el “hace-pipí” de la casa. Al mismo
tiempo no puede evitar desear la muerte de su hermanita: fantasea, por ejemplo,
con que la madre la deja ahogarse en la bañera grande.
En
cuarto lugar, Hans acostumbra a preguntarse sobre los mecanismos biológicos
asociados al nacimiento de los niños. Hans sabe que no es la cigüeña quien ha
traído a su hermana sino que ha salido de la barriga de su madre igual que
salen los excrementos. Esto también puede asociarse al caballo que defeca en la
calle. Así, la amenazante llegada de más niños que pueden apartarlo de su madre
se transforma en fobia hacia los caballos que llevan una carga muy pesada.
La
curación tiene lugar a partir de que los padres le explican a Hans cómo vienen
exactamente los niños al mundo, lo cual redunda en un alivio notable de su
fobia. El proceso se completa gracias a dos fantasías de Hans. En la primera se
ve a sí mismo como el “papi” casado con la “mami” y, en lugar de eliminar al
padre, lo relega al papel de “abuelo”.
Todo
termina bien. El pequeño Edipo ha hallado una solución más feliz que la
prescrita por el destino. En lugar de eliminar a su padre, le concede la misma
dicha que ansia para sí; lo designa abuelo, y también a él lo casa con su
propia madre.
La
segunda fantasía repara el miedo a la castración. Un instalador llega a la casa
y le cambia su trasero y su “hace-pipí” por otros más grandes.
En
1922 el pequeño Hans aparece por la consulta de Freud. Está “totalmente bien y
no padece de males ni inhibiciones”. El Hans adulto, Herbert Graf, emigrará a
Estados Unidos en 1936 donde desarrollará una importante carrera como productor
operístico llegando a trabajar con Furtwängler o Maria Callas.
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