Sergei Pankejeff, el hombre de los lobos, con su esposa en 1910
Historia
de una neurosis infantil, más conocida como el caso del Hombre de los Lobos,
fue escrita en 1914 y publicada en 1918. Está incluida en el volumen XVII de
las obras completas. En ella Freud expone el caso de Sergei Pankejeff
(1886-1979), aristócrata ruso al que atiende de 1910 a 1914. Pankejeff, tras
haber contraído una infección gonorreica a los dieciocho años, había
desarrollado una severa neurosis caracterizada por la parálisis de los
movimientos intestinales necesarios para la defecación, depresión y trastorno
obsesivo. Los diez años anteriores al contagio sexual habían sido normales para
el paciente pero durante su infancia había sufrido una grave perturbación
neurótica compuesta de zoofobia y trastorno obsesivo de contenido religioso.
Freud va a centrarse en los trastornos infantiles del paciente pues está
convencido de que las neurosis adultas tienen sus raíces en el desarrollo de la
sexualidad infantil.
El
paciente relata a Freud que, habiendo sido hasta los cuatro años un niño
totalmente normal, a partir de ese momento sufrió una alteración del carácter y
se mostraba siempre “descontento, excitable y rabioso; todo le irritaba y en
tales casos gritaba y pateaba salvajemente”. Esta transformación parece
coincidir en el tiempo con un miedo feroz a los animales que su hermana
aprovechaba para atormentarle. Solía mostrarle una estampa de un libro de
cuentos en la que aparecía un lobo andando a dos pies, estampa que
desencadenaba en él verdadero terror. Estos miedos se transformaron en un
trastorno obsesivo de contenido religioso. Antes de dormir tenía que rezar
durante horas, santiguarse numerosas veces y besar todas las estampas
religiosas que colgaban de las paredes. Sin embargo, al tiempo que rezaba no
podía dejar de blasfemar, lo que le obligaba por penitencia a prolongar
infinitamente sus rezos. Así, por ejemplo, asociaba a Dios con las palabras
cochino o basura y a la Santísima Trinidad con tres montones de estiércol. En
aquella época también ejecutaba un curioso ritual: cuando veía a algún mendigo
o enfermo respiraba profundamente y luego expiraba como para expulsar de sí su
mala influencia.
Pankejeff
comunica durante la terapia extraños sueños en los que aparece agrediendo a su
hermana y arrancándole sus velos o algo así. Estos sueños hacen emerger un
recuerdo verdadero antitético, es decir, un recuerdo en el que él era agredido
por su hermana y quedaba cuestionada su masculinidad. Había ocurrido que a los
tres años y medio su hermana le había cogido el miembro y había jugueteado con
él diciéndole que aquello era normal y que su amada chacha lo hacía con todo el
mundo. Cuando en la pubertad intentó aproximarse físicamente a su hermana y
esta lo rechazó, el sujeto, para vengarse de ella, rebajarla y reafirmarse, se
aficionó a las criadas, de inteligencia inferior a la suya.
El
intento de seducción de la hermana no le produjo sino asco así que orientó su
libido hacia la chacha. Empezó a juguetear con su miembro delante de ella pero
esta lo rechazó y le advirtió que a los niños que hacían eso se les quedaba en
aquel sitio una herida. Es el primer aviso de castración, un elemento decisivo
en la posterior investigación de Freud. Este fracaso impidió su correcto desarrollo
sexual y experimentó una regresión a la fase anal en su vertiende sádica: se
dedicó a matratar cruelmente a su chacha y a los animales, arrancando las alas
a las moscas, pisoteando escarabajos, cortando en pedazos las orugas… Sin
embargo, también estaba presente el tipo masoquista de la fase anal: fantaseaba
con niños a los que los azotaban en su miembro. Y esto nos lleva al tercer
objeto de su corta vida sexual: su padre. Había pasado de su hermana a la
chacha para terminar en su padre, al que molestaba con su maldad para obligarlo
a castigarle.
Esta
etapa de maldad y perversidad se trunca por causa de un sueño que le provocará
en adelante una intensa angustia, es el sueño de los lobos.
«Soñé
que era de noche y estaba acostado en mi cama (mi cama tenía los pies hacia la
ventana, a través de la cual se veía una hilera de viejos nogales. Sé que
cuando tuve este sueño era una noche de invierno). De pronto, se abre sola la
ventana, y veo, con gran sobresalto, que en las ramas del grueso nogal que se
alza ante la ventana hay encaramados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o
siete, totalmente blancos, y parecían más bien zorros o perros de ganado, pues
tenían grandes colas como los zorros y enderezaban las orejas como los perros
cuando ventean algo. Presa de horrible miedo, sin duda de ser comido por los
lobos, empecé a gritar…. y desperté. Mi niñera acudió para ver lo que me
pasaba, y tardé largo rato en convencerme de que sólo había sido un sueño: tan
clara y precisamente había visto abrirse la ventana y a los lobos posados en el
árbol. Por fin me tranquilicé sintiéndome como salvado de un peligro, y volví a
dormirme.
El
único movimiento del sueño fue el de abrirse la ventana, pues los lobos
permanecieron quietos en las ramas del árbol, a derecha e izquierda del tronco,
y mirándome. Parecía como si toda su atención estuviera fija en mí. Creo que
fue éste mi primer sueño de angustia. Tendría por entonces tres o cuatro años,
cinco a lo más. Desde esta noche hasta mis once o doce años tuve siempre miedo
de ver algo terrible en sueños.» El sujeto dibujó la imagen de su sueño tal y
como la había descrito.
Dibujo
de Sergei Pankejeff del sueño de los lobos. Museo Freud, Londres.
Aunque
el papel terrorífico del lobo en cuentos infantiles como Caperucita Roja puede
estar asociado al sueño, la “tenaz sensación de realidad” con la que el sujeto
lo experimenta le indica a Freud que debe buscar en otro lugar diferente su
significado. Cree, por sus estudios sobre la interpretación de los sueños, que
la sensación de realidad revela que existe un material latente que aspira a ser
recordado como real y no mera fantasía. La quietud de los lobos es, a su vez la
transfiguración por antítesis de algún episodio violento. Sus largas colas son
símbolos fálicos y con ellas se relaciona una historia contada en aquella época
por su abuelo en la que un lobo pierde la cola. Otra vez la castración. El
lobo, por último, en tanto que inspira miedo y respeto, parece simbolizar al
padre. Con todos estos elementos Freud cree que el sueño esconde la
contemplación a una edad temprana por parte de Pankejeff de la “escena
primordial“, el coito entre sus padres. Además en una posición especialmente
significativa pues deja a la vista los genitales, “erguido el padre, y
agachada, en posición animal, la madre”, coitus a tergo, more ferarum. Una de
las consecuencias futuras de esta visión que apoya la interpretación de Freud
es que el sujeto desarrollará un impulso obsesivo, inexplicable y irreprimible
hacia las mujeres que adopten esa postura. Uno de tales furiosos impulsos le
costará la gonorrea anteriormente citada. El miedo al lobo, que tanto
angustiaba a Pankejeff, era, según Freud, una advertencia del yo contra el
secreto deseo de adoptar el papel de la madre, un papel sexualmente pasivo, homosexual
y, por tanto, castrante.
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