"Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana"
Jacques Lacan
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jueves, 29 de noviembre de 2012
La
sexualidad femenina aparece como el esfuerzo de un goce envuelto en su propia
contigüidad (de la que tal vez toda circuncisión indica la ruptura simbólica)
para realizarse a porfía del deseo que la castración libera en el hombre
dándole su significante en el falo.
“Jacques
Lacan” Ideas directivas para un congreso
sobre la sexualidad femenina
Los amorosos
Los
amorosos callan.
El
amor es el silencio más fino,
el
más tembloroso, el más insoportable.
Los
amorosos buscan,
los
amorosos son los que abandonan,
son
los que cambian, los que olvidan.
Su
corazón les dice que nunca han de encontrar,
no
encuentran, buscan.
Los
amorosos andan como locos
porque
están solos, solos, solos,
entregándose,
dándose a cada rato,
llorando
porque no salvan al amor.
Les
preocupa el amor. Los amorosos
viven
al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre
se están yendo,
siempre,
hacia alguna parte.
Esperan,
no
esperan nada, pero esperan.
Saben
que nunca han de encontrar.
El
amor es la prórroga perpetua,
siempre
el paso siguiente, el otro, el otro.
Los
amorosos son los insaciables,
los
que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los
amorosos son la hidra del cuento.
Tienen
serpientes en lugar de brazos.
Las
venas del cuello se les hinchan
también
como serpientes para asfixiarlos.
Los
amorosos no pueden dormir
porque
si se duermen se los comen los gusanos.
En
la oscuridad abren los ojos
y
les cae en ellos el espanto.
Encuentran
alacranes bajo la sábana
y
su cama flota como sobre un lago.
Los
amorosos son locos, sólo locos,
sin
Dios y sin diablo.
Los
amorosos salen de sus cuevas
temblorosos,
hambrientos,
a
cazar fantasmas.
Se
ríen de las gentes que lo saben todo,
de
las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de
las que creen en el amor
como
una lámpara de inagotable aceite.
Los
amorosos juegan a coger el agua,
a
tatuar el humo, a no irse.
Juegan
el largo, el triste juego del amor.
Nadie
ha de resignarse.
Dicen
que nadie ha de resignarse.
Los
amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos,
pero vacíos de una a otra costilla,
la
muerte les fermenta detrás de los ojos,
y
ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en
que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les
llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a
mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a
arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los
amorosos se ponen a cantar entre labios
una
canción no aprendida,
y
se van llorando, llorando,
la
hermosa vida.
“Jaime
Sabines”
El Futuro
Y
se muy bien que no estarás.
No
estarás en la calle
en
el murmullo que brota de la noche
de
los postes de alumbrado,
ni
en el gesto de elegir el menú,
ni
en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni
en los libros prestados,
ni
en el hasta mañana.
No
estarás en mis sueños,
en
el destino original de mis palabras,
ni
en una cifra telefónica estarás,
o
en el color de un par de guantes
o
una blusa.
Me
enojaré
amor
mío
sin
que sea por ti,
y
compraré bombones
pero
no para ti,
me
pararé en la esquina
a
la que no vendrás
y
diré las cosas que sé decir
y
comeré las cosas que sé comer
y
soñaré los sueños que se sueñan.
Y
se muy bien que no estarás
ni
aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni
allí afuera
en
ese río de calles y de puentes.
No
estarás para nada,
no
serás mi recuerdo
y
cuando piense en ti
pensaré
un pensamiento
que
oscuramente trata de acordarse de ti.
"Julio
Cortázar"
miércoles, 28 de noviembre de 2012
El caso Dora
Ida Bauer
Fragmento
de análisis de un caso de Histeria (1905), también conocido como el caso Dora,
pertenece al volumen VII de las obras completas de Sigmund Freud. Es la
historia de un fracaso, pues Dora abandona el tratamiento a los tres meses de
haber empezado y sin haber alcanzado la curación.
Con
este caso Freud quiere aportar pruebas definitivas sobre el origen sexual de
los síntomas histéricos y la utilidad de la interpretación de los sueños para
acceder a los traumas inconscientes.
El
círculo familiar de Dora, cuyo nombre real era Ida Bauer, estaba formado por su
padre, Philip Bauer, un próspero industrial que había sido tratado por Freud de
sus dolencias sifilíticas. Además, su madre, Katharina Gerber, a quien Freud
diagnostica la “psicosis del ama de casa” que consiste en la obsesión neurótica
por la limpieza, y un hermano mayor, Otto Bauer, del que Dora siempre tendrá
muy buena opinión. Resulta interesante leer la descripción que hace Freud del
trastorno del ama de casa:
… y
así ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la «psicosis del ama de casa».
Carente de comprensión para los intereses más vivaces de sus hijos, ocupaba
todo el día en hacer limpiar y en mantener limpios la vivienda, los muebles y
los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce. No se
puede menos que incluir este estado, del cual bastante a menudo se encuentran
indicios en las amas de casa normales, en la misma serie que las formas de
lavado obsesivo y otras obsesiones de aseo; no obstante, tales mujeres, como
sucedía en el caso de la madre de nuestra paciente, ignoran totalmente su
propia enfermedad, no la reconocen y, por tanto, falta en ellas un rasgo
esencial de la «neurosis obsesiva».
El
padre pide a Freud que trate a su hija pues presenta los síntomas de una
pequeña histeria: dificultades para respirar o disnea, tos nerviosa, afonía,
migrañas, desazón, insociabilidad, tedio vital y amagos histriónicos de
suicidio. El padre le informa que hace años que mantienen relaciones con el
señor y la señora K. Aparentemente se trataba de una relación convencional
entre familias burguesas: La señora K. había cuidado de Philip Bauer durante su
enfermedad por lo cual le estaba muy agradecido, Dora cuidaba con cariño de los
dos hijos del matrimonio K y el señor K. sentía un afecto muy grande por Dora.
Sin embargo, en la residencia de verano de los K. ocurrió un suceso que
desencadenó los síntomas de Dora: según ella, el señor K. había intentado
abordarla sexualmente a lo que ella respondió con una bofetada y, a
consecuencia de ello, pide a su padre que rompa toda relación con los K.
Una
vez que comienza el tratamiento Dora relata otro episodio con el señor K.
Cuando tenía catorce años este se había aprovechado de que estaban a solas para
besarla en la boca lo que produjo en ella una reacción de asco. Así, Freud
concluye que ya con catorce años era Dora una histérica pues…
Yo
llamaría «histérica», sin vacilar, a toda persona, sea o no capaz de producir
síntomas somáticos, en quien una ocasión de excitación sexual provoca
predominante o exclusivamente sentimientos de displacer. Explicar el mecanismo
de este trastorno de afecto sigue siendo una de las tareas más importantes, y
al mismo tiempo una de las más difíciles, de la psicología de la neurosis.
Freud
percibe que Dora es incapaz de aceptar la relación de la señora K. con su
padre, un adulterio manifiesto. Dora cree, además, que ha sido ofrecida por su
padre al señor K. de modo que él pueda continuar su relación con la señora K.
En este momento de la terapia Freud observa que tras estos reproches
aparentemente justificados se encuentran una serie de autorreproches no
conscientes.
Los
Bauer habían tenido una cuidadora de niños con la que Dora se llevaba muy bien
hasta que descubrió que estaba enamorada de su padre. En ese momento sólo pudo
verla como una rival y la hizo despedir. Siempre que el padre estaba en casa la
cuidadora era amable con los niños pero no mientras el padre estaba ausente.
Esto hizo pensar a Dora que ella se comportaba del mismo modo con los hijos del
señor K. Aparentemente había cierta atracción además de asco.
Es
habitual en la histeria el uso de la enfermedad para llamar la atención. Dora
había heredado de la familia de su padre este desagradable trastorno.
Atendiendo a las fechas en que padecía ataques de tos con afonía o dolores de
estómago era evidente que coincidían con la presencia del señor K., lo cual
significaba que utilizaba esos males para atraer su atención.
De
todos modos, los trastornos psicosomáticos en el momento de la terapia con
Freud y su carta de suicidio tenían por objeto llamar la atención no del señor
K. sino de su padre. Freud está convencido de que si el padre le dijese que
abandonaba a la señora K. por ella, Dora sanaría por completo. Pero si el padre
no cedía Dora no habría de abandonar su enfermedad. El histérico, dice Freud,
se acostumbra a la enfermedad, acaba necesitándola:
El
que pretenda sanar al enfermo tropieza entonces, para su asombro, con una gran
resistencia, que le enseña que el propósito del enfermo de abandonar la
enfermedad no es tan cabal ni tan serio. (ver nota) Imagínese a un trabajador,
por ejemplo a un albañil, que ha quedado inválido por un accidente y ahora se
gana la vida mendigando en una esquina. Un taumaturgo se llega a él y le
promete sanarle la pierna inválida y devolverle la marcha. No debe esperarse,
yo creo, que se pinte en su rostro una particular alegría. Sin duda alguna, se
sintió en extremo desdichado cuando sufrió la mutilación, advirtió que nunca
más podría trabajar y moriría de hambre o se vería forzado a vivir de la
limosna. Pero desde entonces, lo que antes lo dejó sin la posibilidad de
ganarse el pan se ha trasformado en la fuente de su sustento: vive de su
invalidez. Si se le quita esta, quizá se lo deje totalmente inerme; entretanto
ha olvidado su oficio, ha perdido sus hábitos de trabajo y se ha acostumbrado a
la holgazanería, quizá también a la bebida.
Para
continuar avanzando en el inconsciente de Dora, Freud se vale de una de sus
teorías más peculiares. Afirma que un síntoma corresponde siempre a la
figuración de una fantasía sexual. Tomando esta hipótesis como punto de partida
Freud intenta explicar las razones de la tos y la afonía de Dora. Dora sabe que
su padre es impotente y sospecha, por tanto, que las relaciones con la señora
K. incluyen sexo oral. La atracción inconsciente de Dora por su padre había
generado el síntoma de la tos como fantasía sustituta del trato sexual con su
padre. En esa fantasía ella ocupaba el lugar de la señora K. lo que significaba
que se sentía más atraída por su padre de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Esta interpretación se apoya además en el hecho de que Dora estaba más próxima
a su padre que su propia madre, era, puede decirse así, la niña de sus ojos.
Cuando apareció la señora K. quien perdió su posición de privilegio no fue la
madre de Dora sino la propia Dora.
A
continuación Freud le explica a Dora que sus sentimientos hacia su padre son un
modo de poner freno a la atracción evidente que siente por el señor K. Y aunque
ella, en un principio se niegue a tal teoría, Freud afirma que
En
modo alguno se oponía a mis expectativas el que yo provocase en Dora la más
terminante contradicción al exponerle de esta manera las cosas. El «No» que se
escucha del paciente tras exponer por primera vez a su percepción conciente los
pensamientos reprimidos no hace sino ratificar la represión y su carácter
terminante; mide su intensidad, por así decir. Si uno no entiende ese «No» como
la expresión de un juicio imparcial, del cual por cierto el enfermo es incapaz,
sino que lo pasa por alto y prosigue el trabajo, enseguida se obtienen las
primeras pruebas de que «No» en estos casos significa el deseado «Sí». Ella
confesó que no podía guardar, hacia el señor K. la inquina que este merecía.
Contó que un día lo había encontrado por la calle, estando ella en compañía de
una prima que no lo conocía. La prima exclamó de pronto: «¡Dora, ¿qué te pasa?
Te has puesto mortalmente pálida!». En su interior no había sentido nada de ese
cambio, pero le expliqué que los gestos y la expresión de los afectos obedecían
más a lo inconciente que a lo conciente, y lo dejaban traslucir. (ver nota)
Otra vez, tras varios días en que había mantenido un talante alegre, acudió a
mí del peor humor. No podía explicarlo; se sentía contrariada, declaró; era el
cumpleaños de su tío y no se resolvía a felicitarlo; no sabía por qué. Mi arte
interpretativo estaba embotado ese día; la dejé seguir hablando y de pronto
recordó que hoy era también el cumpleaños del señor K., hecho que yo aproveché
en su contra. Tampoco fue difícil explicar por qué los magníficos obsequios que
le hicieran algunos días antes para su propio cumpleaños no le causaron ninguna
alegría. Faltaba un obsequio, el del señor K., que evidentemente antes había
sido para ella el más valioso.
Los
afectos de Dora hacia su padre y el señor K. se complican cuando Freud dice que
no puede dejar de mencionar algo que “no podrá menos que enturbiar y borrar la
belleza y poesía” del conflicto que Dora experimenta. Se refiere Freud a la
homosexualidad latente de Dora. Ella y la señora K. estaban muy unidas hasta
que el padre de Dora ocupó su lugar. Cuando Dora habla de la señora K. y alaba
su “cuerpo deliciosamente blanco” parece más una enamorada que una rival
vencida. Quien realmente había traicionado a Dora era la señora K.
Vista
la complicada trama de afectos en el inconsciente de Dora, Freud expone el
primer sueño que le pondrá en la pista del origen de sus trastornos actuales.
En este primer sueño el padre rescata a la madre y a los niños de un incendio.
Cuando la madre se retrasa por pretender salvar su alhajero el padre le
recrimina que es momento de salir corriendo. Cuando Freud trabaja con los
sueños es siempre fiel a su hipótesis expuesta en La interpretación de los
sueños (1900), los sueños son figuraciones de deseos cumplidos. Empleando esta
hipótesis, el mecanismo de la asociación libre,
la evidente relación entre el alhajero y los genitales femeninos y la
idea fundamental de que los acontecimientos del sueño pueden significar lo
opuesto de lo que parecen, Freud ensaya una interpretación peculiar del sueño
de Dora. Esta espera que su padre la salve del incendio, el fuego, la atracción
que experimenta hacia el señor K. Dora, que en el sueño ocupa el lugar de su
madre, confía en que su padre acepte y no rechace su alhajero.
El
simbolismo sexual del alhajero o de una cartera da pie a Freud para contar una
simpática anécdota:
La
carterita bivalva de Dora no es otra cosa que una figuración de los genitales,
y su acción de juguetear con ella abriéndola y metiendo un dedo dentro, una
comunicación pantomímica, sin duda desenfadada, pero inconfundible, de lo que
querría hacer: la masturbación. Hace poco me sucedió un caso similar, muy
divertido. Una dama anciana extrae en mitad de la sesión, supuestamente para
refrescarse con un bombón, una pequeña caja de hueso; se esfuerza por abrirla,
y después me la alcanza para que me convenza de lo difícil que es hacerlo. Yo
manifiesto mi desconfianza: esa caja tiene que significar algo en particular,
pues hoy la veo por primera vez, a pesar de que su propietaria me visita desde
hace ya más de un año. Y la dama, impaciente: «¡A esta caja la llevo siempre
conmigo, dondequiera que vaya!». Sólo se tranquiliza después que le hago notar,
riendo, lo bien que sus palabras se adecuan a otro significado. La caja -box,
puxiz, como la carterita, como el alhajero, no es sino otro subrogado de la
vulva, de los genitales femeninos.
A lo
largo de la interpretación de este primer sueño Freud cita a su íntimo amigo
Wilhem Fliess, un personaje extraño para el que la cocaína y las operaciones de
nariz eran remedios efectivos para todo. Así,
Según
una comunicación personal que me ha hecho Wilhelm Fliess, precisamente esas
gastralgias son las que pueden interrumpirse mediante la aplicación de cocaína
en el «punto gástrico» de la nariz, por él descubierto, y curarse mediante su
cauterización
En
el segundo sueño Dora fantasea con internarse acompañada por un joven en un
bosque y con llegar tarde al funeral de su padre. Este es, según Freud, el
sueño de la curación pues en él Dora se abre a otros amores aparte del morboso
que tiene hacia su padre. Es evidente, por cierto, el simbolismo sexual del
bosque. El sueño aporta además material
para aclarar la relación con el señor K. Freud descubre que el motivo por el
que Dora sintió asco hacia él fue verse tratada del mismo modo en que el señor
K. trató a una institutriz con la que había tenido una aventura y a la que había
despedido. Sintió, por tanto, que era tratada como si fuera del servicio. Este
hecho es muy interesante porque la propia Dora, debido a la transferencia, se
venga en Freud del señor K., abandonando el tratamiento y trantándolo como si
fuese un empleado. Freud, por su parte, en esta etapa temprana del
psicoanálisis, realiza una contratransferencia y la identifica con su vieja y
odiada institutriz. Su venganza consistirá en dejar que Dora abandone el
tratamiento sin haberse curado.
Dora
volvió a visitar a Freud por una parálisis facial. Se trataba, según Freud, de
un autocastigo por haberle maltratado como si fuese del servicio. Finalmente,
añade que Dora tuvo una vida feliz y se casó con el joven con quien se
introduce en el bosque en el segundo sueño.
El caso del pequeño Hans
Hans
Análisis
de la fobia de un niño de cinco años, también conocido como el caso del pequeño
Hans, fue publicado en 1909 y pertenece al volumen X de las obras completas de
Sigmund Freud. El pequeño Hans, en realidad Herbert Graf, era hijo de Max Graf,
musicólogo y miembro del círculo de Freud en Viena. En la introducción Freud
aclara que fue el padre del niño quien llevó a cabo el análisis y quien le
remitió las notas con sus diálogos, sueños y fantasías. A partir de estas
notas, incluidas en la primera parte del texto con breves comentarios de Freud,
este lleva a cabo un examen del desarrollo del caso mostrando cómo la evolución
de Hans corrobora los descubrimientos expuestos en La interpretación de los
sueños (1900) y Tres ensayos de teoría sexual (1905).
Cuando
Hans tenía cuatro años y estaba de paseo por el parque con la criada contempló
una escena aterradora: un caballo que tiraba de un pesado carro se desplomó en
la calle. A partir de ese momento padece una grave fobia hacia los caballos, y
más específicamente a que los caballos con algo negro en la boca lo muerdan. El
pánico es tan grande que le impide salir
de casa. En un primer momento, su padre interpreta que la fobia de Hans se debe
a los excesivos cariños de su madre y al miedo al gran “hace-pipí” del animal.
Freud orienta el análisis del padre hacia la angustia que provocó en Hans el
nacimiento de su hermanita Hanna y al misterio recurrente en las fantasías y
preguntas de Hans sobre el origen de los bebés.
A partir de estas indicaciones el material necesario para interpretar la
fobia de Hans va saliendo a la luz.
En
primer lugar, el caballo que se desploma y muere, y que puede morderlo, es un
símbolo del padre. El caballo tiene un gran “hace-pipí” como el padre y tiene
“algo negro” en la boca que puede parecer un bigote. Hans desea la muerte de su
padre para poder estar más tiempo a solas con su madre. Al mismo tiempo, tales
deseos le producen sentimientos de culpa y vergüenza que se resuelven en la angustia hacia los
caballos. Hans expresa este tipo de fantasías edípicas recurriendo a la curiosa
historia de las jirafas:
El:
«En la noche había en la habitación una jirafa grande y una jirafa arrugada, y
la grande ha gritado porque yo le he quitado la arrugada. Luego dejó de gritar,
y entonces yo me he sentado encima de la jirafa arrugada».
(…)
La
gran jirafa soy yo o, más bien, el pene grande (el cuello largo); la jirafa
arrugada, mí mujer o, más bien, su miembro; he ahí, por tanto, el resultado del
esclarecimiento.
El
todo es la reproducción de una escena que en los últimos días se desarrolla
casi todas las mañanas. Hans siempre acude temprano a nosotros, y mi esposa no
puede dejar de tomarlo por algunos minutos consigo en el lecho. Sobre eso yo
siempre empiezo a ponerla en guardia, que es mejor que no lo tome consigo («La
grande ha gritado porque yo le he quitado la arrugada») , y ella replica esto y
aquello, irritada tal vez: que eso es un absurdo, que unos minutos no pueden
tener importancia, etc. Entonces Hans permanece un ratito junto a ella.
(«Entonces la jirafa grande dejó de gritar, y luego yo me senté encima de la
jirafa arrugada».)
La
solución de esta escena conyugal trasportada a la vida de las jirafas es, pues:
él sintió en la noche añoranza de la mamá, añoranza de sus caricias, de su
miembro, y por eso vino al dormitorio. El todo es la continuación del miedo al
caballo.
No
debe extrañarnos la ambivalencia de los sentimientos de niño: ama a su padre y
al mismo tiempo desearía verlo muerto. Pero “de tales pares de opuestos se
compone la vida de sentimientos de todos los hombres”.
Y
guardémonos de hallar chocante esta contradicción; de tales pares de opuestos
se compone la vida de sentimientos de todos los hombres; más todavía: acaso
nunca se llegara a la represión y a la neurosis si no fuera así. Estos opuestos
de sentimiento, que al adulto por lo común sólo le devienen concientes de
manera simultánea en la cima de la pasión amorosa, y de ordinario se suelen
sofocar recíprocamente hasta que uno de ellos consigue mantener encubierto al
otro, hallan durante todo un lapso en la vida anímica del niño un espacio de
pacífica convivencia.
Estas
fantasías edípicas tienen en ocasiones un trasfondo sádico. Hans confiesa que
le gustaría azotar a los caballos. El caballo, en este caso, vale como símbolo
del padre y también de la madre, a quien le gustaría pegar con “el batidor de
alfombras”. Por un lado, Hans experimenta una hostilidad inevitable hacia su
padre pues lo contempla como rival y, al mismo tiempo, una “concupiscencia oscura,
sádica” sobre la madre pues es la que produce nuevos niños que pueden hacerle
la competencia.
En
segundo lugar, el miedo a la castración tiene su origen en una advertencia de
su madre. A la edad de tres años Hans acostumbraba a jugar con su “hace-pipí” y
la madre le advierte de que si juega demasiado con él se lo cortarán. La
amenaza permanece latente hasta que un año más tarde el sentimiento de culpa la
activa. Los efectos retardados de este tipo de amenazas pueden llegar a abarcar
“un decenio y más todavía”.
En
tercer lugar, un elemento primordial en el surgimiento de la fobia está
relacionado con el nacimiento de su hermana menor. La presencia del bebé le
roba aún más tiempo de su madre lo cual provoca en Hans el deseo de ver
desaparecer a su padre y convertirse él en el “hace-pipí” de la casa. Al mismo
tiempo no puede evitar desear la muerte de su hermanita: fantasea, por ejemplo,
con que la madre la deja ahogarse en la bañera grande.
En
cuarto lugar, Hans acostumbra a preguntarse sobre los mecanismos biológicos
asociados al nacimiento de los niños. Hans sabe que no es la cigüeña quien ha
traído a su hermana sino que ha salido de la barriga de su madre igual que
salen los excrementos. Esto también puede asociarse al caballo que defeca en la
calle. Así, la amenazante llegada de más niños que pueden apartarlo de su madre
se transforma en fobia hacia los caballos que llevan una carga muy pesada.
La
curación tiene lugar a partir de que los padres le explican a Hans cómo vienen
exactamente los niños al mundo, lo cual redunda en un alivio notable de su
fobia. El proceso se completa gracias a dos fantasías de Hans. En la primera se
ve a sí mismo como el “papi” casado con la “mami” y, en lugar de eliminar al
padre, lo relega al papel de “abuelo”.
Todo
termina bien. El pequeño Edipo ha hallado una solución más feliz que la
prescrita por el destino. En lugar de eliminar a su padre, le concede la misma
dicha que ansia para sí; lo designa abuelo, y también a él lo casa con su
propia madre.
La
segunda fantasía repara el miedo a la castración. Un instalador llega a la casa
y le cambia su trasero y su “hace-pipí” por otros más grandes.
En
1922 el pequeño Hans aparece por la consulta de Freud. Está “totalmente bien y
no padece de males ni inhibiciones”. El Hans adulto, Herbert Graf, emigrará a
Estados Unidos en 1936 donde desarrollará una importante carrera como productor
operístico llegando a trabajar con Furtwängler o Maria Callas.
martes, 27 de noviembre de 2012
"Caso Schreber"
"EL Doctor Schreber"
1-
Historial clínico:
1884
- Primera enfermedad. Estado de Hipocondría
1885
- se recupera. Convive con su mujer. No pueden tener hijos.
1893
- (Junio) Se lo nombra presidente del Superior Tribunal de Dresde.
· En
el intervalo tiene algunos sueños de que la enfermedad reaparece.
· En
un estado de dormir y vigilia: “La representación de lo hermosísimo que es sin
duda ser una mujer sometida al acoplamiento.”
En
Octubre asume el cargo. A fines de octubre surge la segunda enfermedad.
Síntomas
de la segunda enfermedad:
·
Ideas hipocondríacas. (destrucción de diferentes partes del cuerpo) Es inmortal
mientras siga siendo hombre.
·
Redoblamiento del cerebro.
·
Ideas de persecución.
·
Ideas delirantes (carácter mítico y religioso)
·
Insultaba a las personas por las cuales se sentía perseguido y perjudicado,
sobre todo a su médico anterior Flechsig, lo llamaba "almicida" (Asesino de Almas)
1894
- Paso a otro asilo. El director era Weber.
1902
- Se levanta la incapacidad.
Descripción
del contenido delirante:
El
paciente se consideraba llamado a redimir el mundo y devolverle la
bienaventuranza pérdida. Pero cree que solo lo conseguirá luego de ser mudado
de hombre a mujer.
En
esta misión suya redentora, lo esencial es que primero tiene que producirse su
mudanza en mujer. No es que el quiera mudarse en mujer , más bien se trata de
un tener que ser fundado en el orden del universo, y al que no puede
sustraerse, aunque en lo personal habría preferido mucho mas permanecer en su
honorable posición viril en su vida.
El
paciente informa que ya han pasado a su cuerpo unos nervios femeninos, de los
cuales, por fecundación directa de Dios, saldrán hombres nuevos. Solo entonces
podrá morir de muerte natural y conseguirla bienaventuranza como los demás
seres.
El
psicoanalista trae la conjetura de que aun formaciones de pensamiento tan
extravagantes se han originado en las mociones más universales y comprensibles
de la vida anímica. Por eso busca conocer los motivos y caminos de esa
transformación.
El
médico destaca dos puntos: el papel redentor y la mudanza en mujer. Es tentador
suponer que la ambición de hacer el papel de redentor seria lo pulsionador en
este complejo delirante, y la emasculación no podría reclamar otro significado
que el de un medio para ese fin. El estudio de las memorias nos impone una
concepción diversa. Nos enteramos de que la mudanza en mujer (emasculación) fue
el delirio primario, juzgado al comienzo como un acto de grave daño y de
persecución, y que solo tardíamente entro en relación con el papel de redentor.
Un delirio de persecución sexual se transformó en el paciente en el delirio
religioso de grandeza. Inicialmente hacia el papel de perseguidor el medico
(Flechsig), mas tarde Dios mismo ocupo ese lugar.
La
relación del enfermo con Dios
Schreber
había sido en sus días sanos un incrédulo en asuntos de religión, no había
podido abrazar una fe sólida en la existencia de un Dios. A lo largo de todo el
libro se extiende la acusación de que Dios, acostumbrado solo al trato con los
muertos, no comprende a los hombres vivos.
La
enfermedad es concebida como una lucha del hombre Schreber contra Dios, en la
cual sale triunfador el hombre porque tiene de su parte el orden del universo.
Schreber seria el hijo de dios, llamado a salvar al mundo de su miseria.
Para
Schreber la bienaventuranza es la vida en el mas allá a que es elevada el alma
humana mediante la purgación tras la muerte.
Resumen de la alteración Patológica:(siguiendo las dos direcciones de su delirio)
Antes
era alguien inclinado a la renuncia de los placeres sexuales, y no creía en la
existencia de Dios; discurrida la enfermedad fue un creyente en Dios. Pero así
como su recuperada fe en Dios era de raro índole, también la pieza de goce
sexual que se había conquistado presentaba un carácter harto insólito. No era
ya una libertad sexual masculina, sino un sentimiento sexual femenino frente a
Dios.
Si
nos acordamos del sueño que tuvo en el periodo de incubación de su enfermedad
se vuelve evidente que el delirio de mudanza en mujer no es más que la
realización de dicho contenido onírico. En aquel tiempo se había revuelto con
viril indignación contra ese sueño, y de igual modo se defendió de el al
comienzo, durante la enfermedad; veía la mudanza en mujer como una irrisión a
que lo condenaban con un propósito hostil. Pero llego un momento en que empezó
a reconciliarse con esa mudanza y la conecto con unos propósitos superiores de
Dios.
2-
“Intentos de interpretación”
RELACION
DE SCHREBER CON FLECHSIG: Al comienzo el caso Schreber llevaba el sello de
delirio de persecución que se borra a partir de la reconciliación. La relación
del enfermo con su perseguidor se puede resolver mediante una fórmula: la
persona a quien el delirio atribuye un poder y un influjo tan grandes es la
misma que antes de contraerse la enfermedad poseía una significación de similar
cuantía para la vida de sentimientos del paciente, o una persona sustitutiva de
ella, fácilmente reconocible. Sostenemos que la intencionalidad del sentimiento
es proyectada como un poder exterior, el tono del sentimiento es mudado hacia
lo contrario y que la persona ahora odiada y temida a causa de su persecución
es alguien que alguna vez fue amado y venerado.
Como
sabemos en el periodo de incubación de la enfermedad tuvo un sueño de retorno
de la enfermedad. Podemos inferir que con el recuerdo de la enfermedad despertó
también el médico y que el sueño tuvo un sentido de añoranza “me gustaría
volver a ver a Flechsig”. Se le instaló enseguida un rechazo de esa fantasía
femenina. En su lugar el paciente temía un abuso sexual de su médico. Un avance
de libido homosexual fue entonces el ocasionamiento de esta afección. Un
notable detalle del historial es decisivo para la ulterior trayectoria y ocurre
cuando en el medio del nombramiento y la Asunción del cargo la esposa se va de
viaje. Cuando esta vuelve lo encuentra alterado. El vínculo con su esposa lo
protegía de la homosexualidad, del deseo que sentía por los hombres que lo rodeaban.
Hay otro factor que podría entrar en cuenta y es el hecho de que no podían
tener hijos. Esto se relaciona con el delirio de que Dios lo va a fecundar.
Tiene
que haber algo más que una sensación de simpatía hacia un medico que pueda
estallar en un hombre 8 años después y convertirse en la ocasión de una
perturbación mental tan grave. Nos es difícil que la sensación de simpatía
hacia el médico procediera de un proceso de transferencia, por lo cual una
investidura de sentimiento es trasladada de una persona para el sustantivo a la
del médico, de modo que este es un sustituto de alguien mucho más próximo al
enfermo. El médico le ha hecho recordar a la esencia de su hermano o de su
padre.
La
ocasión de la enfermedad fue entonces la emergencia de una fantasía de deseo
femenina (homosexual pasiva) cuyo objeto era la persona del médico. La
personalidad del enfermo le contrapuso una intensa resistencia, o la lucha
defensiva escogió la forma de un delirio de persecución. El ansiado devino
entonces perseguidor y el contenido del deseo de la fantasía paso a ser el de
la persecución. Lo que singulariza al caso Schreber es el desarrollo que cobró y la mudanza que sufrió en el curso de ese desarrollo. Uno de esos cambios
consiste en la sustitución de Flechsig por la persona superior de Dios. Ello
prepara el segundo cambio y, así, la solución del conflicto. Si era
insoportable avenirse al papel de la mujerzuela frente al médico, la tarea de
ofrecer al propio Dios la voluptuosidad que busca no tropieza con igual resistencia
del yo. La castración deja de ser insultante ya que deviene acorde al orden del
universo. El yo es resarcido por la manía de grandeza y la fantasía de deseo
femenina se ha abierto paso, ha sido afectada.
Si
el perseguidor Flechsig fue antaño una persona amada, tampoco Dios es más que el
retorno de otra persona amada pero más sustantiva. Esa otra persona no puede
ser más que el padre con lo cual Flechsig es forzado hacia el papel del hermano.
Para
que la introducción del padre en el delirio de Schreber nos parezca justificada
hay que tener en cuenta los rarísimos rasgos que se hallaron en el Dios del
enfermo y en la relación entre estos. Era la mas asombrosa crítica blasfema y
rebeldía con respetuosa devoción: Dios no era capaz de aprender por experiencia,
no conocía a los hombres vivos porque solo sabia tratar con cadáveres.
El
padre de Schreber era un medico muy importante, un padre así no era por cierto
inapropiado para ser transfigurado en Dios en el recuerdo tierno del hijo, de
quien fue arrebatado tan temprano por la muerte. Conocemos con exactitud la
postura del varón frente a su padre; contiene la misma alianza entre sumisión
respetuosa y rebelión que hemos hallado en la relación de Schreber con Dios.
También
el caso Schreber nos muestra el terreno del complejo paterno. Conflicto
infantil con el padre amado. En estas vivencias infantiles el padre aparece
como perturbador de la satisfacción buscada por el niño. En el desenlace del
delirio, la fantasía sexual infantil celebra un triunfo grandioso; la
voluptuosidad misma es dictada por el temor de Dios, y Dios mismo (padre) no
deja de exigírsela al enfermo. La más temida amenaza del padre, la castración,
ha prestado su material a la fantasía de deseo de la mudanza en mujer,
combatida primero y aceptada después.
La
fantasía de deseo se entrama con una frustración, una privación en la vida real
y objetiva. Schreber nos confiesa una privación así, su matrimonio no le dio
hijos, sobre todo un varón que lo habría compensado por la pérdida del padre y
del hermano y hacia quien pudiera afluir la ternura homosexual manifiesta.
Acaso
el doctor Schreber forjó la fantasía de que si él fuera mujer seria más apto
para tener hijos, y así halo el camino para resituarse en la postura femenina
frente al padre de la primera infancia. Entonces el posterior delirio según el
cual por su castración el mundo se poblaría de “hombres nuevos de espíritu
Schreberiano”, estaba destinado a remediar su falta de hijos.
El caso del Hombre de las Ratas
El
análisis de un caso de neurosis obsesiva (1909), también llamado el caso del
Hombre de las Ratas, pertenece al volumen X de las obras completas de Sigmund
Freud en la traducción de Luis López Ballesteros. La neurosis obsesiva es
especialmente interesante para descubrir el funcionamiento del inconsciente. En
este breve texto Freud presenta el historial clínico y el tratamiento exitoso
de un joven paciente, Ernst Lanzer (1878-1914), así como algunas reflexiones
generales sobre los procesos anímicos obsesivos.
El
paciente se presenta en la consulta afirmando que en los últimos cuatro años ha
estado padeciendo miedos injustificados respecto a su madre y su novia además
de impulsos suicidas y supersticiones varias. Como es habitual Freud busca el
origen de la patología en su sexualidad infantil y descubre en ella el germen
del trastorno obsesivo. Desde muy temprano el sujeto experimenta junto al deseo
obsesivo de ver una mujer desnuda el temor irracional de que su padre morirá y,
a continuación, el despliegue de acciones absurdas para castigarse por haber
tenido esa idea.
El
desencadenante de la crisis obsesiva del paciente tuvo lugar mientras hacía el
servicio militar. Uno de sus superiores, de tendencias algo sádicas, le
describió un modo de tortura en el que “se adaptaba a las nalgas un recipiente
y se metían en él unas cuantas ratas, que luego…se le iban introduciendo…”.
Entonces el paciente tuvo la idea de que ese tormento le fuese aplicado a su
novia y a su padre. Al día siguiente su superior le entregó un paquete postal
advirtiéndole de que debía pagar el reembolso al teniente A. Pero
inmediatamente surgió en él la idea de que si devolvía ese dinero realmente su
padre y su novia serían torturados. Y quedó preso del dilema entre la
obligación de devolver el dinero y el temor a hacerlo, lo cual degeneró en un
viaje surrealista en tren en el que está a punto de bajarse en cada estación
con la intención de volver a la oficina de correos para hacer la devolución.
¿Cómo
explicar esa irrupción de hostilidad hacia sus seres más queridos? ¿Qué se
esconde detrás de la obsesión con la devolución del dinero? Freud vuelve a
indagar en la infancia y consigue que el paciente recuerde que tales impulsos
hostiles tienen allí su origen. Recuerda que a los doce años se había enamorado
de una niña que no le hacía demasiado caso así que fantaseó con que si su padre
muriera quizás ella le prestaría más atención. Pensar que puede haber deseado
la muerte de su padre desata en él arrebatos de culpa y vergüenza. Freud le
explica que a un intenso cariño consciente le corresponde un intenso odio
reprimido. Si el cariño no extingue al odio este permanece agazapado en el
inconsciente escapándose de vez en cuando.
La
hostilidad reprimida hacia su novia se escondía detrás de sus impulsos suicidas.
Por ejemplo, en una ocasión en la que estaba prisionero de sus estudios, su
novia tuvo que abandonarlo para cuidar a su abuela enferma. Su primera reacción
fue desear la muerte de la vieja y, a continuación, imponerse el suicidio como
castigo. Otro ejemplo, durante un verano su novia se había ido a un balneario
acompañada por un primo suyo, Dick, que la cortejaba. Los celos se manifestaron
en la normal fantasía de muerte de Dick acompañada de sanciones como un
estricto régimen de adelgazamiento que incluía “correr sin sombrero por las
calles bajo el ardiente sol de agosto y a subir las pendientes de la montaña a
paso gimnástico, hasta que la fatiga le hacía detenerse bañado en sudor”. Esta
manía senderista podía concluir con la tentación de arrojarse desde un
precipicio.
Otras
actividades obsesivas relacionadas con la amada fueron, por ejemplo, las
siguientes: mientras navegaban en barco le ponía siempre una gorra para evitar
que le sucediera algo, o en medio de una tormenta tenía que contar hasta 40 o 50
entre trueno y relámpago, o, y esta es la más interesante, el día en que su
novia se marchó el sujeto tropezó con una piedra en el camino y decidió
retirarla para evitar que el coche de su amada volcara por su culpa. Sin
embargo, minutos después regresó para colocarla en su sitio pensando que esas
manías suyas no tenían sentido. En este caso se observa claramente que la
“obsesión protectora puede sólo significar una reacción -remordimiento y
penitencia- contra un impulso antitético, y, por tanto, hostil”. Es decir, en
primer lugar retira la piedra para protegerla lo que significa que le guarda
rencor por haberse ido y, a continuación, la coloca en su sitio alegando que ha
sido estúpido moverla, pero, en realidad, está dando rienda suelta de nuevo a
su hostilidad.
Este
conflicto entre amor y odio se manifestó también en sus rezos. Durante una
temporada religiosa se impuso la obligación de rezar, tarea que cada vez le
llevaba más tiempo, pues en sus oraciones se introducían deseos hostiles y
blasfemias.
Pero
volvamos al conflicto principal, ¿por
qué fantasea el sujeto con que las ratas ataquen a su padre y a su novia? La
palabra Ratten (ratas) está asociada a Raten, plazos o dinero, es decir, la
herencia que obtendría de su padre cuando este muriera, dinero que le
permitiría sellar su compromiso con su novia. Está claro que el padre aparece
como un obstáculo para su vida amorosa y de ahí la fantasía sádica. Asimismo,
dentro del universo simbólico del paciente, las ratas eran niños, la rata “roe
y muerde y con dientes agudos, se muestra sucia, glotona y agresiva” y es
castigada por el hombre. Esto saca a la luz el hecho de que a su novia le
habían extirpado los ovarios y no podía tener hijos. Aunque incapaz de
reconocerlo, experimentaba cierta hostilidad hacia ella por su esterilidad, de
ahí la fantasía de las ratas.
¿Y
la devolución del dinero? El paciente
sabía muy bien que a quien adeudaba el dinero no era a ningún teniente sino a
la joven y bonita dependienta de la oficina de correos. Devolver el dinero significaba,
por tanto, abandonar a su novia por otra más fértil.
Del
caso del Hombre de las Ratas Freud extrae algunas lecciones generales sobre el
comportamiento obsesivo. Por ejemplo, su ambivalencia respecto a la
superstición. El obsesivo suele ser lo suficientemente inteligente como para
desechar todas las supersticiones populares, pero vive preso de sus propias
reglas absurdas. Asimismo la dualidad amor-odio en que se debate suele tener
como consecuencia la parálisis de la voluntad así que suelen ser personas que
dilatan al máximo dar solución a sus problemas y fantasean con la muerte propia
o de otros para no tener que hacerles frente. El combate amor-odio en que vive
le conduce, por lo general, a una disociación de la personalidad. Así, por un
lado, bondadoso, alegre, reflexivo e inteligente, y por otro, sádico, perverso
y violento. En medio, tristemente sometido a constantes rituales absurdos para
ahuyentar la culpa.
El
poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía, lo dota
de grandes montos de afecto.
El
adulto se avergüenza de sus fantasías y se esconde de los otros, las cría como
sus intimidades mas personales, por lo común preferiría confesar sus faltas a
comunicar sus fantasías.
El
jugar del niño estaba dirigido por deseos: ser grande y adulto. Imita en el
juego lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores.
El
dichoso nunca fantasea, solo lo hace el insatisfecho. Deseos insatisfechos son
las fuerzas pulsionales de las fantasías y cada fantasía singular es un
cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria realidad.
Sigmund
Freud
El
creador literario y el fantaseo”. Obras Completas, Amorrortu. Tomo IX
El caso del Hombre de los Lobos
Sergei Pankejeff, el hombre de los lobos, con su esposa en 1910
Historia
de una neurosis infantil, más conocida como el caso del Hombre de los Lobos,
fue escrita en 1914 y publicada en 1918. Está incluida en el volumen XVII de
las obras completas. En ella Freud expone el caso de Sergei Pankejeff
(1886-1979), aristócrata ruso al que atiende de 1910 a 1914. Pankejeff, tras
haber contraído una infección gonorreica a los dieciocho años, había
desarrollado una severa neurosis caracterizada por la parálisis de los
movimientos intestinales necesarios para la defecación, depresión y trastorno
obsesivo. Los diez años anteriores al contagio sexual habían sido normales para
el paciente pero durante su infancia había sufrido una grave perturbación
neurótica compuesta de zoofobia y trastorno obsesivo de contenido religioso.
Freud va a centrarse en los trastornos infantiles del paciente pues está
convencido de que las neurosis adultas tienen sus raíces en el desarrollo de la
sexualidad infantil.
El
paciente relata a Freud que, habiendo sido hasta los cuatro años un niño
totalmente normal, a partir de ese momento sufrió una alteración del carácter y
se mostraba siempre “descontento, excitable y rabioso; todo le irritaba y en
tales casos gritaba y pateaba salvajemente”. Esta transformación parece
coincidir en el tiempo con un miedo feroz a los animales que su hermana
aprovechaba para atormentarle. Solía mostrarle una estampa de un libro de
cuentos en la que aparecía un lobo andando a dos pies, estampa que
desencadenaba en él verdadero terror. Estos miedos se transformaron en un
trastorno obsesivo de contenido religioso. Antes de dormir tenía que rezar
durante horas, santiguarse numerosas veces y besar todas las estampas
religiosas que colgaban de las paredes. Sin embargo, al tiempo que rezaba no
podía dejar de blasfemar, lo que le obligaba por penitencia a prolongar
infinitamente sus rezos. Así, por ejemplo, asociaba a Dios con las palabras
cochino o basura y a la Santísima Trinidad con tres montones de estiércol. En
aquella época también ejecutaba un curioso ritual: cuando veía a algún mendigo
o enfermo respiraba profundamente y luego expiraba como para expulsar de sí su
mala influencia.
Pankejeff
comunica durante la terapia extraños sueños en los que aparece agrediendo a su
hermana y arrancándole sus velos o algo así. Estos sueños hacen emerger un
recuerdo verdadero antitético, es decir, un recuerdo en el que él era agredido
por su hermana y quedaba cuestionada su masculinidad. Había ocurrido que a los
tres años y medio su hermana le había cogido el miembro y había jugueteado con
él diciéndole que aquello era normal y que su amada chacha lo hacía con todo el
mundo. Cuando en la pubertad intentó aproximarse físicamente a su hermana y
esta lo rechazó, el sujeto, para vengarse de ella, rebajarla y reafirmarse, se
aficionó a las criadas, de inteligencia inferior a la suya.
El
intento de seducción de la hermana no le produjo sino asco así que orientó su
libido hacia la chacha. Empezó a juguetear con su miembro delante de ella pero
esta lo rechazó y le advirtió que a los niños que hacían eso se les quedaba en
aquel sitio una herida. Es el primer aviso de castración, un elemento decisivo
en la posterior investigación de Freud. Este fracaso impidió su correcto desarrollo
sexual y experimentó una regresión a la fase anal en su vertiende sádica: se
dedicó a matratar cruelmente a su chacha y a los animales, arrancando las alas
a las moscas, pisoteando escarabajos, cortando en pedazos las orugas… Sin
embargo, también estaba presente el tipo masoquista de la fase anal: fantaseaba
con niños a los que los azotaban en su miembro. Y esto nos lleva al tercer
objeto de su corta vida sexual: su padre. Había pasado de su hermana a la
chacha para terminar en su padre, al que molestaba con su maldad para obligarlo
a castigarle.
Esta
etapa de maldad y perversidad se trunca por causa de un sueño que le provocará
en adelante una intensa angustia, es el sueño de los lobos.
«Soñé
que era de noche y estaba acostado en mi cama (mi cama tenía los pies hacia la
ventana, a través de la cual se veía una hilera de viejos nogales. Sé que
cuando tuve este sueño era una noche de invierno). De pronto, se abre sola la
ventana, y veo, con gran sobresalto, que en las ramas del grueso nogal que se
alza ante la ventana hay encaramados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o
siete, totalmente blancos, y parecían más bien zorros o perros de ganado, pues
tenían grandes colas como los zorros y enderezaban las orejas como los perros
cuando ventean algo. Presa de horrible miedo, sin duda de ser comido por los
lobos, empecé a gritar…. y desperté. Mi niñera acudió para ver lo que me
pasaba, y tardé largo rato en convencerme de que sólo había sido un sueño: tan
clara y precisamente había visto abrirse la ventana y a los lobos posados en el
árbol. Por fin me tranquilicé sintiéndome como salvado de un peligro, y volví a
dormirme.
El
único movimiento del sueño fue el de abrirse la ventana, pues los lobos
permanecieron quietos en las ramas del árbol, a derecha e izquierda del tronco,
y mirándome. Parecía como si toda su atención estuviera fija en mí. Creo que
fue éste mi primer sueño de angustia. Tendría por entonces tres o cuatro años,
cinco a lo más. Desde esta noche hasta mis once o doce años tuve siempre miedo
de ver algo terrible en sueños.» El sujeto dibujó la imagen de su sueño tal y
como la había descrito.
Dibujo
de Sergei Pankejeff del sueño de los lobos. Museo Freud, Londres.
Aunque
el papel terrorífico del lobo en cuentos infantiles como Caperucita Roja puede
estar asociado al sueño, la “tenaz sensación de realidad” con la que el sujeto
lo experimenta le indica a Freud que debe buscar en otro lugar diferente su
significado. Cree, por sus estudios sobre la interpretación de los sueños, que
la sensación de realidad revela que existe un material latente que aspira a ser
recordado como real y no mera fantasía. La quietud de los lobos es, a su vez la
transfiguración por antítesis de algún episodio violento. Sus largas colas son
símbolos fálicos y con ellas se relaciona una historia contada en aquella época
por su abuelo en la que un lobo pierde la cola. Otra vez la castración. El
lobo, por último, en tanto que inspira miedo y respeto, parece simbolizar al
padre. Con todos estos elementos Freud cree que el sueño esconde la
contemplación a una edad temprana por parte de Pankejeff de la “escena
primordial“, el coito entre sus padres. Además en una posición especialmente
significativa pues deja a la vista los genitales, “erguido el padre, y
agachada, en posición animal, la madre”, coitus a tergo, more ferarum. Una de
las consecuencias futuras de esta visión que apoya la interpretación de Freud
es que el sujeto desarrollará un impulso obsesivo, inexplicable y irreprimible
hacia las mujeres que adopten esa postura. Uno de tales furiosos impulsos le
costará la gonorrea anteriormente citada. El miedo al lobo, que tanto
angustiaba a Pankejeff, era, según Freud, una advertencia del yo contra el
secreto deseo de adoptar el papel de la madre, un papel sexualmente pasivo, homosexual
y, por tanto, castrante.
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