SEMINARIO 7 LA ÉTICA DEL
PSICOANÁLISIS
Reseña de la presentación de
MANUEL FERNÁNDEZ BLACO de los capítulos XIII y XIV del Seminario 7 de Jacques
Lacan: La Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en
Granada el 27 de octubre de 2012.
Manuel Fernández Blanco inició
su comentario de los dos primeros capítulos del apartado La paradoja del goce
situando la función del padre a partir del mito del asesinato del padre como
origen de la ley. Dos referencias freudianas serán clave: Tótem y tabú (1), y
Moisés y la religión monoteísta (2).
Citará a Vicente Palomera para
recordarnos que un padre es aquello a lo que los hijos dan muerte, es decir que
el asesinato del padre es lo que funda al padre. Asesinato del padre de la
horda que para Freud constituía el origen real, una suerte de Big Bang, de las
instituciones humanas: no habría cultura, no habría civilización, no habría
conciencia moral del sujeto, ni existirían instituciones humanas, sino a partir
del asesinato del padre.
El duelo por el padre, en el
Edipo, funda el Superyó. El Superyó es entonces una de las consecuencias del
asesinato del padre.
Lacan se apoya en dos
conferencias que impartió hacía poco tiempo en Bruselas y que son conocidas
como Discurso a los católicos (3) y hará referencia a la conocida epístola a
los Romanos donde se dice: solo tuve conocimento del pecado por la ley. Se
tratará entonces de situar el nudo entre la Ley y el pecado, siendo la ley la
que nos hace pecadores.
Manuel Fernández Blanco
recordó que en este seminario el acceso al goce Lacan lo sitúa en el paradigma
de la transgresión: Se accede al goce por la transgresión, es decir, sin ley no
hay transgresión y por lo tanto la ley es necesaria para acceder al goce.
En este sentido se destacò
como uno de los fragmentos nodales de estas lecciones las palabras de Lacan en
la página 214: “Freud escribe El malestar en la cultura para decirnos que todo
lo que del goce se gira hacia la interdicción se dirige en dirección a un
reforzamiento siempre creciente de la interdicción. Cualquiera que se dedique a
someterse a la ley moral ve siempre reforzarse las exigencias siempre más
minuciosas, más crueles, del superyó”. Es decir que las personas con mayor
rigidez moral, las que se permiten
menos, sufren más de culpabilidad. Freud dirá que esto ocurre porque los deseos
son irrenunciables:
“Conocemos dos orígenes del
sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad; el segundo, es el
temor al superyó. El primero obliga a renunciar a la satisfacción de los
instintos; el segundo impulsa, además, al castigo, dado que no es posible
ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos. (...)
Originalmente, la renuncia instintual es una consecuencia del temor a la
autoridad exterior; se renuncia a satisfacciones para no perder el amor de
ésta. Una vez cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha
autoridad y ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad.
Pero no sucede lo mismo con el miedo al superyó. Aquí no basta la renuncia a la
satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y no
puede ser ocultado ante el superyó. En consecuencia, no dejará de surgir el
sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida, circunstancia ésta
que representa una gran desventaja económica de la instauración del superyó o,
en otros términos, de la génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual
ya no tiene pleno efecto absolvente; la virtuosa abstinencia ya no es
recompensada con la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado
una catástrofe exterior amenazante -pérdida de amor y castigo por la autoridad
exterior- por una desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de
culpabilidad” (4).
Lacan para desentrañar la
función del padre parte del texto de Freud Moisés y la religión monoteista (5).
Lacan dice que a Freud lo que le interesa es ver como en ciertas atmósferas
paganas surge el monoteismo. El primer monoteísta de la historia fue el faraón
egipcio Akhenatón, cuyo reino se desarrolló en torno al año 1350 antes de
Cristo. Él instituyó el monoteísmo sobre la base del culto del dios único, del
Sol como dios único. Su reino es breve y, tras su muerte, se intentarán borrar
todas sus huellas de la cultura egipcia. Se destruyen los jeroglíficos, por lo
que no quedan muchas huellas de la época. Freud en su Moisés, parte de una
hipótesis: la hipótesis de que Moisés habría podido ser egipcio.
Lacan dirá que el asesinato de
Moisés era necesario porque Moisés volverá por la vía de la represión a través
de los profetas. Situará la historia de Moisés en la lógica del síntoma:
represión y retorno de lo reprimido.
Freud siguiendo a Sellin
sostendrá que Moisés fue asesinado por los suyos, y que al asesinato siguió el
olvido, la represión, y varias generaciones más tarde en una región llamada
Madián surgió otro Moisés. Este segundo Moisés llamado el Madianita encarna el
retorno de lo reprimido, la expresión de la represión del asesinato del Padre
fundador, del legislador.
Destacó Manuel Fernández
Blanco que el mito de Tótem y tabú sirve para poner de relieve el retorno del
amor al padre que sigue al asesinato y cómo la muerte del padre no sólo no abre
la vía del goce, que su presencia supuestamente prohibía sino que refuerza
-dirá Lacan- su prohibición. Es decir
que matar al padre, para acceder al goce que este prohibía, refuerza la
prohibición del padre a causa de la ambivalencia frente al padre, figura odiada
y al mismo tiempo amada. Así pues, tanto Edipo como Tótem y Tabú y Moisés,
parten del asesinato del padre. Un padre, para Freud, existe a partir de su
asesinato, no solamente desde su muerte. Este es el denominador común de los
tres mitos freudianos.
Jacques-Alain Miller en su
curso Un esfuerzo de poesía (6) nos dice: “Si Freud se ocupa del culto monoteísta,
es en la medida en que reconoce en él lo más precioso de la cultura (...) El
Moisés es la escenografía del traumatismo y de la repetición. Cuando Freud
considera el Uno del monoteísmo, el Un-Dios, se ve llevado a hacerlo advenir
como traumatismo, es decir, como acontecimiento surgido del exterior. Por eso
hace de Moisés un egipcio. El Uno viene del exterior”. Manuel Fernández Blanco
propone aquí pensar en la lógica del trauma: El trauma es algo que no se deja
asimilar en las redes del significante, en el Otro. Por eso su carácter es el
de inasimilable, de real. Miller sitúa a Moisés como un cuerpo extraño en el
pueblo judío. Y es precisamente por tener este carácter de cuerpo extraño,
traumático, por lo que se instala la repetición, pues la repetición es lo que
evita lo real siempre de la misma manera. Por eso las experiencias traumáticas
se repiten, porque no se digieren. Se repiten en los pensamientos, en las
pesadillas, porque lo simbólico no puede metabolizar lo real.
Miller dice más adelante: “En cuanto
a Moisés, él mismo es la metáfora del padre originario, es un operador del que
Freud tuvo necesidad para establecer la unión entre el padre de Tótem y tabú y
el dios del monoteísmo: Esta lógica conduce al cristianismo y, para Freud el
monoteísmo se realiza en el cristianismo, en la medida en que el cristianismo
es progreso, desde el punto de vista del retorno de lo reprimido, al judaísmo
originario”. El judaísmo originario es el que comete el asesinato del Gran
Hombre. Miller señala entonces la discordancia que Lacan evidencia y concluye
introduciendo la castración como homóloga al asesinato, veamos:
“Lacan lo demuestra poniendo
de relieve en la teoría de Freud una discordancia entre el mito de Edipo y el
de Tótem y tabú. En el Edipo, el padre obstaculiza el goce y es preciso matarlo
para acceder al goce de la madre, mientras que en Tótem y tabú matar no
resuelve nada, puesto que su prohibición se eterniza” (7).
“Esta contradicción sólo se
resuelve mediante la fórmula del complejo de castración, como tercero entre el
Edipo y Tótem y tabú -no es un mito, no es un fantasma, e indica que el padre
que Freud busca, que inventa a través de Darwin y a través de la Biblia, y cuyo
forzamiento tiene que producir en relación a Moisés, es estrictamente equivalente
a la castración del falo. Asesinato y castración son los dos nombres de la
misma operación”(7). El asesinato conduce a la castración. Si uno piensa en
asesinar para acceder al goce, lo que se encuentra es con la castración.
Manuel Fernández Blanco
enfatizará las siguientes palabras de Miller: “si Freud busca febrilmente el
asesinato (febrilmente se debe demostrar que Moisés fue asesinado) es porque,
tanto en relación con el padre como con el falo, hace falta una simbolización,
y no hay simbolización sin anulación” (7). De esta manera, Miller establece la
articulación entre Edipo, Tótem y tabú y Moisés, a través de la necesidad –más
allá de historietas- de pasar por una anulación para que se produzca una
simbolización.
El
desarrollo sobre la culpa y el superyó se puede seguir en la interesante
conferencia que Manuel impartió en la Universidad de Granada (8).
Por último Manuel Fernández
Blanco señaló que la lógica edípica pasada a través de Lacan es la metáfora
paterna, es decir que con la pluralización de los nombres-del-padre al final de
su enseñanza, Lacan nos enseñó que todo aquello que anuda significante y goce
cumple la función de Nombre-del-Padre; siendo ésta la noción de punto de
capitón: aquello que permite anudar significante y goce. Ésta es una cuestión
central pues es un instrumento precioso para la clínica.
El apartado 2 de la lección 14
sobre el intelectual de izquierdas y el de derechas fue comentado como “una
exposición aguda y divertida sobre ética e ideología”.
El intelectual de izquierdas
lo define Lacan como un fool, un bufón, un loco, un inocente, un retardado.
Manuel eligió llamarlo pueril, entendiendo puerilidad como la inocencia que
excluye el cálculo del goce del otro, aquel que deja de lado la dimensión del
goce.
El intelectual de derechas
será definido como un knave, un canalla. Canalla en la medida que va más allá
que el cínico. Un canalla que sabe que el goce existe y que todo discurso es
semblante. Si el cínico sabe que el Otro no existe, que existe sólo el goce, el
canalla sabe que el Otro no existe pero lo encarna para los otros. Hace
semblante del Otro que no existe (se instala en el discurso del amo) y pregona
y manda a los otros en función de su propio goce.
El amor al prójimo fue tocado
a partir de la contundente cita de Freud que Lacan presenta para conmover los
oídos de aquellos que les cuesta aceptar la maldad original del hombre:
“[…] el hombre no es una
criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le
atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas
también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el
prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual,
sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para
explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente
sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para
ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo” (9). El goce aquí es para
Lacan un mal porque entraña el mal del prójimo. Amar al otro como a uno mismo
es una crueldad, solo hay que pensar en cómo nos tratamos a nosotros mismos
habitualmente.
Reseña de la presentación de
JEAN- DANIEL MATET de los capítulos XV y XVI del Seminario 7 de Jacques Lacan:
La Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el
24 de noviembre de 2012.
Acompañamos a Jean-Daniel
Matet en el recorrido, inconcluso, que realizó a lo largo de los capítulos: El
goce de la transgresión y La pulsión de muerte, del Seminario de La Ética.
Nuestra lectura nos lleva
hasta el punto que, Lacan, denomina la paradoja del goce. En este momento
debemos retomar la enseñanza de Jacques-Alain Miller que en Los seis paradigmas
del goce nos indica que hay que encuadrar el Seminario de La Ética en el tercer
paradigma, el del goce imposible: el goce asignado a lo real.
El das Ding, la Cosa, nos
señala que la satisfacción, la pulsional, no se encuentra ni en lo imaginario
ni en lo simbólico, es del orden de lo real. En La Ética nos encontramos con
otras barreras además de la que opone lo real a lo imaginario. La barrera de la
ley, la que nos dice “no puedes, no debes”, y la barrera imaginaria en forma de
aparición de lo bello en Antígona.
Tenemos entonces la presencia
de un goce que pasa a lo real, de un goce real fuera de todo sistema, un goce
absoluto. No hay forma de alcanzar el goce sin traspasar el límite, sin
transgredirlo.
Podemos considerar este tercer
paradigma como una forma de salida de la paradoja del goce.
En La Ética el goce es real y
no imaginario como en la primera enseñanza de Lacan. La libido se desdobla como
deseo, entre los significantes y como das Ding, por fuera, en los objetos. El
principio de placer se nos muestra como barrera ante el goce, oponiéndose la
homeostasis del placer y los excesos del goce. El síntoma testimonia sobre la
maldad del goce, refleja la desarmonía del goce con el sujeto.
Es la paradoja del goce la que
nos introduce en la dialéctica de la felicidad y sus relaciones con la Ley, a
la que Lacan considera fundada en el Otro. Es a través del mito de la muerte de
Dios que nos encontramos con la no garantía del Otro, no hay más que falta y el
Otro desfallece.
La muerte de Dios y el amor al
prójimo, históricamente solidarias, se oponen a la doctrina sadiana: al goce de
la destrucción, al mal buscado por el mal, al que podemos llamar Sistema del
papa Pío VI. Doctrina cuya ley fundamental podemos recoger en el enunciado,
Présteme la parte de su cuerpo que pueda satisfacerme un instante y goce, si
eso le place, de la del mío que pueda serle agradable. Manifestación que nos
trae aquello que, en psicoanálisis, llamamos: objeto parcial. Otra de las cosas
que Sade nos muestra es el carácter indestructible, en el fantasma, del otro,
lo que nos conduce a que sean cual sean los esfuerzos del perverso o del
neurótico en su fantasma, el goce es imposible.
Existe prevalencia de la Ley
sobre el deseo, por lo que Lacan se opone a la suposición de que la Ley se opone al deseo. La Ley que prohíbe
el deseo al mismo tiempo lo promueve, es la prohibición quien autoriza la
transgresión.
Lo limitado del tiempo nos
permitió, nada más que, unas breves pinceladas del capítulo dedicado a la
pulsión de muerte, que completamos con las notas de nuestros compañeros.
Lacan encargó a Kaufmann, uno
de sus oyentes, un comentario de los
artículos de Bernfeld y Feitelberg aparecidos en la revista Imago en los años
1920 y 1930. Eran tres artículos: El principio de Le Chatelier y las pulsiones
que tienden a la conservación del si mismo; Acerca de la energía psíquica, la
libido y su mensurabilidad; El principio de la entropía y la pulsión de muerte;
y como el mismo Lacan nos dice un intento de insertar la pulsión de muerte en
una energética ya anticuada. Más en concreto tratan el aspecto energético,
disociado del aspecto histórico, lo que permite eliminar la pulsión de muerte y
devolver la muerte a la energética. Tratan de mostrar, tanto por medio del
principio de Le Chatelier, en tanto principio homeostático, como del concepto
de entropía, que la noción de pulsión de muerte no está justificado. Separan la
pulsión de muerte de la noción de pulsión de destrucción y amparándose en el
principio de Nirvana, que nos remite a la tendencia radical de mantener la
excitación a nivel cero, proponen una energética que reabsorba la pulsión de
muerte.
Lacan respondiendo a los
argumentos de Bernfeld y Feitelberg, después de aclararnos que el goce no se
presenta simplemente como la satisfacción de una necesidad, sino como la
satisfacción de una pulsión y que esta, la pulsión, es algo muy complejo no
reductible a la tendencia en el sentido de la energética, marca la
diferencia entre el segundo principio de
la termodinámica y la pulsión de muerte. En el primer caso, existe la tendencia
a retornar al equilibrio, pero la pulsión de muerte debe situarse en el dominio
histórico articulada en función de la cadena significante.
Lacan retoma el creacionismo
imputado al Sistema del papa Pío VI, que encontramos en el fundamento de la
doctrina sadiana, se trata de crear nuevo espacio a la naturaleza para
permitirle su tentativa de recomenzar. Este retorno al comienzo, al punto cero,
es lo que nos permite situar históricamente a la pulsión de muerte. Recalca,
que en el pensamiento freudiano, la pulsión de muerte está ligada a todo lo que
cuestiona la existencia, pero también es voluntad de creación, de renacimiento
y solo puede serlo cuando la historia se presenta como algo memorable y
memorizado, registrado en la cadena significante, dependiente de su existencia.
Es el significante quien
agujerea lo real y antes del significante está el ex nihilo, como límite
radical, y sobre ese ex nihilo se funda, se articula la cadena significante. Es
necesario, para Lacan, un momento de creación
ex nihilo para el nacimiento del dominio histórico de la pulsión.
Si al comienzo era el Verbo,
antes del Verbo estaba el ex nihilo, así el significante surge de la nada, toda
intención creadora es apartada. Esta perspectiva creacionista permite entrever
la posibilidad de la eliminación radical de Dios. Partiendo de un vacío
inicial, ella permite, según Lacan, articular el significante como histórico.
Solo el significante pone en juego la pulsión, porque hace agujero en el goce
primero.
Reseña de la presentación de
GUSTAVO DESSAL de los capítulos XVII y XVIII del Seminario 7 de Jacques Lacan:
La Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el
15 de diciembre de 2012.
Gustavo Dessal toma como punto
de partida para el comentario de estos capítulos una pregunta de Lacan del
capítulo precedente “¿Qué sucede cada vez que suena para el sujeto la hora del
deseo?”.
El seminario 7 indaga bajo el
acápite de la Ética la cuestión de la pulsión de muerte en relación a la
doctrina y la praxis analítica. Lacan toma este concepto, dado de lado y
rechazado por muchos psicoanalistas posfreudianos, insertándolo en otro concepto
que irá modificando a lo largo de su enseñanza: el goce.
El Bien, aquello de lo que la
Ética se ocupa, se despliega entre el campo del deseo y el goce, entre los que
la Ley hace de frontera al actuar con una función interdictora. Sin embargo, a
lo largo del seminario 7 se van situando una serie de paradojas reveladoras de que entre el campo
del deseo y del goce no hay una frontera tan nítida. Si el deseo está del lado
del Bien, del Principio del placer ¿por qué cada vez que suena la hora del
deseo para el sujeto éste se detiene?
El primer signo de nuestra
relación con el deseo es la angustia. Si hay algo complicado para el sujeto es
ubicarse en conformidad con su deseo; consentir la emergencia de su deseo en
tanto inconsciente. La relación del sujeto con su deseo es tan compleja porque
lo confronta con la Ley, con cierta limitación al goce, pero también lo vincula
con la pulsión de muerte y con el goce mismo. Es esta cuestión la que
desarrolla Lacan en estos dos capítulos donde nos presenta dos formas mediante
las cuales tomamos cierta distancia respecto al deseo: por un lado los bienes,
que nos entretienen, nos distraen en nuestro camino hacia el deseo; y, por
otro, lo bello, que hace una cierta barrera cuando algo de la relación con el
deseo amenaza con volverse angustiante.
Es imposible sustraer
totalmente la dimensión terapéutica de la práctica analítica; lo cual hace que
nos confrontemos necesariamente con la cuestión del Bien. La Ciencia, sin
embargo, se desentiende, en principio, de este asunto; por eso la Ética siempre
viene a posteriori en el desarrollo de la Ciencia.
¿Qué bien persigue el
psicoanálisis en relación a los sujetos bajo su praxis? Una manera de
referirnos a lo que lacan denominó el deseo del psicoanalista sería la de aquél
que se ha podido curar del deseo de curar, del furor sanandis. Si el
psicoanálisis pretende curar de algo al sujeto es de las ilusiones que lo
retienen en la vía de su deseo; bien manteniendo el deseo insatisfecho como en
la histeria, bien prohibiéndoselo a sí mismo como en la neurosis obsesiva. El
psicoanalista debe, en las entrevistas preliminares, calibrar hasta qué punto
un sujeto está dispuesto a consentir, por ejemplo, a un cierto distanciamiento
de sus ideales que lo retienen en la vía hacia la realización de su deseo.
El deseo nos confronta con un
no saber, por eso el deseo al que nos referimos en psicoanálisis es el deseo
inconsciente. Una de las funciones fundamentales de las entrevistas
preliminares consiste en lograr que el sujeto pase, para poder saber algo, de
estar atrapado en falsos anhelos a formular que verdaderamente no sabe cuál es
su deseo. Si hay un elemento en la estructura de la subjetividad que protege de
este campo de no saber es el campo del fantasma. El sujeto no sabe hasta qué punto su fantasma articula toda su
concepción sobre la vida y el mundo.
Lacan refuta, desde el punto
de vista del psicoanálisis, que exista para el ser hablante una relación
natural con el Bien. Hay una tradición filosófica, que se interrumpe por
primera vez con Kant, cuyo planteamiento hedonista consiste en que el Bien es
aquello que nos procura placer y el Mal, displacer. Sin embargo, la clínica
actual proporciona ejemplos de que la vía hedonista puede conducir a un “más
allá del Principio del placer”. Para Freud el Principio del placer es el
principio rector de la vida psíquica, y aunque parece oponerse al Principio de
realidad, sin embargo, éste último resulta una forma de continuación del
primero mediante otras vías; sería una manera distinta de alcanzar algo del
orden de la satisfacción para el sujeto. Pero lo más interesante del
planteamiento de Freud al respecto del placer es el hecho de que el Principio
del placer se produce en un juego de representaciones, es decir, se juega sobre
un inconsciente estructurado como un lenguaje.
Para Freud la primera
experiencia de satisfacción advendría con el surgimiento de una tensión en el
aparato psíquico producida por una necesidad; el Otro primordial aportaría el
objeto que calma esa tensión y el sujeto experimentaría así esa primera
experiencia de satisfacción. En un segundo momento, al presentarse de nuevo la
misma tensión y al haber dejado una huella la primera experiencia, el aparato
psíquico va a encontrar un placer sustitutivo en la carga libidinal de esa
huella en ausencia del objeto que calma la necesidad. Esa primera huella se va
insertando en una cadena de representaciones, cada vez más compleja, que se van
incorporando al aparato psíquico. Esta satisfacción sustitutiva alucinatoria,
posible por lo que Freud llama identidad de percepción, demuestra que el
aparato psíquico del sujeto humano no tiene como fin la adaptación al medio.
El ser humano, por su
inserción en el lenguaje, está privado de obtener una relación simple con la
satisfacción, de obtener de manera simple su Bien. La memoria en el ser
hablante no posibilita el acceso en lo real al objeto de la satisfacción; está
preparada más bien para el funcionamiento del Principio del placer; es
decir, para encontrar en la cadena
significante una satisfacción extraviada respecto del objeto real. El sujeto
humano no se conforma con satisfacer la necesidad, se satisface bajo el
auspicio de los significantes.
No sólo el Principio del pacer
y el de realidad no se oponen, sino que, dice lacan, con placer hacemos realidad;
es decir, la realidad está construida con el auspicio del Principio del placer.
El sujeto se relaciona con la realidad a través del fantasma; por tanto, la
realidad para cada uno es su fantasma.
Lacan se cuestiona sobre si
hay algo que de manera natural incline al sujeto hacia el Bien o si es lo
social lo que produce esa inclinación en el sujeto. El desarrollo de la
civilización no parece haber contribuido a facilitar al ser hablante el acceso
a su satisfacción, a su Bien. La dificultad del sujeto en su relación a la
satisfacción es interna a esa relación.
Lacan va a abordar la cuestión
del Bien pluralizando el concepto: los bienes. Esto tiene su lazo con la noción
de objeto en psicoanálisis. Lacan siguió la idea freudiana de que al no haber
un objeto prefijado, natural para la pulsión, aparece en ese lugar un agujero
en la estructura que se irá ocupando por objetos sustitutivos. La relación del
ser hablante con sus objetos no es del orden de la necesidad. Una vez
satisfecha con ellos la necesidad el ser humano sigue deseando. Además del
valor de uso de los objetos está su valor de goce.
La cuestión central en el tema
de la relación del sujeto con los bienes consiste en que el sujeto desea privar
al otro de ellos. Se trata aquí del poder del Otro primordial que se manifiesta
en la posibilidad de privar al otro de los objetos de satisfacción, gracias a
lo cual este Otro primordial adquiere ese carácter de omnipotencia. Pero también tiene relevancia en este asunto la
cuestión de una cierta obsolescencia de los objetos en su capacidad de
satisfacernos. Aquí el potlatch, la destrucción ritual de los bienes, toma el
valor de una renovación, una revivificación del deseo. Es necesario desprender
al deseo de su alienación a sus objetos imaginarios, los bienes, ya que éstos
hacen obstáculo al sujeto en la vía de su deseo.
La otra barrera, en relación
al deseo estaría del lado de lo bello, que produce un efecto de intimidación,
de prohibición; ejerce una función inhibitoria del deseo. La belleza radica en
la consistencia de unidad imaginaria que ofrece; de ahí que sea necesario
trocear fantasmáticamente el cuerpo femenino para poder gozar de él. El sujeto
intuye de alguna manera que tras la imagen de la belleza hay algo del horror
fundamental ante el que quiere mantenerse a distancia; aunque, por otro lado,
hay un deseo de atravesarla bajo la forma del ultraje.
Reseña de la presentación de HEBE TIZIO de los
capítulos XIX y XX del Seminario 7 de Jacques Lacan: La Ética del
Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiano en Granada el 26 de enero de
2013.
En el trabajo de este
seminario VII (1959/1960) vemos que
Lacan hace un viraje en su enseñanza, un
viraje que tendrá que ver con el objeto y que comenzará a producir en el
seminario 8 sobre la transferencia.
Para lo que nos interesa aquí se trata de una ética del sujeto que Lacan anuncia
como trágica, haciendo cierto paralelismo entre el analizante y la tragedia que
podríamos llamar “el dolor de existir”. Ética y tragedia, tal como es expuesto
por Lacan, a través de Antígona, son una y la misma cosa.
Para hacer el trabajo de
lectura y comentario, Hebe Tizio, se ubicó en los 6 paradigmas del goce de
Miller, como marco para este seminario y luego las indicaciones de lectura, que
el mismo Lacan hace en los capítulos que se han trabajado.
1.-Los 6 Paradigmas del goce de Miller, en concreto
el paradigma 3, en el que aparece el goce como imposible y que Miller
ubica entre: “Observación sobre el Informe de Daniel
Lagache”, el seminario 7 y “Subversión
del sujeto”, entre otros.
2.- En las indicaciones de
lectura que da el mismo Lacan en estos
capítulos vemos que cuando Lacan prepara un texto lee de todas las fuentes
escritas sobre el texto, buscando donde
están los impases, los puntos de fractura, lo hizo con el Banquete, y lo hace
con Antígona.
Conviene recordar que Lacan
siempre hace referencia al saber leer
del analista. En su escucha el analista
lee algo que esta más allá del decir de analizante, es decir, algo que no es el
referente lingüístico externo. Por eso
existe la asociación libre, para invitar
al analizante a hablar, pero en realidad
no es libre, no se puede hablar de cualquier manera, al hablar el
analizante lo que el analista lee es el
referente fantasmático del goce del sujeto.
Lacan dice que solo los que saben
leer entran en la lógica del texto, en la estructura que hay de fondo, hay que
hacer responder al texto en los interrogantes que plantea.
En el paradigma 3 Miller sitúa
el goce como imposible, el goce es definido como real, fuera de lo simbólico.
En ese momento para Lacan, el
goce de lo real, es un goce rodeado por
barreras, que se alcanza por transgresión, se halla en primer plano la defensa
en relación al síntoma. Lo que Miller pone de manifiesto en este paradigma 3,
es que más que estar relacionado con la
tachadura significante, está
relacionado con el modelo de la vasija que Lacan toma de Heidegger. Albergar un
vacío.
En su enseñanza posterior
Lacan irá introduciendo el campo del goce, adentrándose de lleno en un nuevo camino
sobre lo real, como lo que está fuera de los ordenamientos del significante.
Hay algo no civilizado, algo no humano, algo del orden del Das Ding, de
forclusión generalizada.
Esta reflexión ética apunta a
una perspectiva nueva, básicamente es el
tema de la pulsión de muerte, que aparece en primer plano y por la vía de la
ley moral. Las barreras tienen toda su
importancia, porque se trata de la verdadera barrera en tanto detiene al sujeto
ante el campo innombrable del deseo radical, campo de la destrucción absoluta.
Antígona representa el deseo puro, deseo de muerte. Esto es muy importante,
Lacan hace referencia a lo que él denomina “fenómeno estético” en tanto es
identificable con la experiencia de lo bello, como la última barrera que
detiene antes del goce.
Por eso es importante ver que
en esta perspectiva ética Lacan va a descubrir, en el brillo de Antígona, una
estética, mostrándonos, que lo bello es el velo que tapa el horror que hay
detrás. El brillo de Antígona es algo que ciega, atrae la mirada, concentra la
mirada, pero ciega para no ver efectivamente
lo que hay detrás, el deseo puro, deseo de muerte. En esa perspectiva lo
bello está más cerca del mal que del bien.
Lacan toma a Antígona como
punto nodal de esta ética, haciendo una interpretación original de un texto muy
trabajado.
Señala dos cuestiones
fundamentales en Antígona:
a) Antígona, víctima
voluntaria, yendo hacia la muerte anticipada,
Antígona en relación a la pulsión de muerte. A Yocasta, Eurídice y
Antígona las une un lazo de muerte en esta tragedia familiar.
b) La relación con el hermano, que se inscribe,
para Lacan, en la saga de la que viene el incesto.
Los comentaristas estetas
(personas versadas en estética) y dialécticos, de este texto, como Goethe y
Hegel, se detienen en un momento anterior, el brillo, la belleza, pero no
desvelan esos otros aspectos más allá de la belleza. En su Estética, Hegel ve
en Antígona una de las obras mas sublime
de todos los tiempos. Desde esta perspectiva clásica, lo que hay en juego, en
esta tragedia de Antígona, es la pugna, entre
la ley pública del Estado y el
amor interno de la familia y el deber para con el hermano, el pathos de
Antígona, la mujer, es su interés por la familia.
Asombra, dice Lacan, que los
estetas y dialécticos no señalan ni los limites ni los puntos de franqueamiento
de esta obra, de ahí que habla Lacan de los ismos y amuleto intelectual.
Para Lacan decir esto es echar
un velo sobre las cuestiones de fondo, es olvidarse de lo que hay en esta tragedia, por ejemplo Creonte, en
un momento determinado dice que el hombre allí
es Antígona.
Lacan ha ido más allá del brillo de Antígona, nos señala algunas cuestiones en otra
dirección. Se plantea el tema de la catarsis e inventa un más allá de ésta.
Hace una crítica a la función catártica,
porque habla del apaciguamiento, el coro, cuando habla en la tragedia es como
la gente que se turba.
Básicamente el argumento de
esta tragedia, Creonte, rey de Tebas
quiere el bienestar de la ciudad, de la comunidad, Polinices, hermano de
Antígona, había caído en las puertas de Tebas, en el bando de los sitiadores,
Creonte no quiere que nadie le entierre, Antígona se opone. Parece que el amo
manda y la joven se opone, Lacan saca de entrelíneas otras cuestiones de esta
tragedia, aludiendo a otra tragedia, la tragedia de Edipo. Para Lacan Antígona es
hija del incesto y sus avatares.
Personajes centrales: Creonte,
Antígona, el Coro, (Otros personajes: Hemón,
hijo de Creonte y novio de Antígona, Ismene, hermana de Antígona, quien
se reconoce incapaz para oponer
resistencia, en un pasaje dice: nací incapaz para oponer resistencia ante los
ciudadanos).
¿Qué funciones tienen estos
personajes centrales?: Coro, Creonte y Antígona?
Lacan, que va a hacer un
contrapunto con lo inhumano de Antígona, sitúa al coro como el punto humano,
(el coro en las tragedias, es la voz del pueblo, lo sensato, el sentido común,
el apaciguamiento, el que avisa de la destrucción que se avecina y previene
sobre los excesos).
Hace un recorrido haciendo
referencia al concepto de catarsis de Freud, a los cataros y su mito de
purificación y a un pariente de la mujer de Freud, médico que situaba la
catarsis del lado medico.
Antígona tiene un poder
disipante, se trata de la belleza de Antígona y del papel que tiene en dos campos
simbólicamente diferenciados, la vida y la muerte y de ese punto extrae su
brillo, ese lugar es el que Lacan va a intentar definir.
Lacan hace referencia a la
imagen fascinante de Antígona, se trata de la belleza y de su papel en dos campos simbólicamente
diferenciados, la vida y la muerte y de ese punto extrae su brillo.
Lo desconcertante de esta
victima voluntaria, es que hay en ella algo de inhumano, Lacan da todo su peso
a este punto en Antígona, porque no retrocede, no se arrepiente (pag. 309), en
este sentido el verdadero héroe es Antígona que no se deja conmover por los
efectos que puede mantener su desafío.
Lacan señala que los dos protagonista, a primera
vista, parecen desconocer lo humano aunque uno de ellos llega hasta el final, por
eso, el verdadero héroe es Antígona, que reúne las características del héroe
trágico, asume sus actos sin temor, sin piedad: no retrocede. Acto que la
posiciona más allá. Traspasa el límite. No se detiene. Mientras que Creonte se
deja conmover.
Creonte, refiriéndose a Antígona dice, su comportamiento es un desafío, y se
ufana de ello, se ríe por haberlo cometido, el hombre de verdad no soy yo sino
ella es el hombre de verdad. Mas allá de las leyes de la ciudad, hay un punto
en el que Creonte es desafiado por Antígona y Creonte lo ve. Por eso aparece la
dimensión del castigo porque percibe que si retrocede el triunfo de ese desafío
queda impune.
Lacan sitúa a Antígona como la heroína, ¿pero qué amor es
el que hay en juego?
La causa de ir más allá del
límite en Antígona la sitúa Lacan, (pag
315), ella cree que su vida no vale la pena ser vivida, este es el punto
trágico, el punto en el que no puede más, que por otro lado es el punto central de Edipo, “mejor no haber nacido”. En
el fondo la muerte para Antígona, vivida de manera anticipada, es una
consecuencia, la vida de Antígona no
vale la pena porque su vida esta marcada y determinada, por el drama fatal de
Edipo.
El enigma que Antígona nos
presenta, es su inhumanidad, y no la
situamos en el registro de la monstruosidad, sino que hay algo no civilizado
por el significante, no tratado, lo no cocido por el significante, lo inhumano
es eso metáfora de lo crudo.
Como concluye la tragedia de
Antígona? Cuando Creonte intenta retroceder
ya es tarde, se ve al final a un Creonte que ha perdido todo, Antígona
pierde la vida, pero él queda caído, recuerda al hijo muerto Hemón, y a Antígona, su exceso se vuelve contra él.
El error de juicio de
Creonte, es que quiere el bien para
todos (esto plantea una larga disquisición sobre la ética aristotélica del Bien Común) Creonte queda
como un inocente que invade otro campo, el exceso de Creonte es pensar que la idea del bien podía vencer,
podía reinar, sobretodo sin que apareciese un exceso, la idea del bien obliga a
esta dimensión de la tragedia, idea del bien implica la tragedia.
Antígona que se define como
muerte en vida, su espíritu ya esta muerto…Es la Antígona entre dos muertes…la
reflexión de Lacan sobre la muerte
biológica y la muerte de los elementos que marcan la existencia del sujeto,
Antígona, aun en vida, sabe que va a la
muerte. Esto lo toma de Sade. En Sade es el borramiento, sin rastro de su
pasaje por el mundo. Vemos la importancia de la huella, este fue el castigo
impuesto por Creonte a Antígona: dice Creonte: la llevaré a un lugar adonde no
existan huellas humanas…sepultarla viva en un lugar sin huellas humanas, luego
tras encerrarla en un túmulo recubierto, dejarla sola y nosotros estamos
limpios de culpa, en lo que a esta muchacha
respecta y en todo caso, quedara privada de todo contacto con la gente
de aquí arriba, la comunidad no tiene
mancha por la acción que va a cometer,si le pide al dios de redención podría
evitar la muerte.
Termina en un párrafo del coro
donde hace referencia a la ética y la
felicidad, La sensatez resulta con mucho
lo primero y principal de la felicidad, ninguno de los dos ha sido sensato, ha
habido excesos del lado de Creonte y de Antígona, en la moraleja de la
tragedia, está presente la cuestión del exceso, es La felicidad aristotélica,
el termino medio.
Reseña de la presentación de
JORGE ALEMÁN del capítulo XXI del Seminario 7 de Jacques Lacan: La Ética del
Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 16 de febrero
de 2013.
Antígona es a los filósofos lo
que Edipo al psicoanálisis.
Ha tenido muchas lecturas a lo
largo de la historia del pensamiento (Schelling, Heidegger, Hegel) habría que
ver si Lacan añade algo.
Relación entre tragedia y
pensamiento
¿Se trata de inscribir la
tragedia en una enseñanza? O hay algo de la tragedia que se resiste a ser
agotado, que permanece impensado por la filosofía y, por lo mismo, retorna. Hay
una tensión entre tragedia y pensamiento.
Las dos construcciones más
importantes son la de Heiddegger y la de Hegel y en las dos abrevó Lacan.
Para Heiddegger una vida no encuentra su autenticidad hasta
que no anticipa su propia muerte. Lacan pensó durante tiempo el fin de análisis
como la asunción del ser para la muerte. Por eso interesa Antígona como quién
anticipa su propia muerte y realiza finalmente su acto auténtico, es un momento
de separación.
El ser para la muerte es un
vacío (la figura de la vasija construida por el alfarero alrededor de un
vacío)., Lacan en este seminario se demora en Antígona y vemos el eco de
Heiddegger.
En cuanto a la Antígona
Hegeliana, nos interesa por el peculiar
estilo con el que Hegel incluye la diferencia sexual en la travesía del
espiritu.
Para Hegel, en Antígona, dos
leyes entran en oposición: ley divina ( que se corresponde con lo inmediato, lo
familiar, lo subterráneo, lo natural, lo opaco) y ley humana ( que implica al
Estado, la comunidad política, los bienes de la ciudad, las mediaciones, el
para sí, la racionalidad). El sueño de Hegel es que haya una autoconciencia que
las logre reunir, un nuevo lugar que las reconcilie. Aunque a la vez ve algo
insuperable en el conflicto que presenta la tragedia.
Los personajes de la tragedia
no pueden visualizar lo que Hegel sí visualiza: que entre las leyes del estado
y las leyes de la familia tiene que haber algún tipo de nexo.
Lo más inquietante de esta
oposición hegeliana aparece cuando observamos que ambas leyes se van
confundiendo con la diferencia sexual: la ley humana desemboca en el varón y la
ley divina en la mujer.
La vía que podría poner a la
familia en la misma vía que el estado, en lo universal, es en la sepultura de
los muertos.
Para Hegel la relación marido-
mujer y padres- hijos están coloreados
de inconsciente e inmediatez, no están
en la eticidad (por eso el hombre va a la guerra para volver a la eticidad del
estado)
Una instancia ética de la
mujer, para Hegel, es la hermana. La relación entre hermanos, libre de
apetencias, pura, hace de Antígona la
posibilidad de fundar una eticidad, su propia ley (delirio hegeliano)
Lacan tiene una relación
ambivalente con Antígona, atracción y reserva a la vez por este héroe trágico.
Para Lacan lo que define al
héroe es aquel que está impunemente
traicionado, está solo, es una pieza suelta y para alcanzar el verdadero
estatuto de héroe tiene que reducirse a su individualidad absoluta, está fuera
de la culpa y de la deuda porque no intercambia con el otro nada y puede jugar
su carta sin temor ni compasión. Su verdadera soledad radical es un cilindro
anamórfico, un lugar entre las dos muertes donde el héroe por sus rasgos.
La amartía es el error de
juicio, es Creonte el que está en la amartia (queriendo hacer lo correcto se
termina haciendo lo terrible, confunde los límites de la ciudad con los límites
del bien, y de este modo no cumple ni con los deberes familiares porque
Polínices es su sobrino) mientras que Antígona está en la até (acción reflexiva
fatal, que Lacan conjuga en términos de transgresión), esta Antigona introduce
lo que podríamos anticipar como el significante que falta en el Otro. Todo acto
transformador siempre se sostiene de una ley no escrita. La justicia no es el
derecho, no son lo mismo, la justicia no está en la cadena significante del
derecho, hay cosas de la justicia que está siempre por venir a modo de promesa,
mesíanico. Es identificandose a una ley no escrita que Antígona se hace
portadora de una transgresión.
Lacan dice que Antigona es la sincronía y Creonte la diacronia. Está
sola… porque encarna el momento de la desaparición del sujeto, ese momento en
el que no hay nada que la remita a nada, separada de toda la cadena
significante, pero no es crudo, está en la pureza de su propio ser de sujeto.
En introducción al narcisismo
Freud dice que la verdadera mujer no ama sino que se deja amar por los otros,
como Antígona, un sujeto puro de la división, vaciado de todo, porque no hay eros, a Lacan le interesa el caracter
irreductible de esta mujer, su deseo puro. Es hija de un deseo criminal (es
hija de Yocasta y Edipo) . Y es bella porque refleja la pulsión de muerte,
porque coincide con la sincronía en la que el sujeto es capturado por el
significante, esta fuera del goce fálico y lo único que le da consistencia es
esa relación tautológica de “ mi hermano es lo que es ”, es el modo que tendría de decirse la pulsión
si hablara. La pulsión es tautológica, es lo contrario de la metonimia. Este
estar entre dos muertes es por un lado la división en su pureza radical y la
relación a un uno, que es el hermano, que es tautológica porque encarna un
deseo puro, donde la diferencia entre el goce y el deseo no está establecida y
es un deseo donde Antígona no retrocede.
Podemos pensar que Lacan nos
lleva a pensar el fin de análisis como un deseo frente al que no se retrocede,
y encuentra en Antígona un ejemplo de este deseo.
Lacan añade algo distinto al
heroe trágico, ya no es solo la soledad, la justicia, sino que hay algo, la
até, donde el sujeto es idéntico a la pulsión de muerte, hacer brillar en su
propio cuerpo lo irrepresentable de la pulsión de muerte y para eso era
necesario ser hija de un deseo criminal y tener con el hermano una relación de
muertos.
¿Quién tiene razón? Antígona,
porque si no se entierra a los muertos ya no hay diferencia entre vivos y
muertos, Antígona está haciendo una ley más universal que la de la ciudad que
defiende Creonte.
El acto de Antígona ¿es
sacrificial? Es irreductible. Antígona identificándose a una ley no escrita,
sabe algo que el lenguaje de la razón práctica kantiana de Creonte no puede
admitir.
Lacan está atraido por el
deseo decidido de ella. Sabemos que hay deseo puro y en el deseo puro hay algo
mortífero, pero también hay deseo decidido, hay las dos vertientes.
Reseña de la presentación de
MARCO FOCCHI de los capítulos XXII y XXIII del Seminario 7 de Jacques Lacan: La
Ética del Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 20
de abril de 2013.
Marco Focchi destaca la
actualidad del Seminario de la Etica del psicoanálisis a pesar de que fue
impartido hace 50 años.
Estas dos lecciones conciernen
a la política del psicoanálisis, la política entendida como lo que atañe a los
objetivos del psicoanálisis.
De manera general se puede
decir que la experiencia del psicoanálisis apunta a mejorar la condición del
sujeto, lo que lleva a plantear la cuestión de qué significa la curación en
psicoanálisis y a la noción de síntoma.
Focchi plantea que la última
noción de síntoma aunque aún no está en este Seminario sobre la ética, es
interesante considerarla porque nos
ayuda a articular el problema de los objetivos.
La diferencia entre la primera
noción de síntoma y la última es que la primera definición en Lacan está
fundada sobre el leguaje; el síntoma es una metáfora, es el paradigma mas
clásico del psicoanálisis, en esta definición donde el significado está
reprimido, la operación principal del psicoanálisis es la interpretación.
Cuando se encuentra el significado reprimido, el síntoma deja de tener su
función y desaparece.
La segunda definición de
síntoma en Lacan es diferente, el síntoma con th ya no es un significante de un sentido reprimido, sino el
signo de algo que es el goce, que se construye como obstáculo, como
sufrimiento, es algo que no se puede eliminar sin eliminar lo que constituye la
vida del sujeto, el núcleo de su vida; de ahí lo que se define como reacción
terapéutica negativa.
Así pues, el objetivo de
"mejorar la condición del sujeto" es una operación muy diferente si
se considera a la luz del síntoma, entendido como metáfora, o si lo vemos como
signo de goce.
La demanda que formula el
sujeto cuando se dirige al analista tiene que ver con la felicidad.
El tema de la felicidad es un
tema político, como tal se plantea en la época de la revolución francesa y
Lacan retoma la idea, que considera moderna, de que no hay satisfacción si no
hay satisfacción para todos.
El nudo entre felicidad y
política es un aspecto que hay que tener en cuenta.
La idea básica utilitarista de
"desarrollar el máximo de felicidad para el mayor número de
personas", está a la base de la consideración política de la felicidad en
un sentido objetivo, lo que desplaza la felicidad subjetiva que es la que se
demanda a los analistas.
La felicidad del lado de la
política es algo que se demanda al amo, se vuelve pasiva. Por el contrario la
felicidad subjetiva es activa, al igual que para Aristóteles, es lo que se produce.
El psicoanálisis entendido
como experiencia de verdad, hoy día no puede prescindir de como vienen las
demandas de los pacientes, impregnadas de las opiniones de los medios, de la
cultura en la que vivimos.
Las opiniones están
articuladas en las demandas, son los problemas que se presentan en los nuevo
síntomas, en los síntomas contemporáneos; entendidos como nuevas formas del
síntoma no tanto como nuevas estructuras.
En este sentido es importante
la opinión para comprender las formas en las que el malestar se va a presentar
y la forma en la cual se presentan las demandas al psicoanalista, es preciso
entender algo de esto para comprender las causas verdaderas.
La clínica del sujeto, que la
escucha del psicoanalista privilegia, no va por tanto sin la clínica de la
civilización.
Así pues están las nuevas
formas del síntoma y también las nueva formas de las demandas.
Ahora a menudo la gente viene
preguntando por la solución de un determinado problema, fijando los objetivos;
es preciso un trabajo preliminar, para disponer a la gente a escuchar su
inconsciente, que aparentemente no le interesa. No obstante es preciso pasar
por esas vías, por esos procesos. Esa es la posición nada fácil del psicoanálisis
hoy; hay que poder entrar en los laberintos, en las contradicciones,
desentrañar lo que es la felicidad para cada cual.
A partir de la demanda de felicidad Lacan se interroga a propósito de
la feliz satisfacción de una tendencia, y esa pregunta le lleva a la cuestión
sobre la sublimación. La definición clásica de Freud de la sublimación es “un
modo de satisfacción, sin represión”, concepto al que hay que enfrentarse, no
tanto como un modelo de la terminación del análisis, sino como un modo de
interrogarse sobre lo que es el deseo en su carácter radical.
En estas lecciones Lacan hace
referencia al héroe, contraponiéndolo al hombre común; el héroe es el ejemplo
del hombre del deseo, el hombre deseante, el que conduce su deseo hasta el
final, hasta el fondo, hasta lo que es el juicio universal, así lo dice
explícitamente Lacan: “la realización del deseo se formula necesariamente en la
perspectiva de juicio universal”.
Así pues, la cuestión radical
del deseo es una cuestión que pone en juego la muerte, la relación con la vida y con la muerte. La tragedia de Antígona
es un paradigma en este sentido.
Es preciso considerar que la
pulsión fundamental es la pulsión de muerte. Por otro lado Freud decía que en
el inconsciente no hay representación de su propia muerte; ¿cómo enfrentar esa
cuestión tan profunda y radical, que tiene un valor absoluto?
Marco Focchi nos indica que
Lacan define aquí lo que es un precursor de la noción del semblante, que
desarrollará10 años después del seminario sobre la ética.
Ante la falta en ser, una
falta que nada puede llenar ni colmar, esa falta de ser es un marco vacío donde
el sujeto encuentra su lugar, respecto al cual hay una relación con algo
que es un abismo, no es algo que se
puede mirar tranquilamente, es un deseo de nada; para relacionarse con ese
deseo tan radical, es preciso algo que lo vele. Es algo que Lacan define como
la mirada central del deseo, es la mirada que indica el lugar del deseo como
deseo de nada y que Lacan lo define con dos palabras griegas que busca en uno
de los coros de la tragedia de Antígona,
esas palabras son hímeros enargés,
literalmente el deseo vuelto visible, lo que hace manifiesto lo invisible del
abismo, es decir, el deseo de nada. Lacan recurre a unas referencias que se
anteponen, que ponen un límite al hombre en relación al abismo.
Una de esas referencias es lo
bello, lo bello en el arte. Lacan toma
un ejemplo en la imagen de un cuadro, “Los zapatos de los campesinos” que pintó
Van Gohg, son unos zapatos abandonados que el campesino dejó después del
trabajo; Lacan dice que ese abandono manifiesta la presencia de una ausencia, y
pone esa idea en relación con la tensión temporal, lo interesante del
comentario que hace Lacan del cuadro de Van Gogh, nos dice Focci, es que
relaciona lo bello como signo del tiempo, en el cual la Cosa, Das Ding,
transcurre, se muta, aparece y desaparece y en ese sentido indica la
creatividad.
Esta definición de Lacan pone
lo bello en relación con lo que pasa, lo que transcurre, lo que se mueve; lo
bello no es lo eterno, como en el ideal clásico, sino lo que pasa, lo que se
genera en el tiempo. Lo interesante de esto para los analistas, es que la
producción de lo nuevo, lo que nos dice, es que lo que encontramos en una
experiencia analítica no está predeterminado, que lo importante no son tanto
las historias del pasado, que también lo son, sino la perspectiva de la
producción de algo nuevo que va a reactivar el deseo.
La otra referencia es el
Aidos, el pudor, es otra barrera, dice Lacan, que preserva de la presión
directa de lo que es el centro de la conjunción sexual.
Focci concluye que tanto lo
bello como el pudor se pueden comprender como efecto del falo, entendido como
significante imaginario en contacto con la vida, la vida que siempre se
escabulle.
Ahí donde Freud, en su texto
"Análisis terminable e interminable", sitúa la roca básica del
análisis, Lacan busca algo mas allá y comienza con una crítica, una relativización
de la cuestión del falo; se desmarca criticando la concepción de la Ego
Psycology, de que el bien supremo es alcanzar la sexualidad genital.
Para Lacan lo que la
experiencia del análisis aspira a alcanzar en su punto terminal, no es tanto el
bien supremo, sino la aceptación de lo que es la Até, entendida como el signo
de condena que atraviesa las generaciones.
A la demanda inicial de
felicidad, bonheur, que se le hace al analista, al final del recorrido la única
respuesta es el malheur, la aceptación de la Até, de la desdicha, del signo de
condena que atraviesa las generaciones; la idea de Lacan es que el análisis
termina en el reconocimiento de una falta, tomando su última enseñanza podemos
decir en el reconocimiento de un signo de goce, para lo cual es necesario
entrar en la desdicha, en las antinomias del goce. La experiencia del análisis
lo que viene a mostrar es que no hay bienestar sin malestar.
Al desmarcarse del Summum
Bonu, Lacan se pregunta si el éxito de un análisis no consiste en el bienestar
individual relacionado con lo que él llama "la administración de los
asuntos, de los bienes". Su respuesta es una crítica a la perspectiva
utilitarista, delimitando de manera muy clara dos campos, contrapone al campo
de la administración de los bienes, lo que concierne a las comunidades
burguesas, el ámbito del deseo.
La lógica que rige el ámbito
de los bienes es la lógica del capitalismo, que consiste no en conservar sino
en incrementar los bienes; lo que Lacan nos dice es que la relación exclusiva con
los bienes amputa la relación con el deseo.
Lo que Lacan vio en esos años
fue la totalización de la vida en la esfera de los bienes, el liberalismo
salvaje que llega hasta una política de extinción del deseo.
Lacan quiere desenganchar la
ética del psicoanálisis de la ética de los bienes, lo que es el objetivo del
psicoanálisis es introducir al hombre en la vía del deseo.
En este Seminario Lacan
muestra una dimensión muy dramatizada del deseo, el deseo en su relación
fundamental con la muerte. Entiende que la experiencia analítica tiene que
conducir al hombre frente a la realidad de la condición humana, que no es
precisamente la felicidad ilusoria, sino que está más allá de la angustia, para
dar cuenta de ello toma de Freud el término alemán Hilflosigkeit, el desamparo,
punto en donde el sujeto se encuentra sin nada a lo que agarrarse, donde no
puede esperar nada de nadie. La idea del final del análisis tiene que ver con
el momento en el que el sujeto comprende que no puede pedir a nadie más que a
sí mismo. Es lo que Lacan define en las últimas lecciones de su Seminario como
el momento de lo imposible, "se llega al final de lo que es y de lo que no
es".
Lacan ilustra todo esto a
partir de dos ejemplos importantes como son Edipo y el rey Lear, dos figuras que
eligen la vía de la renuncia pero de manera diferente.
En el caso de Edipo nos
muestra que sigue la vía del deseo, empujado por su deseo de saber pone en
juego su vida, lo que le lleva a exceder los límites llegando a un punto
radical en relación al deseo.
Por el contrario el rey Lear
no tiene la misma relación con el deseo, no entra en la zona donde el deseo
roza la muerte; Lacan considera que está errado, aquí hace una reflexión sobre
la naturaleza de las obligaciones y la complacencia moral, entendida como una
justificación que el hombre se da para ocultar su miedo a los riesgos que van
en la dirección de su deseo.
Lo que muestra la experiencia
del análisis es que resulta más cómodo someterse a la prohibición que exponerse
a la castración, donde uno se enfrenta con lo imposible que está en el fondo
del deseo.
Reseña de la presentación de
ANTONI VICENS del capítulo XXI del Seminario 7 de Jacques Lacan: La Ética del
Psicoanálisis, en el Seminario del Campo Freudiando en Granada el 11 de mayo de
2013.
Antoni Vicens inició su
presentación comentando que el Seminario 7 parece dejar de lado la clínica, sin embargo está
presente siempre. De hecho, Lacan a partir de este Seminario retoma toda la
dimensión de la clínica desde la ética.
Tradicionalmente en la ética,
hay un Bien Superior, más allá de los bienes. Este Bien, puede ser de orden
individual o colectivo; lo colectivo es la política, lo individual es un bien
imperceptible, pero que hay que tomar en cuenta para conseguir la verdadera
felicidad, la ligada a un destino de la humanidad. Actuar éticamente, es actuar
por ese bien de la humanidad. Kant creyó haber encontrado ese nudo entre el
individuo y lo colectivo: “Actúa de tal modo
que la máxima que regula tu voluntad, pueda servir para la voluntad universal”.
Para el psicoanálisis no hay
un Bien transcendental, ni imperativos universales, y si los hay, son
paradójicos y es así como Lacan titula este capítulo “Las paradojas de la
ética” o “¿Has actuado en conformidad con tu deseo?”, planteando esa máxima en
la que confluye todo el seminario: “no hay que ceder en relación al deseo”. Lo
que nos lleva a la pregunta por el deseo, no regulado por la voluntad sino por
el Inconsciente, o más bien, dominado por él.
Esta Ética, es una ética a
contracorriente de la occidental, del
intercambio de los bienes, de la ética del tendero (que denominó Vicens).
La ética se basa en un juicio,
un juicio sobre la acción, alguien que juzga (aunque seamos nosotros mismos)
emite un veredicto: “tú debes… o tú puedes…”. Así el juicio ético se entendía
como un concepto ligado a la voluntad. La voluntad no es un concepto lacaniano,
pero sí lo es el deseo, que a diferencia de la voluntad, necesita del discurso
del Otro. Todo lo importante del ser humano se juega en relación a un discurso.
El deseo no puede presentarse como individual, es siempre el deseo del otro, es
una formación de discurso que siempre incluye al Otro, es inconsciente, es algo
que me domina, no sé bien qué es mi deseo, no está en lo que pedimos, en lo que
queremos; a veces, es justo lo contrario.
La Ética no es una máxima sino
que es la relación entre juicios, de juicio a juicio. Hablar de ética implica
introducir el discurso, necesito el juicio del otro, juicio aplazado a la
respuesta del otro. Así es en el acto analítico, el analista actúa por su deseo
de analista y solo por la respuesta del analizante puede confirmar que ha
habido acto analítico, que implica un paso adelante del deseo del analista,
destilado en su propio análisis.
El deseo del hombre no se satisface
con ningún objeto de consumo, sino con un discurso, con el lenguaje. Tiene como
objeto otro deseo y en esa operación no hay saldo cero, surgirá otro deseo, que
se relanza y circula siempre porque el lenguaje así lo impone, produciéndose un
plus que Lacan luego llamará goce. Cuando alguien actúa un deseo produce un
sentido nuevo del tipo que sea. Ser deseante es esto, es estar atento a los
nuevos sentidos que surgen. Para explicar este “nuevo sentido”, Lacan utiliza
la tragedia y la comedia clásicas. Éstas no son sino una representación de ese
sentido nuevo que surge. La falta, en el deseo, es constitutiva del ser humano
y nada vendrá a satisfacerla. A diferencia del régimen de la culpa donde
hablamos de una falta que puede ser pagada en forma de castigo, resarcimiento,
etc., o como algo que puede ser perdonado si no aquí, en el otro mundo. Sin
embargo, en el deseo es una falta lógica que nunca vendrá a ser saturada. Para
nadie es posible saturar las faltas y de ahí la repetición. Hay una insistencia
de lo real para cada ser humano (el sinthôme), no podemos prever su aparición
pero reaparece siempre en una pequeña región, en un círculo y son las fronteras
del fantasma. Repetición que no apela a ninguna contabilidad. Se repite lo real
sin ley.
En este circuito vemos
aparecer las tres grandes pasiones humanas: El amor, el odio y la ignorancia.
En el amor es fácil ver como
repetimos, nos da la idea de un retorno siempre. En el odio y en la ignorancia
también lo vemos. En la ignorancia: “todos como sujetos no queremos saber
nada…” dice Lacan. Y el trabajo de
análisis es explorar este no querer saber. No queremos saber sobre nuestro
goce, no queremos saber sobre nuestro deseo…
Hay, a continuación, una
reflexión sobre la tragedia de Edipo rey en torno a la frase del coro que dice:
“Lo mejor para el hombre sería no haber nacido y, una vez nacido, sería acabar
cuanto antes con la vida”. Uno puede suicidarse pero no puede no haber nacido.
Para Vicens esta frase es la
máxima expresión del odio. El odio más extremo es el odio a sí mismo. Es el
odio que se puede detectar bien en la clínica de la melancolía, hay un odio y
sus quejas son reproches al otro que no le ha tenido en cuenta. En la
melancolía está muy hipotecado el sentido del amor, es decir la posibilidad de
obtener un “sentido nuevo”. El odio está más cerca de lo Real, es muy difícil
sacar a alguien del odio. El amor cambia, repite, etc. pero el odio parece algo
muy ligado a una fijación.
La vida humana tiene una
dimensión trágica pero también otra cómica. La comedia nos presenta como el
deseo burla las leyes.
No podemos calcular en
relación al deseo. El psicoanálisis no está en el comercio de los bienes. Para
Lacan hay una oposición radical entre lo que él llama el centro deseante y el
servicio de los bienes. Este centro deseante está ligado al concepto de
repetición, al objeto “a”, que funciona como regulador del deseo, no es un
objeto de intercambio, ni del comercio. Tiene algo ligado con lo real, no es un
objeto de cálculo. El objeto “a” solo lo conocemos por su repetición: una
mirada, una voz… que solo se hace patente a través del análisis.
Ese centro deseante, en la
enseñanza de Lacan, en su recorrido se formalizará como objeto “a”, y más tarde
será el goce”. El goce proviene de los circuitos del significante, pero no
solo, más bien de lo real.
El inconsciente está
estructurado como un lenguaje. La repetición no.
El Seminario “La Ética” es un
punto de viraje en la enseñanza de Lacan. Es el momento en que se separa la
estructura del inconsciente de la repetición.
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