La
acción conjunta de la disposición congénita y las influencias experimentadas
durante los años infantiles determina, en cada individuo, la modalidad especial
de su vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el
sujeto habrá de exigir en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer.
Resulta,
así, un clisé (o una serie de ellos), repetido, o reproducido luego
regularmente, a través de toda la vida, en cuanto lo permiten las
circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos eróticos asequibles,
pero susceptible también de alguna modificación bajo la acción de las
impresiones recientes.
Ahora
bien: sólo una parte de estas tendencias que determinan la vida erótica han
realizado una evolución psíquica completa. Esta parte, se halla a disposición
de la personalidad consciente. En cambio, otra parte ha quedado detenida en su
desarrollo y sólo ha podido desplegarse en la fantasía o ha permanecido
confinada en lo inconsciente. El individuo cuyas necesidades eróticas no son
satisfechas por la realidad, orientará representaciones libidinosas hacia toda
nueva persona que surja en su horizonte, siendo muy probable que las dos
porciones de su libido, la capaz de conciencia y la inconsciente, participen en
este proceso.
Es,
por tanto, perfectamente normal y comprensible que la carga de libido que el
individuo parcialmente insatisfecho mantiene esperanzadamente pronta se oriente
también hacia la persona del médico. Esta carga se atendrá a ciertos modelos,
se enlazará a uno de los clisés dados en el sujeto de que se trate.
Conforme
a la naturaleza de las relaciones del paciente con el médico, el modelo de esta
inclusión habría de ser el correspondiente a la imagen del padre, la madre o
del hermano, etc. Aquellas peculiaridades cuya naturaleza e intensidad no
pueden ya justificarse racionalmente, dan la pauta de que dicha transferencia
no ha sido establecida únicamente por las representaciones libidinosas
conscientes, sino también por las inconscientes.
Dos
planteos: En primer lugar, no comprendemos por qué la transferencia de los
sujetos neuróticos sometidos al análisis se muestra mucho más intensa que la de
otras personas no analizadas, y en segundo, nos resulta enigmático por que al
análisis se nos opone la transferencia como la resistencia más fuerte contra el
tratamiento, mientras que fuera del análisis hemos de reconocerla como
substrato del efecto terapéutico y condición del éxito. Podemos comprobar,
cuantas veces queramos, que cuando cesan las asociaciones libres de un
paciente, siempre puede vencerse tal agotamiento asegurándole que se halla bajo
el dominio de una ocurrencia referente a la persona del médico. En cuanto damos
esta explicación cesa el agotamiento o queda transformada la falta de
asociaciones en una silenciación consciente de las mismas.
A
primera vista parece un grave inconveniente del psicoanálisis el hecho de que
la transferencia, se transforme en ella en el arma más fuerte de la
resistencia. Pero no es cierto que la transferencia surja más intensa y
desentrenada en el psicoanálisis que fuera de él, no debemos atribuir al
psicoanálisis, sino a la neurosis misma, estos caracteres de la transferencia.
En cambio, el segundo problema permanece aún en pie.
Allí
donde la investigación analítica tropieza con la libido, encastillada en sus
escondites, tiene que surgir un combate. Todas las fuerzas que han motivado la
regresión de la libido se alzarán, en calidad de resistencias, contra la labor
analítica, para conservar la nueva situación, pues si la introversión o
regresión de la libido no hubiese estado justificada por una determinada
relación con el mundo exterior (generalmente por la ausencia de satisfacción),
no hubiese podido tener efecto. Pero las resistencias que aquí tienen su origen
no son las únicas. La libido puesta a disposición de la personalidad se hallaba
siempre bajo los elementos inconscientes de ciertos complejos y emprendió la
regresión al debilitarse la atracción de la realidad. Para libertarla tiene que
ser vencida esta atracción de lo inconsciente, lo cual equivale a levantar la
represión de los instintos inconscientes y de sus productos. De aquí es de
donde nace la parte más importante de la resistencia, que mantiene tantas veces
la enfermedad, aun cuando el apartamiento de la realidad haya perdido ya su
razón de ser. El análisis tiene que luchar con las resistencias emanadas de
estas dos fuentes. Cada una de las ocurrencias del sujeto y cada uno de sus
actos tiene que contar con la resistencia y se presenta como una transacción
entre las fuerzas favorables a la curación y las opuestas a ella.
Si
perseguimos un complejo patógeno desde su representación en lo consciente
(síntoma) hasta sus raíces en lo inconsciente, no tardamos en llegar a una región
en la cual se impone la resistencia, que las ocurrencias inmediatas han de
contar con ella y presentarse como una transacción entre sus exigencias y las
de la labor investigadora. Cuando en la materia del complejo hay algo que se
presta a ser transferido a la persona del médico, se establece en el acto esta
transferencia, produciendo la asociación inmediata y anunciándose con los
signos de una resistencia; por ejemplo, con una detención de las asociaciones.
Si dicha idea ha llegado hasta la conciencia con preferencia a todas las demás
posibles, es porque satisface también a la resistencia. Este proceso se repite
innumerables veces en el curso de un análisis. Siempre que nos aproximamos a un
complejo patógeno, es impulsado, en primer lugar, hacia la conciencia y
tenazmente defendido aquel elemento del complejo que resulta adecuado para la
transferencia.
Una
vez vencido éste, los demás elementos del complejo no crean grandes
dificultades. Cuando más se prolonga una cura analítica y más claramente va
viendo el enfermo que las deformaciones del material patógeno no constituyen
por sí solas una protección contra el descubrimiento del mismo, más
consecuentemente se servirá de la deformación por medio de la transferencia.
De
este modo, la intensidad y la duración de la transferencia son efecto y
manifestación de la resistencia. El mecanismo de la transferencia queda
explicado con su referencia a la disposición de la libido, que ha permanecido
fijada a imágenes infantiles. Pero la explicación de su actuación en la cura no
la conseguimos hasta examinar sus relaciones con la resistencia.
Tenemos
que decidirnos a distinguir una transferencia «positiva» y una «negativa», una
transferencia de sentimientos cariñosos y otra de sentimientos hostiles. La
transferencia positiva se descompone a su vez, en la de aquellos sentimientos
amistosos o tiernos que son capaces de conciencia y en la de sus prolongaciones
en lo inconsciente. Estas últimas proceden de fuentes eróticas, y así todos los
sentimientos de simpatía, amistad, confianza, etc., se hallan genéticamente
enlazados con la sexualidad, habiendo surgido de ellos por debilitación del fin
sexual.
La
transferencia sobre el médico sólo resulta apropiada para constituirse en
resistencia en la cura, en cuanto es transferencia negativa o positiva de
impulsos eróticos reprimidos. Cuando suprimimos la transferencia, orientando la
conciencia sobre ella, nos desligamos de la persona del médico más que estos
dos componentes del sentimiento. El otro componente, capaz de conciencia y aceptable,
subsiste y constituye también, uno de los substratos del éxito.
La
explosión de la transferencia negativa es incluso muy frecuente en los
sanatorios, y el enfermo abandona el establecimiento, sin haber conseguido
alivio alguno o habiendo empeorado, en cuanto surge en él esta transferencia
negativa. La transferencia erótica no llega a presenciar tan grave
inconveniente en los sanatorios, pues en lugar de ser descubierta y revelada es
silenciada y disminuida; pero se manifiesta claramente como una resistencia a
la curación, no ya impulsando al enfermo a abandonar el establecimiento, sino
manteniéndole apartado de la vida real.
La
transferencia negativa merecería una atención más detenida de la que podemos
concederle dentro de los límites del presente trabajo. En las formas curables
de psiconeurosis coexiste con la transferencia cariñosa, apareciendo ambas
dirigidas simultáneamente, en muchos casos, sobre la misma persona. Tal
ambivalencia sentimental parece ser normal hasta cierto grado, pero a partir de
él constituye una característica especial de las personas neuróticas. Allí
donde la facultad de transferencia se ha hecho esencialmente negativa, como en
los paranoides, cesa toda posibilidad de influjo y de curación.
Quienes
han apreciado exactamente cómo el analizado es apartado violentamente de sus
relaciones reales con el médico en cuanto cae bajo el dominio de una intensa
resistencia por transferencia, sentirán la necesidad de explicárselo por la
acción de otros factores.
En
la persecución de la libido sustraída a la conciencia hemos penetrado en los
dominios de lo inconsciente. Las reacciones que provocamos entonces muestran
que los impulsos inconscientes no quieren ser recordados, como la cura lo
desea, sino que tienden a reproducir conforme a las condiciones características
de lo inconsciente. El enfermo atribuye, del mismo modo que en el sueño, a los
resultados del estímulo de sus impulsos inconscientes, actualidad y realidad;
quiere dar alimento a sus pasiones sin tener en cuenta la situación real. El
médico quiere obligarle a incluir tales impulsos afectivos en la marcha del
tratamiento, subordinados a la observación reflexiva y estimarlos según su
valor psíquico. Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y
el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero
en el terreno de los fenómenos de la transferencia. En este terreno ha de ser
conseguida la victoria, cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es
innegable que el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al
psicoanalista máxima dificultad; pero no debe olvidarse que precisamente estos
fenómenos nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y manifiestos
los impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en fin de
cuentas nadie puede ser vencido en ausencia o en efigie.
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