Reglas
técnicas:
a)
Para retener en la memoria los innumerables nombres, fechas, detalles del
recuerdo, asociaciones y manifestaciones patológicas que el enfermo va
produciendo en el curso de un tratamiento prolongado meses enteros y hasta
años, sin confundir este material con el suministrado por otros pacientes en el
mismo período de tiempo o en otros anteriores, la primera regla rechaza todo
medio auxiliar, incluso la anotación, y consiste simplemente en no intentar
retener especialmente nada y acogerlo todo con una igual atención flotante. Nos
ahorramos de este modo un esfuerzo de atención imposible de sostener muchas
horas al día y evitamos un peligro inseparable de la retención voluntaria, pues
en cuanto esforzamos voluntariamente la atención con una cierta intensidad
comenzamos también, sin quererlo, a seleccionar el material que se nos ofrece.
Correremos el peligro de no descubrir jamás sino lo que ya sabemos, y si nos
guiamos por nuestras tendencias, falsearemos seguramente la posible percepción.
Como
puede verse, el principio de acogerlo todo con igual atención equilibrada es la
contrapartida necesaria de la regla que imponemos al analizado, exigiéndole que
nos comunique, sin crítica ni selección algunas, todo lo que se le vaya
ocurriendo. La norma de la conducta del médico es: Debe evitar toda influencia
consciente sobre su facultad retentiva y abandonarse por completo a su memoria
inconsciente.
En
estos recuerdos sólo muy pocas veces se comete algún error, y casi siempre en
detalles en los que el médico se ha dejado perturbar por la referencia a su
propia persona, apartándose con ello considerablemente de la conducta ideal del
analista. Tampoco suele ser frecuente la confusión del material de un caso con
el suministrado por otros enfermos.
b)
No tomar apuntes, formar protocolos, etc., durante las sesiones con el
analizado. Al anotar o taquigrafiar las comunicaciones del sujeto realizamos
forzosamente una selección perjudicial y consagramos a ello una parte de
nuestra actividad mental, que encontraría mejor empleo aplicada a la
interpretación del material producido. Podemos infringir esta regla cuando se
trata de fechas, textos de sueños o singulares detalles aislados, que pueden
ser desglosados fácilmente del conjunto y resultan apropiados para utilizarlos
independientemente como ejemplos.
Cuando
se trata de algún sueño que me interesa especialmente, hago que el mismo
enfermo ponga por escrito su relato después de habérselo oído de palabra.
c)
La anotación de datos durante las sesiones del tratamiento podía justificarse
con el propósito de utilizar el caso para una publicación científica. Los
protocolos detallados resultan fatigosos para el lector, sin que siquiera
puedan darle en cambio la impresión de asistir al análisis.
d)
Antes de terminar el tratamiento no es conveniente elaborar científicamente un
caso y reconstruir su estructura e intentar determinar su trayectoria fijando
de cuando en cuando su situación. Obtenemos los mejores resultados terapéuticos
en aquellos otros en los que actuamos como si no persiguiéramos fin ninguno
determinado, dejándonos sorprender por cada nueva orientación y actuando
libremente, sin prejuicio alguno. La conducta más acertada para el psicoanálisis
consistirá en pasar sin esfuerzo de una actitud psíquica a otra, no especular
ni cavilar mientras analiza y espera a terminar el análisis para someter el
material reunido a una labor mental de síntesis.
e)
He de recomendar calurosamente a mis colegas que procuren tomar como modelo
durante el tratamiento psicoanalítico la conducta del cirujano, que impone
silencio a todos sus afectos e incluso a su compasión humana y concentra todas
sus energías psíquicas en su único fin: practicar la operación conforme a todas
las reglas del arte. La justificación de esta frialdad de sentimientos que ha
de exigirse al médico está en que crea para ambas partes interesadas las
condiciones más favorables, asegurando al médico la deseable protección de su
propia vida afectiva y al enfermo el máximo auxilio que hoy nos es dado
prestarle.
f)
Del mismo modo que el analizado ha de comunicar todo aquello que la
introspección le revela, absteniéndose de toda objeción lógica o afectiva que
intente moverle a realizar una selección, el médico habrá de colocarse en
situación de utilizar, para la interpretación y el descubrimiento de lo
inconsciente oculto, todo lo que el paciente le suministra, sin sustituir con
su propia censura la selección a la que el enfermo ha renunciado. O dicho en
una fórmula: Debe orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su propio
inconsciente, como órgano receptor, el psiquismo inconsciente del médico está
capacitado para reconstruir, con los productos de lo inconsciente que le son
comunicados, este inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del
sujeto.
Pero
si el médico ha de poder servirse así de su inconsciente como de un
instrumento, en el análisis ha de llenar plenamente por sí mismo una condición
psicológica. Para ello no basta que sea un individuo aproximadamente normal,
debiendo más bien exigírsele que se haya sometido a una purificación
psicoanalítica y haya adquirido conocimiento de aquellos complejos propios que
pudieran perturbar su aprehensión del material suministrado por los analizados.
Obrando
así, no sólo se conseguirá antes y con menor esfuerzo el conocimiento deseado
de los elementos ocultos de la propia personalidad, sino que se obtendrán
directamente y por propia experiencia aquellas pruebas que no puede aportar el
estudio de los libros ni la asistencia a cursos y conferencias.
Estos
análisis de individuos prácticamente sanos permanecen, como es natural,
inacabados. Aquellos que sepan estimar el gran valor del conocimiento y el
dominio de sí mismos en ellos obtenidos, continuarán luego, en un autoanálisis,
la investigación de su propia personalidad y verán con satisfacción cómo
siempre les es dado hallar, tanto en sí mismos como en los demás, algo nuevo.
En cambio, quienes intenten dedicarse al análisis despreciando someterse antes
a él, no sólo se verán castigados con la incapacidad de penetrar en los
pacientes más allá de una cierta profundidad, sino que se expondrán a un grave
peligro, que puede serlo también para otros. Se inclinarán fácilmente a
proyectar sobre la ciencia como teoría general lo que una oscura autopercepción
les descubre sobre las peculiaridades de su propia persona, y de este modo
atraerán el descrédito sobre el método psicoanalítico e inducirán a error a los
individuos poco experimentados.
g)
Resulta muy atractivo para el psicoanalista joven y entusiasta poner en juego
mucha parte de su propia individualidad para arrastrar consigo al paciente e
infundirle impulso para sobrepasar los límites de su reducida personalidad.
Pero con esta técnica abandonamos el terreno psicoanalítico y nos aproximamos
al tratamiento por sugestión; incapacita al sujeto para vencer las resistencias
más profundas y fracasa siempre en los casos de alguna gravedad, provocando en
el enfermo una curiosidad insaciable que le inclina a invertir los términos de
la situación y a encontrar el análisis del médico más interesante que el suyo
propio. Esta actitud abierta del médico dificulta asimismo la solución de la
transferencia. El médico debe permanecer impenetrable para el enfermo y no
mostrar, como un espejo, más que aquello que le es mostrado.
h)
En la solución de las inhibiciones de la evolución psíquica se le plantea
espontáneamente la labor de señalar nuevos fines a las tendencias libertadas.
Pero también en esta cuestión debe saber dominarse el médico y subordinar su
actuación a las capacidades del analizado más que a sus propios deseos. No
todos los neuróticos poseen una elevada facultad de sublimación. Si les
imponemos una sublimación excesiva y los privamos de las satisfacciones más
fáciles y próximas de sus instintos, les haremos la vida más difícil aún de lo
que ya la sienten. Como médicos debemos ser tolerantes con las flaquezas del
enfermo y satisfacernos con haber devuelto a un individuo una parte de su
capacidad funcional y de goce. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la
terapéutica. Muchas personas han enfermado precisamente al intentar sublimar
sus instintos más de lo que su organización podía permitírselo, mientras que
aquellas otras capacitadas para la sublimación la llevan a cabo espontáneamente
en cuanto el análisis deshace sus inhibiciones.
i)
¿En qué medida debemos requerir la colaboración intelectual del analizado en el
tratamiento? Es difícil fijar aquí normas generales. Habremos de atenernos ante
todo a la personalidad del paciente, pero sin dejar de observar jamás la mayor
prudencia. Para llegar a la solución de los enigmas de la neurosis no sirve de
nada la reflexión ni el esfuerzo de la atención o la voluntad y sí únicamente
la paciente observancia de las reglas psicoanalíticas que le prohíben ejercer
crítica alguna sobre lo inconsciente y sus productos. La obediencia a esta
regla debe exigirse más inflexiblemente a aquellos enfermos que toman la
costumbre de escapar a las regiones intelectuales durante el tratamiento y
reflexionan luego mucho, y a veces muy sabiamente, sobre su estado, ahorrándose
así todo esfuerzo por dominarlo. Por esta razón prefiero también que los
pacientes no lean durante el tratamiento ninguna obra psicoanalítica; les pido
que aprendan en su propia persona. Pero puede ser conveniente servirse de la
lectura para la preparación del analizado y la creación de una atmósfera
propicia.
En
cambio, no deberá intentarse jamás conquistar la aprobación y el apoyo de los
padres o familiares del enfermo dándoles a leer una obra más o menos profunda
de nuestra bibliografía. Ello hace surgir prematuramente la hostilidad de los
parientes contra el tratamiento psicoanalítico de los suyos.
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