Los síntomas psíquicos son actos perjudiciales o al menos inútiles para la vida en su conjunto; a menudo la persona se queja de que los realiza contra su voluntad, y conllevan displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjuicio consiste en el gasto anímico que ellos mismos cuestan y, además, en el que se necesita para combatirlos. Si la formación de síntomas es extensa, estos dos costos pueden traer como consecuencia un extraordinario empobrecimiento de la persona en cuanto a energía anímica disponible y por tanto su parálisis para todas las tareas importantes de la vida.
Los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional. Las dos fuerzas que se han enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian gracias al compromiso de la formación de síntoma. Una de las dos partes envueltas en el conflicto es la libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos para su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro objeto en lugar del denegado la realidad permanece inexorable, aquella se verá finalmente precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de una de las organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que resignó antes. En el camino de la regresión, la libido es cautivada por la fijación que ella ha dejado tras sí en esos lugares de su desarrollo.
El camino de la perversión se separa tajantemente del de la neurosis. Si estas regresiones no despiertan la contradicción del yo, tampoco sobrevendrá la neurosis, y la libido alcanzará alguna satisfacción real, aunque no una satisfacción normal. La libido es atajada y tiene que intentar escapar a algún lado: adonde halle un drenaje para su investidura energética, según lo exige el principio del placer. Tiene que sustraerse del yo. Le permiten tal escapatoria las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo, que ahora ella recorre en sentido regresivo, y de las cuales el yo, en su momento se había protegido por medio de represiones. Cuando en su reflujo la libido inviste estas posiciones reprimidas, se sustrae del yo y de sus leyes; pero al hacerlo renuncia también a toda la educación adquirida bajo la influencia de ese yo.
Las representaciones sobre las cuales la libido trasfiere ahora su energía en calidad de investidura pertenecen al sistema del inconsciente y están sometidas a los procesos allí posibles, en particular la condensación y el desplazamiento.
La subrogación de la libido en el interior del inconsciente tiene que contar con el poder del yo preconsciente. La contradicción que se había levantado contra ella en el interior del yo la persigue como contrainvestidura y la fuerza a escoger una expresión que pueda convertirse al mismo tiempo en la suya propia. Así, el síntoma se engendra como un retoño del cumplimiento del deseo libidinoso inconsciente, desfigurado de manera múltiple; es una ambigüedad escogida ingeniosamente, provista de dos significados que se contradicen por completo entre sí.
DIFERENCIA ENTRE LA FORMACIÓN DEL SUEÑO Y EL SÍNTOMA: El propósito preconsciente del primero se agota en la preservación del dormir, en no dejar que penetre en la consciencia nada que pueda perturbarlo.
La escapatoria de la libido bajo las condiciones del conflicto es posibilitada por la preexistencia de fijaciones. La investidura regresiva de estas lleva a sortear la represión y a una descarga –o satisfacción- de la libido en la que deben respetarse las condiciones del compromiso. Por el rodeo a través del inconsciente y de las antiguas fijaciones, la libido ha logrado por fin abrirse paso hasta una satisfacción real, aunque restringida y apenas reconocible.
La libido halla las fijaciones que le hacen falta para quebrantar represiones en las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales abandonados y en los objetos resignados de la niñez. La libido revierte hacia ellos. Las disposiciones constitucionales son la secuela que dejaron las vivencias de nuestros antepasados; también ellas se adquirieron alguna vez: sin tal adquisición no habría herencia alguna. (Dice que hay disposiciones innatas pero apenas las nombra).
La fijación libidinal del adulto se descompone en dos factores: la disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia.
La constitución sexual forma con el vivenciar infantil otra “serie complementaria”, en un todo semejante a la que ya conocimos entre predisposición y vivenciar accidental del adulto.
La libido de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. Así parece conferir a estas una importancia enorme para la vida de los seres humanos y las enfermedades que contraen. La libido vuelve a las vivencias infantiles regresivamente después de que fue expulsada de sus posiciones más tardías, cobran la importancia en el momento no la tuvieron. La investidura libidinal de las vivencias infantiles se refuerza por la regresión de la libido.
Si en periodos tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela por lo general, que es la continuación directa de aquella enfermedad infantil quizá sólo velada, constituida sólo por indicios.
Sería inconcebible que la libido regresare con tanta regularidad a las épocas de la infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer una atracción sobre ella. La fijación que suponemos en determinados puntos de la vía del desarrollo sólo cobra valor si la hacemos consistir en la inmovilización de un determinado monto de energía libidinosa.
Entre la intensidad e importancia patógena de las vivencias infantiles y la de las más tardías hay una relación de complementariedad semejante a la de las series antes estudiadas.
Los síntomas crean un sustituto para la satisfacción frustrada; lo hacen por medio de una regresión de la libido a épocas anteriores, a la que va indisolublemente ligado el retroceso a estadios anteriores del desarrollo en la elección de objeto o en la organización. El neurótico quedó adherido al algún punto de su pasado. En ese periodo su libido no echaba de menos la satisfacción y él era dichoso. El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su temprana infancia, desfigurada por la censura que nace del conflicto, por regla general volcada a una sensación de sufrimiento y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que llevó a contraer la enfermedad. La modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño. Esta mudanza es parte del conflicto psíquico bajo cuya presión debió formarse el síntoma. Lo que otrora fue para el individuo una satisfacción está destinado, en verdad, a provocar hoy su resistencia o su repugnancia.
Consecuencia del extrañamiento respecto del principio de realidad, y del retroceso al principio de placer, los síntomas casi siempre prescinden del objeto y resignan, por lo tanto, el vínculo con la realidad exterior. Reemplazan una modificación del mundo exterior por una modificación del cuerpo. Una acción por una adaptación. Lo cual, a su vez, corresponde a una regresión de suma importancia en el aspecto filogenético.
En la formación del síntoma cooperan los mismos procesos inconscientes que contribuyen a la formación del sueño, el síntoma figura algo como cumplido: una satisfacción a la manera de lo infantil; pero por medio de la más extrema condensación esa satisfacción puede comprimirse en una sensación o inervación únicas, y por medio de un extremo desplazamiento puede circunscribirse a un pequeño detalle de todo el complejo libidinoso.
Los síntomas se crean desde las vivencias infantiles en que la libido está fijada, las cuales no siempre son verdaderas. En la mayoría de los casos no lo son, y en algunos están en oposición directa a la verdad histórica. Son, entonces, la figuración de vivencias que realmente se tuvieron y a las que puede atribuirse una influencia sobre la fijación de la libido, o la figuración de fantasías del enfermo impropias para cumplir un papel etiológico. Pero las fantasías poseen realidad psíquica y no material, pero en el mundo de las neurosis la realidad psíquica es la decisiva.
Con la fantasía de la seducción, cuando no la ha habido, el niño encubre por regla general el periodo autoerótico de su quehacer sexual. Se ahorra la vergüenza de la masturbación fantaseando retrospectivamente un objeto anhelado.
En muchos casos se creen las mismas fantasías con idéntico contenido: Fantasías primordiales. En ellas, el individuo rebasa su vivenciar propio hacia el vivenciar de la prehistoria, en los puntos en que el primero ha sido demasiado rudimentario. Ej: seducción infantil, excitación sexual encendida por la observación del coito entre padres, la amenaza de castración, etc.
El yo del hombre es educado poco a poco para apreciar la realidad y para obedecer al principio de realidad por influencia del apremio exterior. En ese proceso tiene que renunciar de manera transitoria o permanente a diversos objetos y metas de su aspiración de placer – no sólo sexual-.
[Examen de realidad: proceso de juzgar si una cosa es o no real]
Toda aspiración alcanza enseguida la forma de una representación de cumplimiento; no hay ninguna duda de que el demorarse en los cumplimientos de deseo de la fantasía trae consigo una satisfacción.
La creación del reino de la fantasía dentro del alma halla su cabal correspondiente en la institución de “parques naturales”, de “reservas”, allí donde los reclamos de la agricultura y la industria amenazan con alterar la Tierra hasta volverla irreconocible. El parque natural conserva ese antiguo estado que en todos los otros lugares se sacrificó, con pena, a la necesidad objetiva. Ahí tiene permitido pulular y crecer todo lo que quiera hacerlo, aun lo inútil, hasta lo dañino. Una reserva así, sustraída del principio de realidad, es también en el alma el reino de la fantasía.
Las producciones de la fantasía más conocidas son los llamados “sueños diurnos” (satisfacciones imaginadas de deseos eróticos).
En el caso de la frustración la libido inviste regresivamente las posiciones que había abandonado, pero a las que quedó adherida con ciertos montos. Todos los objetos y orientaciones de la libido resignados no lo han sido todavía por completo. Ellos o sus retoños son retenidos aún con cierta intensidad en las representaciones de la fantasía. La libido no tiene más que volver a las fantasías para hallar expedito desde ellas el camino a cada fijación reprimida. Estas fantasías gozan de cierta tolerancia, y no se llega al conflicto entre ellas y el yo. Es una condición de naturaleza cuantitativa, infringida ahora por el reflujo de la libido a las fantasías. Por este aflujo la investidura energética de las fantasías se eleva tanto que ellas se vuelven exigentes. Ahora bien, esto hace inevitable el conflicto entre ellas y el yo. Ahora son sometidas a la represión por parte del yo y libradas a la atracción del icc. Desde las fantasías ahora icc la libido vuelve a migrar hasta sus orígenes en el icc, hasta sus propios lugares de fijación.
INTROVERSIÓN: La retirada de la libido a la fantasía es un estado intermedio del camino hacia la formación del síntoma. Designa el extrañamiento de la libido respecto de las posibilidades de la satisfacción real, y la sobreinvestidura (investidura con cantidad adicional de energía psíquica) de las fantasías que hasta ese momento se toleraron por inofensivas. Un introvertido no es todavía un neurótico pero al menor desplazamiento de fuerzas ser verá obligado a desarrollar síntomas, a menos que haya hallado otras salidas para su libido estancada. El carácter irreal de la satisfacción neurótica y el descuido de la diferencias entre fantasía y realidad ya están determinados por la permanencia en el estadio de la introversión.
El punto de vista dinámico de los procesos anímicos es insuficiente, hace falta un punto de vista económico. El conflicto entre dos aspiraciones no estalla antes que se hayan alcanzado ciertas intensidades de investidura, por más que preexistieran las condiciones de contenido. La importancia patógena de los factores constitucionales depende de cuánto más de una pulsión parcial respecto de otra esté presente en la disposición; y aún podemos imaginar que las disposiciones de todos los seres humanos son de igual género en lo cualitativo y sólo se diferencian por estas proporciones cuantitativas. No menos decisivo es el factor cuantitativo para la capacidad de resistencia a contraer una neurosis.
La meta final de la actividad del alma, que en lo cualitativo puede describirse como aspiración a la ganancia de placer y a la evitación de displacer, se plantea, para la consideración económica, como la tarea de domeñar los volúmenes de excitación (masas de estímulo) que operan en el interior del aparato anímico y de impedir su estasis generadora de displacer.
El camino de regreso de la fantasía a la realidad es el arte. Al comienzo, el artista es también un introvertido, y no está muy lejos de la neurosis.
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