El
duelo es el afecto normal paralelo a la melancolía. Es la reacción a la pérdida
de un ser amado o de una abstracción equivalente (libertad, ideales). Al cabo
de algún tiempo desaparece por sí solo y es perjudicial perturbarlo. Bajo estas
mismas influencias, en la persona con una predisposición morbosa surge la
melancolía en lugar del duelo.
La
melancolía es el estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del
interés por el mundo exterior, pérdida de la capacidad de amar, inhibición de
las funciones y disminución del amor propio. Esta última se traduce en
reproches y acusaciones que el sujeto se hace a sí mismo, y puede llegar
incluso a una delirante espera de castigo.
El
duelo integra estos mismos caracteres, a excepción de la perturbación del amor
propio. Esta inhibición y restricción del yo es la expresión de su entrega
total al duelo que no deja nada para otros propósitos e intereses. En el duelo
el examen de la realidad muestra que el objeto amado no existe y demanda que la
libido abandone todas sus ligaduras con el mismo. Contra esta demanda surge una
oposición que puede llegar a ser tan intensa que surjan el apartamiento de la
realidad y la conservación del objeto por medio de una psicosis desiderativa
alucinatoria. Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga victoria. Pero
su mandato es llevado a cabo paulatinamente, con gran gasto de tiempo y energía
de carga, continuando mientras tanto, la existencia psíquica del objeto
perdido. Cada punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente
despertado y sobrecargado, realizándose en la sustracción de la libido. Al
final de la labor del duelo, vuelve el yo a quedar libre y exento de toda
inhibición.
La
melancolía en algunos casos constituye la reacción a la pérdida de un objeto
amado. Pero la pérdida es de naturaleza más ideal. El sujeto no ha muerto, pero
queda perdido como objeto erótico. En otras ocasiones no se distingue
claramente que es lo que el sujeto ha perdido. En la melancolía existe una
pérdida de objeto distraída a la Cc. En el duelo, nada de la pérdida es Inc. La
labor del yo es análoga a la del duelo, pero además se produce un
empobrecimiento del yo. El paciente en este estado, es tan incapaz de amor,
interés y rendimiento como dice, Todo esto es secundario y resultado de la
labor que devora a su yo. En el melancólico observamos el deseo de comunicar a
todo el mundo sus propios defectos, como si en este rebajamiento hallara su
satisfacción. Esta autocrítica describe exactamente su situación psicológica.
La pérdida de un objeto ha tenido efecto en el propio yo del sujeto. La
instancia crítica (conciencia moral), que se disocia aquí del yo, lo toma como
objeto. Las autoacusaciones pueden adaptarse a la persona amada, que no ha amado
o debía amar. Lo reproches corresponden a un sujeto erótico y han sido vueltos
contra el yo. Sin embargo, hay algunos que se refieren realmente al yo.
Al
principio existía una elección del objeto. Por la influencia de una defensa
real o desengaño, inferido por la persona amada, surgió una conmoción de esta
relación objetal. La carga de objeto demostró tener poca energía de resistencia
y quedó libre. Esta libido no fue desplazada hacia otro objeto, sino retraída
al yo, permitiendo una identificación del yo con el objeto abandonado. Así, se
transformó la pérdida del objeto en una pérdida del yo, y el conflicto entre el
yo y la persona amada, en una disociación entre la actividad crítica del yo y
el yo modificado por la identificación. Por tanto debe haber existido una
enérgica fijación al objeto erótico, pero también una escasa energía de
resistencia de la carga de objeto. Esto quiere decir que la elección de objeto
tiene una base narcisista, de manera que ante una contrariedad, pueda la carga
de objeto volver al narcisismo. La identificación narcisista con el objeto se
convierte entonces en un sustitutivo de la carga erótica, a consecuencia de la
cual no puede abandonarse la relación amorosa a pesar del conflicto con la
persona amada. En conclusión, la predisposición a la melancolía depende del
predominio del tipo narcisista de elección de objeto (regresión a la etapa
oral). En la identificación narcisista (la más primitiva de todas), la carga de
objeto es abandonada.
Existe
un conflicto de ambivalencia (por situaciones de ofensa, postergaciones
desengaños) que permite satisfacer la tendencias sádicas y de odio, orientadas
hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto. A través del
autocastigo, el sujeto se venga de los objetos primitivos y atormenta a los que
ama por medio de la enfermedad, después de haberse refugiado en ésta para no
tener que mostrarle directamente su hostilidad. Así la carga erótica hacia el
objeto tiene 2 destinos: una parte retrocede a la identificación, y otra
retrocede hasta la fase sádica. Este sadismo aclara la tendencia al suicidio,
en el cual el yo no puede darse muerte sino cuando el retorno de la carga de
objeto le hace posible tratarse a sí mismo como objeto. La melancolía
desaparece al cabo de un tiempo pero deja secuelas. En algunos casos la
melancolía tiende a transformarse en manía, es decir en un estado
sintomáticamente opuesto, que puede durar un tiempo. La alternancia entre la
melancolía y la manía es la locura cíclica.
La
manía se caracteriza por un estado de exaltación, disposición a la actividad,
alegría y triunfo, pero en donde el yo ignora qué y sobre qué ha conseguido tal
triunfo. En la manía el yo tiene que haber dominado el sufrimiento de la
pérdida de objeto quedando emancipado de él y emprende con hambre voraz nuevas
cargas de objeto.
Los
combates contra la ambivalencia hacia el objeto son desarrollados en el Inc.,
como así también las tentativas de desligamiento del duelo. Pero en el duelo no
hay impedimento para que las ideas fluyan hacia lo Prec., como en la melancolía
donde hay represión.
Las
tres premisas de la melancolía son en suma:
La
pérdida de objeto
Ambivalencia
(motor del conflicto)
Regresión
de la libido al yo (la más importante, esencia de la melancolía, pues las otras
2 pueden hallarse en la obsesión luego de una muerte).
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