Harto
a menudo tropieza con un tipo singularizado por la conjunción de determinadas
cualidades de carácter, al par que nos llama la atención, en la infancia de
estas personas, el comportamiento de una cierta función corporal y de los órganos
que en ella participan.
Las
personas que me propongo describir sobresalen por mostrar, en reunión regular,
las siguientes tres cualidades: son particularmente ordenadas, ahorrativas y
pertinaces. «Ordenado» incluye tanto el aseo corporal como la escrupulosidad en
el cumplimiento de pequeñas obligaciones y la formalidad. Lo contrario sería:
desordenado, descuidado. El carácter ahorrativo puede aparecer extremado hasta
la avaricia; la pertinacia acaba en desafío, al que fácilmente se anudan la
inclinación a la ira y la manía de venganza.
De
la historia de estas personas en su primera infancia se averigua con facilidad
que les llevó un tiempo relativamente largo gobernar la incontinencia fecal y
aun en años posteriores de la niñez tuvieron que lamentar fracasos aislados de
esta función. Parecen haber sido de aquellos lactantes que se rehúsan a vaciar
el intestino cuando los ponen en la bacinilla, porque extraen de la defecación
una ganancia colateral de placer. De esas indicaciones inferimos, en su constitución
sexual congénita, un resalto erógeno hipernítido de la zona anal, nos vemos
precisados a suponer que la zona anal ha perdido su significado erógeno en el
curso del desarrollo, y luego conjeturamos que la constancia de aquella tríada
de cualidades de su carácter puede lícitamente ser puesta en conexión con el
consumo del erotismo anal.
Hacia
la época de la vida que es lícito designar como «período de latencia sexual»,
desde el quinto año cumplido hasta las primeras exteriorizaciones de la
pubertad (en torno del undécimo año), se crean en la vida anímica, a expensas
de estas excitaciones brindadas por las zonas erógenas, unas formaciones
reactivas, unos poderes contrarios, .como la vergüenza, el asco y la moral, que
a modo de unos diques se contraponen al posterior quehacer de las pulsiones
sexuales. Ahora bien: el erotismo anal es uno de esos componentes de la pulsión
que en el curso del desarrollo y en el sentido de nuestra actual educación
cultural se vuelven inaplicables para metas sexuales; y esto sugiere discernir
en esas cualidades de carácter que tan a menudo resaltan en quienes antaño
sobresalieron por su erotismo anal -vale decir, orden, ahorratividad y
pertinacia- los resultados más inmediatos y constantes de la sublimación de
este.
Desde
luego, ni siquiera para mí es muy transparente la necesidad íntima de este
nexo. El aseo, el orden, la formalidad causan toda la impresión de ser una
formación reactiva contra el interés por lo sucio, lo perturbador, lo que no
debe pertenecer al cuerpo. Para relacionar con la pertinencia, cabe recordar
que ya el lactante puede mostrar una conducta porfiada ante la deposición de
las heces, y que la estimulación dolorosa sobre la piel de las nalgas que se
enlaza con la zona erógena anal es universalmente empleada por la educación
para quebrantar la pertinacia del niño, para volverlo obediente. Entre nosotros
todavía, lo mismo que en épocas antiguas, se usa como expresión de desafío y de
escarnio desafiante un reto que tiene por contenido acariciar la zona anal, vale
decir, que designa en verdad una ternura que ha caído bajo la represión.
Los
nexos más abundantes son los que se presentan entre los complejos, en
apariencia tan dispares, del interés por el dinero y de la defecación. En
verdad, el dinero es puesto en los más íntimos vínculos con el excremento
dondequiera que domine, o que haya perdurado, el modo arcaico de pensamiento:
en las culturas antiguas, en el mito, los cuentos tradicionales, la
superstición, en el pensar inconciente, el sueño y la neurosis. Por tanto, si
la neurosis obedece al uso lingüístico, toma aquí como en otras partes las
palabras en su sentido originario, pleno de significación; y donde parece dar
expresión figural a una palabra, en la generalidad de los casos no hace sino
restablecer a esta su antiguo significado.
Otra
circunstancia concurre todavía a esta equiparación en el pensar del neurótico.
Como ya sabemos, el interés originariamente erótico por la defecación está
destinado a extinguirse en la madurez; en efecto, en esta época el interés por
el dinero emerge como un interés nuevo, inexistente en la infancia; ello
facilita que la anterior aspiración, en vías de perder su meta, sea conducida a
la nueva meta emergente.
Si
los nexos aquí aseverados entre el erotismo anal y aquella tríada de cualidades
de carácter tienen por base un hecho objetivo, no será lícito esperar una
modelación particular del «carácter anal» en personas que han preservado para
sí en la vida madura la aptitud erógena de la zona anal.
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