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jueves, 7 de noviembre de 2013
¿En qué consiste el señuelo del amor? Cuando estoy enamorado, amo a alguien a causa del objeto a en él, a causa de lo que “en él [es] más que él mismo”, en síntesis, el objeto del amor no puede darme lo que demando de él ya que no lo posee, dado que, en lo más íntimo, se trata de un exceso. Lo que define al amor es esta discordancia o brecha básica (elaborada por Lacan a propósito de la relación de Alcibíades con Sócrates en el Banquete de Platón): el amador [erastés] busca en el amado [éromenos] lo que a él le falta, pero, como lo expresa Lacan, “lo que a uno le falta no es lo que está escondido dentro del otro” —de este modo, lo único que le queda por hacer al amado es realizar una especie de intercambio de lugares, cambiar de objeto a sujeto del amor, en síntesis: devolver amor.
Slavoj Zizek
miércoles, 6 de noviembre de 2013
"La poesía es la respuesta mejor,
la única respuesta posible de los hombres a la ambigüedad esencial,
irremisible del lenguaje humano."
"La poesía es un erizo que está
arrojado al margen del camino, de la
autopista, que se cierra sobre sí mismo y, a
la vez, se expande; que está expuesto a la
muerte y lucha contra el olvido..."
Jacques Derrida
"El poeta es un fingidor que finge constantemente,
que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente.
Y, en el dolor que han leído, a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido, sino sólo el que no tiene.
Y así en la vida se mete, distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete que se llama el corazón."
Fernando Pessoa.
"Para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia."
Octavio Paz
jueves, 8 de agosto de 2013
Colette
Soler. Lo que Lacan dijo de las mujeres. Paidós. (Pág.75-76)
La
posición mujer es distinta. Lacan la define de manera opuesta. Ya evoqué la
interpretación que hace del deseo femenino, en su texto de 1958, respondiendo a
la famosa pregunta de Freud: "¿Qué quiere la mujer?". La respuesta,
en resumen, podría formularse así: quiere gozar. No solamente eso goza más,
mensaje de Tiresias, sino eso quiere gozar.
Del
sujeto histérico no se podría decir : quiere gozar, y, tampoco se podría decir
lo contrario. ¿Qué es lo que quiere entonces? . De lo que precede se desprende
una fórmula. El histérico, que busca insatisfacer al Otro, apunta a un plus de
ser. Se podría decir entonces: una mujer quiere gozar, la histérica quiere ser.
Incluso exige ser, ser algo para el Otro, no un objeto de goce sino un objeto
precioso que sustente el deseo y el amor. Se puede diseñar el cuadro de los
rasgos diferenciales tal como los propone Lacan. Del lado mujer, a la
izquierda, la referencia al goce, es decir a un plus; del lado de la histérica,
a la derecha, un querer ser. Aún hay que completar el cuadro con las
características de la verdad del goce efectivo y precisar ese querer gozar de
la mujer.Se acompaña de un querer hacer gozar. El goce que un hombre tiene de
una mujer la divide, dice Lacan en "El Atolondradicho". Es decir que
el goece del paternaire viene al lugar de la causa del deseo de ella.
Distinguimos claramente los dos registros de la oferta de gozar para el Otro
que hace la mujer- y que difiere de la oferta de desear de la histérica- y, por
otra parte, el goce específico de la mujer. Porque , en efecto, ocurre a menudo
que hay mujeres que no quieren ni hacer gozar- aversión primaria de la
histérica, bien percibida por Freud- ni gozar, pues el goce no es forzosamente
deseable.
miércoles, 7 de agosto de 2013
Más allá del falo
Lacan
propone en las fórmulas de la sexuación el goce femenino. Lo cual marca la diferencia
entre la histérica, eminentemente fálica y el goce femenino, más allá del falo,
comparable al de los místicos, goce adicional, suplementario, sujeto al
no-todo. Mientras el goce fálico queda definido como goce del órgano, fuera del
cuerpo, goce más bien masturbatorio, autoerótico, para-sexuado.
Entonces, algunas mujeres sólo gozan en el
sentido fálico, goce ligado al significante, a lo simbólico, es decir ligado a
la castración, en ésta posición queda detenida la histérica, identificada al
hombre, para desde allí abordar el enigma de qué es lo femenino. Algunas sólo obtienen
este goce, otras acceden al Otro goce, goce femenino.
En
tanto fálica, la mujer ofrece su mascarada al deseo del Otro, hace semblante de
objeto, se ofrece allí como falo, ella aceptará encarnar este objeto para
ofrecerse a sus delicias, pero no estará toda allí, y si está bien plantada no
se lo cree del todo: sabe que no es el objeto, aunque puede jugar a donar lo
que no tiene, con mayor razón si interviene el amor, gozando de ser lo que
causa el deseo del otro, sin temor de quedar allí atrapada, a condición de que su
goce no se agote ahí. Es hacer apariencia de objeto que el fantasma del
partenaire le demanda. Hacer apariencia, es jugar a serlo, tentando desde ese
lugar, es que ella goza, en posición femenina, pero debe salir de esa escena
pues no encarna ese -a- todo el tiempo. No está de más decir que si se queda
como a, en tanto objeto, queda atenazada en una suerte de posición masoquista.
El
goce femenino es por excelencia el lugar donde se accede a la experiencia de
que no hay Otro del Otro, o bien no hay relación sexual. El objeto a y ese goce
femenino serán dos modalidades de suplencia de la relación sexual que no hay.
Las que no dejarán de dar cuenta de un encuentro imposible.
El
cuerpo femenino entonces se ofrece entre el amor y el goce. Podríamos entonces
decir que una mujer se sitúa entre el hacer gozar y el ser amada.
viernes, 26 de julio de 2013
Si te busco
Por favor si mi alma te busca,
aléjate en ese lugar tan oscuro,
que no encuentre en ella un motivo,
si mi cuerpo le da por extrañarte,
sólo refúgiate en esa cárcel de olvido,
que tu memoria se borre con el suspiro,
si mis palabras quieren llamarte,
sólo cierra el corazón con tus odios,
apaga los sentidos con tus silencios,
Pero si en verdad te busco,
redúceme en nada, desapareceme,
que no te encuentre...
haz todo lo posible que mi amor,
vuelva por donde vino.
Marco Canales
Resumen de Freud Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (1912).
Reglas
técnicas:
a)
Para retener en la memoria los innumerables nombres, fechas, detalles del
recuerdo, asociaciones y manifestaciones patológicas que el enfermo va
produciendo en el curso de un tratamiento prolongado meses enteros y hasta
años, sin confundir este material con el suministrado por otros pacientes en el
mismo período de tiempo o en otros anteriores, la primera regla rechaza todo
medio auxiliar, incluso la anotación, y consiste simplemente en no intentar
retener especialmente nada y acogerlo todo con una igual atención flotante. Nos
ahorramos de este modo un esfuerzo de atención imposible de sostener muchas
horas al día y evitamos un peligro inseparable de la retención voluntaria, pues
en cuanto esforzamos voluntariamente la atención con una cierta intensidad
comenzamos también, sin quererlo, a seleccionar el material que se nos ofrece.
Correremos el peligro de no descubrir jamás sino lo que ya sabemos, y si nos
guiamos por nuestras tendencias, falsearemos seguramente la posible percepción.
Como
puede verse, el principio de acogerlo todo con igual atención equilibrada es la
contrapartida necesaria de la regla que imponemos al analizado, exigiéndole que
nos comunique, sin crítica ni selección algunas, todo lo que se le vaya
ocurriendo. La norma de la conducta del médico es: Debe evitar toda influencia
consciente sobre su facultad retentiva y abandonarse por completo a su memoria
inconsciente.
En
estos recuerdos sólo muy pocas veces se comete algún error, y casi siempre en
detalles en los que el médico se ha dejado perturbar por la referencia a su
propia persona, apartándose con ello considerablemente de la conducta ideal del
analista. Tampoco suele ser frecuente la confusión del material de un caso con
el suministrado por otros enfermos.
b)
No tomar apuntes, formar protocolos, etc., durante las sesiones con el
analizado. Al anotar o taquigrafiar las comunicaciones del sujeto realizamos
forzosamente una selección perjudicial y consagramos a ello una parte de
nuestra actividad mental, que encontraría mejor empleo aplicada a la
interpretación del material producido. Podemos infringir esta regla cuando se
trata de fechas, textos de sueños o singulares detalles aislados, que pueden
ser desglosados fácilmente del conjunto y resultan apropiados para utilizarlos
independientemente como ejemplos.
Cuando
se trata de algún sueño que me interesa especialmente, hago que el mismo
enfermo ponga por escrito su relato después de habérselo oído de palabra.
c)
La anotación de datos durante las sesiones del tratamiento podía justificarse
con el propósito de utilizar el caso para una publicación científica. Los
protocolos detallados resultan fatigosos para el lector, sin que siquiera
puedan darle en cambio la impresión de asistir al análisis.
d)
Antes de terminar el tratamiento no es conveniente elaborar científicamente un
caso y reconstruir su estructura e intentar determinar su trayectoria fijando
de cuando en cuando su situación. Obtenemos los mejores resultados terapéuticos
en aquellos otros en los que actuamos como si no persiguiéramos fin ninguno
determinado, dejándonos sorprender por cada nueva orientación y actuando
libremente, sin prejuicio alguno. La conducta más acertada para el psicoanálisis
consistirá en pasar sin esfuerzo de una actitud psíquica a otra, no especular
ni cavilar mientras analiza y espera a terminar el análisis para someter el
material reunido a una labor mental de síntesis.
e)
He de recomendar calurosamente a mis colegas que procuren tomar como modelo
durante el tratamiento psicoanalítico la conducta del cirujano, que impone
silencio a todos sus afectos e incluso a su compasión humana y concentra todas
sus energías psíquicas en su único fin: practicar la operación conforme a todas
las reglas del arte. La justificación de esta frialdad de sentimientos que ha
de exigirse al médico está en que crea para ambas partes interesadas las
condiciones más favorables, asegurando al médico la deseable protección de su
propia vida afectiva y al enfermo el máximo auxilio que hoy nos es dado
prestarle.
f)
Del mismo modo que el analizado ha de comunicar todo aquello que la
introspección le revela, absteniéndose de toda objeción lógica o afectiva que
intente moverle a realizar una selección, el médico habrá de colocarse en
situación de utilizar, para la interpretación y el descubrimiento de lo
inconsciente oculto, todo lo que el paciente le suministra, sin sustituir con
su propia censura la selección a la que el enfermo ha renunciado. O dicho en
una fórmula: Debe orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su propio
inconsciente, como órgano receptor, el psiquismo inconsciente del médico está
capacitado para reconstruir, con los productos de lo inconsciente que le son
comunicados, este inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del
sujeto.
Pero
si el médico ha de poder servirse así de su inconsciente como de un
instrumento, en el análisis ha de llenar plenamente por sí mismo una condición
psicológica. Para ello no basta que sea un individuo aproximadamente normal,
debiendo más bien exigírsele que se haya sometido a una purificación
psicoanalítica y haya adquirido conocimiento de aquellos complejos propios que
pudieran perturbar su aprehensión del material suministrado por los analizados.
Obrando
así, no sólo se conseguirá antes y con menor esfuerzo el conocimiento deseado
de los elementos ocultos de la propia personalidad, sino que se obtendrán
directamente y por propia experiencia aquellas pruebas que no puede aportar el
estudio de los libros ni la asistencia a cursos y conferencias.
Estos
análisis de individuos prácticamente sanos permanecen, como es natural,
inacabados. Aquellos que sepan estimar el gran valor del conocimiento y el
dominio de sí mismos en ellos obtenidos, continuarán luego, en un autoanálisis,
la investigación de su propia personalidad y verán con satisfacción cómo
siempre les es dado hallar, tanto en sí mismos como en los demás, algo nuevo.
En cambio, quienes intenten dedicarse al análisis despreciando someterse antes
a él, no sólo se verán castigados con la incapacidad de penetrar en los
pacientes más allá de una cierta profundidad, sino que se expondrán a un grave
peligro, que puede serlo también para otros. Se inclinarán fácilmente a
proyectar sobre la ciencia como teoría general lo que una oscura autopercepción
les descubre sobre las peculiaridades de su propia persona, y de este modo
atraerán el descrédito sobre el método psicoanalítico e inducirán a error a los
individuos poco experimentados.
g)
Resulta muy atractivo para el psicoanalista joven y entusiasta poner en juego
mucha parte de su propia individualidad para arrastrar consigo al paciente e
infundirle impulso para sobrepasar los límites de su reducida personalidad.
Pero con esta técnica abandonamos el terreno psicoanalítico y nos aproximamos
al tratamiento por sugestión; incapacita al sujeto para vencer las resistencias
más profundas y fracasa siempre en los casos de alguna gravedad, provocando en
el enfermo una curiosidad insaciable que le inclina a invertir los términos de
la situación y a encontrar el análisis del médico más interesante que el suyo
propio. Esta actitud abierta del médico dificulta asimismo la solución de la
transferencia. El médico debe permanecer impenetrable para el enfermo y no
mostrar, como un espejo, más que aquello que le es mostrado.
h)
En la solución de las inhibiciones de la evolución psíquica se le plantea
espontáneamente la labor de señalar nuevos fines a las tendencias libertadas.
Pero también en esta cuestión debe saber dominarse el médico y subordinar su
actuación a las capacidades del analizado más que a sus propios deseos. No
todos los neuróticos poseen una elevada facultad de sublimación. Si les
imponemos una sublimación excesiva y los privamos de las satisfacciones más
fáciles y próximas de sus instintos, les haremos la vida más difícil aún de lo
que ya la sienten. Como médicos debemos ser tolerantes con las flaquezas del
enfermo y satisfacernos con haber devuelto a un individuo una parte de su
capacidad funcional y de goce. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la
terapéutica. Muchas personas han enfermado precisamente al intentar sublimar
sus instintos más de lo que su organización podía permitírselo, mientras que
aquellas otras capacitadas para la sublimación la llevan a cabo espontáneamente
en cuanto el análisis deshace sus inhibiciones.
i)
¿En qué medida debemos requerir la colaboración intelectual del analizado en el
tratamiento? Es difícil fijar aquí normas generales. Habremos de atenernos ante
todo a la personalidad del paciente, pero sin dejar de observar jamás la mayor
prudencia. Para llegar a la solución de los enigmas de la neurosis no sirve de
nada la reflexión ni el esfuerzo de la atención o la voluntad y sí únicamente
la paciente observancia de las reglas psicoanalíticas que le prohíben ejercer
crítica alguna sobre lo inconsciente y sus productos. La obediencia a esta
regla debe exigirse más inflexiblemente a aquellos enfermos que toman la
costumbre de escapar a las regiones intelectuales durante el tratamiento y
reflexionan luego mucho, y a veces muy sabiamente, sobre su estado, ahorrándose
así todo esfuerzo por dominarlo. Por esta razón prefiero también que los
pacientes no lean durante el tratamiento ninguna obra psicoanalítica; les pido
que aprendan en su propia persona. Pero puede ser conveniente servirse de la
lectura para la preparación del analizado y la creación de una atmósfera
propicia.
En
cambio, no deberá intentarse jamás conquistar la aprobación y el apoyo de los
padres o familiares del enfermo dándoles a leer una obra más o menos profunda
de nuestra bibliografía. Ello hace surgir prematuramente la hostilidad de los
parientes contra el tratamiento psicoanalítico de los suyos.
Resumen de Freud (1915) 14° Conferencia: El cumplimiento del deseo
Al
modo de expresión (lenguaje figural, referencia simbólica) del trabajo onírico,
lo llamamos arcaico o regresivo. La prehistoria a que el trabajo del sueño nos
reconduce es doble: la infancia: que es la prehistoria individual y la
filogenético: en la medida que cada individuo repite abreviadamente en su
infancia, el desarrollo de la especie humana.
El
cumplimiento del deseo no puede ser evidente en los sueños desfigurados, hay
que buscarlo primero, por eso solo puede ubicarse con la interpretación del
sueño.
Factores
por los cuales no logran cumplirse plenamente el cumplimiento del deseo:
1)
Sueños penosos: una parte del afecto penoso de los pensamientos oníricos queda
pendiente y aflora en el sueño manifiesto. El análisis demuestra que esos pensamientos
oníricos eran más penosos todavía que el sueño conformado a partir de ellos.
El
trabajo del sueño no ha logrado su fin, tal como en el sueño de beber,
provocado por un estímulo de sed, no logra el propósito de extinguirla, uno
sigue sediento y se ve forzado a despertarse para beber. No obstante es un
sueño cabal, porque no resigna nada de su esencia. En el trabajo del sueño es
mucho más difícil alterar el sentido de los afectos que el de los contenidos.
(El
cumplimiento del deseo debería ser satisfactorio para el soñante, pero el deseo
que es placer para el inconciente es displacer para el preconciente. En la
neurosis contenido y placer están separados).
2)
Sueños de angustia: es el cumplimiento franco de un deseo reprimido. Tienen un
contenido despojado de toda desfiguración, ya que la angustia desarrollada ha
ocupado el lugar de la censura. La angustia es el indicio de que el deseo
reprimido ha resultado más fuerte que la censura.
Es
por lo común un sueño de despertar, solemos interrumpir el dormir antes de que
el deseo reprimido haya impuesto, contra la censura, su cumplimiento pleno.
También
el guardián nocturno, despierta al durmiente, cuando se siente demasiado débil
para ahuyentar la perturbación o el peligro. Sueño infantil: es el cumplimiento
franco de un deseo permitido (casi no tiene deformación).
3)
El soñante que se revuelve contra sus deseos es equiparable a la sumación de
dos personas separadas, pero conectadas estrechamente de algún modo, es
concebible de que por vía de un cumplimiento de deseo pueda producirse algo muy
displacentero: una punición Como el cuento de los tres deseos (las salchichas),
la mujer desea las salchichas en el plato, el hombre desea las salchichas en la
nariz de ella…) Los opuestos se sitúan próximos entre si en la asociación y
coinciden en el inconciente.
Sueño
del Teatro (a través del análisis se llega a la sexualidad infantil)
Una
dama a quien su marido comunica que Elisa, una amiga de ella, tres meses más
joven, se ha comprometido, sueña que está sentada en el teatro con su marido.
Un sector de la platea está casi vacío. Su marido le dice que Elisa y su
prometido también habrían querido ir al teatro, pero no pudieron pues sólo les
daban malas localidades, tres por un florín y 50. Ella piensa que tampoco habría
sido una desgracia.
Los
pensamientos oníricos se referían al fastidio por haberse casado tan temprano y
a la insatisfacción con su marido. .Estos tristes pensamientos se refundieron
en un cumplimiento del deseo así como el lugar en que se encuentra su huella
dentro del contenido manifiesto. Ahora sabemos que el elemento “demasiado
temprano, apresuradamente” fue eliminado por la censura, “la platea vacía” es
una alusión a eso. “Tres por un florín y 50”, es comprensible con ayuda del
simbolismo: comprarse un marido a cambio de la dote. ..”Uno diez veces mejor
habría comprado a cambio de mi dote”. El casarse está sustituido por ir al
teatro. El “procurarse demasiado temprano entradas para ir al teatro” esta en
reemplazo con el haberse casado tan temprano. Esta sustitución es la obra del
cumplimiento de deseo.
Ella
nunca estuvo tan insatisfecha con su temprano matrimonio como el día que
recibió la noticia de los esponsales de su amiga. En su tiempo estaba orgullosa
de él y se sentía aventajada frente a su amiga. Muchachas ingenuas suelen
sentir luego de casarse que les esta permitido ver todo. Esa pizca de placer de
ver, remonta a la infancia, es un placer de ver sexual a los padres y pasó a
ser después el motivo que empujó a las muchachas al matrimonio temprano.
La
interpretación del sueño prescinde de todo cuanto sirve a la desfiguración del
cumplimiento de deseo y recobrar los pensamientos oníricos latentes.
Pensamientos oníricos latentes: son pensamientos profundos y pasados
inconscientes y remontan a la infancia).
Restos
diurnos: (son pensamientos que vienen de días previos, recientes e
indiferentes). Son solo partes de los pensamientos latentes. A éstos se les
suma algo que también pertenecía al inconciente: una moción de deseo intensa pero
reprimida y esta sola es la que ha posibilitado la formación del sueño.
Relación: En toda
empresa se necesita un capitalista que sufrague los gastos y un empresario que
tenga la idea para llevarla a cabo. En la formación del sueño se necesita el
papel del capitalista que solo lo desempeña el inconciente que presta y la
energía psíquica para la formación del sueño, y el empresario es el resto
diurno que decide acerca de ese gasto (preconciente).
lunes, 22 de julio de 2013
Resumen de S. Freud La dinámica de la transferencia (1912).
La
acción conjunta de la disposición congénita y las influencias experimentadas
durante los años infantiles determina, en cada individuo, la modalidad especial
de su vida erótica, fijando los fines de la misma, las condiciones que el
sujeto habrá de exigir en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer.
Resulta,
así, un clisé (o una serie de ellos), repetido, o reproducido luego
regularmente, a través de toda la vida, en cuanto lo permiten las
circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos eróticos asequibles,
pero susceptible también de alguna modificación bajo la acción de las
impresiones recientes.
Ahora
bien: sólo una parte de estas tendencias que determinan la vida erótica han
realizado una evolución psíquica completa. Esta parte, se halla a disposición
de la personalidad consciente. En cambio, otra parte ha quedado detenida en su
desarrollo y sólo ha podido desplegarse en la fantasía o ha permanecido
confinada en lo inconsciente. El individuo cuyas necesidades eróticas no son
satisfechas por la realidad, orientará representaciones libidinosas hacia toda
nueva persona que surja en su horizonte, siendo muy probable que las dos
porciones de su libido, la capaz de conciencia y la inconsciente, participen en
este proceso.
Es,
por tanto, perfectamente normal y comprensible que la carga de libido que el
individuo parcialmente insatisfecho mantiene esperanzadamente pronta se oriente
también hacia la persona del médico. Esta carga se atendrá a ciertos modelos,
se enlazará a uno de los clisés dados en el sujeto de que se trate.
Conforme
a la naturaleza de las relaciones del paciente con el médico, el modelo de esta
inclusión habría de ser el correspondiente a la imagen del padre, la madre o
del hermano, etc. Aquellas peculiaridades cuya naturaleza e intensidad no
pueden ya justificarse racionalmente, dan la pauta de que dicha transferencia
no ha sido establecida únicamente por las representaciones libidinosas
conscientes, sino también por las inconscientes.
Dos
planteos: En primer lugar, no comprendemos por qué la transferencia de los
sujetos neuróticos sometidos al análisis se muestra mucho más intensa que la de
otras personas no analizadas, y en segundo, nos resulta enigmático por que al
análisis se nos opone la transferencia como la resistencia más fuerte contra el
tratamiento, mientras que fuera del análisis hemos de reconocerla como
substrato del efecto terapéutico y condición del éxito. Podemos comprobar,
cuantas veces queramos, que cuando cesan las asociaciones libres de un
paciente, siempre puede vencerse tal agotamiento asegurándole que se halla bajo
el dominio de una ocurrencia referente a la persona del médico. En cuanto damos
esta explicación cesa el agotamiento o queda transformada la falta de
asociaciones en una silenciación consciente de las mismas.
A
primera vista parece un grave inconveniente del psicoanálisis el hecho de que
la transferencia, se transforme en ella en el arma más fuerte de la
resistencia. Pero no es cierto que la transferencia surja más intensa y
desentrenada en el psicoanálisis que fuera de él, no debemos atribuir al
psicoanálisis, sino a la neurosis misma, estos caracteres de la transferencia.
En cambio, el segundo problema permanece aún en pie.
Allí
donde la investigación analítica tropieza con la libido, encastillada en sus
escondites, tiene que surgir un combate. Todas las fuerzas que han motivado la
regresión de la libido se alzarán, en calidad de resistencias, contra la labor
analítica, para conservar la nueva situación, pues si la introversión o
regresión de la libido no hubiese estado justificada por una determinada
relación con el mundo exterior (generalmente por la ausencia de satisfacción),
no hubiese podido tener efecto. Pero las resistencias que aquí tienen su origen
no son las únicas. La libido puesta a disposición de la personalidad se hallaba
siempre bajo los elementos inconscientes de ciertos complejos y emprendió la
regresión al debilitarse la atracción de la realidad. Para libertarla tiene que
ser vencida esta atracción de lo inconsciente, lo cual equivale a levantar la
represión de los instintos inconscientes y de sus productos. De aquí es de
donde nace la parte más importante de la resistencia, que mantiene tantas veces
la enfermedad, aun cuando el apartamiento de la realidad haya perdido ya su
razón de ser. El análisis tiene que luchar con las resistencias emanadas de
estas dos fuentes. Cada una de las ocurrencias del sujeto y cada uno de sus
actos tiene que contar con la resistencia y se presenta como una transacción
entre las fuerzas favorables a la curación y las opuestas a ella.
Si
perseguimos un complejo patógeno desde su representación en lo consciente
(síntoma) hasta sus raíces en lo inconsciente, no tardamos en llegar a una región
en la cual se impone la resistencia, que las ocurrencias inmediatas han de
contar con ella y presentarse como una transacción entre sus exigencias y las
de la labor investigadora. Cuando en la materia del complejo hay algo que se
presta a ser transferido a la persona del médico, se establece en el acto esta
transferencia, produciendo la asociación inmediata y anunciándose con los
signos de una resistencia; por ejemplo, con una detención de las asociaciones.
Si dicha idea ha llegado hasta la conciencia con preferencia a todas las demás
posibles, es porque satisface también a la resistencia. Este proceso se repite
innumerables veces en el curso de un análisis. Siempre que nos aproximamos a un
complejo patógeno, es impulsado, en primer lugar, hacia la conciencia y
tenazmente defendido aquel elemento del complejo que resulta adecuado para la
transferencia.
Una
vez vencido éste, los demás elementos del complejo no crean grandes
dificultades. Cuando más se prolonga una cura analítica y más claramente va
viendo el enfermo que las deformaciones del material patógeno no constituyen
por sí solas una protección contra el descubrimiento del mismo, más
consecuentemente se servirá de la deformación por medio de la transferencia.
De
este modo, la intensidad y la duración de la transferencia son efecto y
manifestación de la resistencia. El mecanismo de la transferencia queda
explicado con su referencia a la disposición de la libido, que ha permanecido
fijada a imágenes infantiles. Pero la explicación de su actuación en la cura no
la conseguimos hasta examinar sus relaciones con la resistencia.
Tenemos
que decidirnos a distinguir una transferencia «positiva» y una «negativa», una
transferencia de sentimientos cariñosos y otra de sentimientos hostiles. La
transferencia positiva se descompone a su vez, en la de aquellos sentimientos
amistosos o tiernos que son capaces de conciencia y en la de sus prolongaciones
en lo inconsciente. Estas últimas proceden de fuentes eróticas, y así todos los
sentimientos de simpatía, amistad, confianza, etc., se hallan genéticamente
enlazados con la sexualidad, habiendo surgido de ellos por debilitación del fin
sexual.
La
transferencia sobre el médico sólo resulta apropiada para constituirse en
resistencia en la cura, en cuanto es transferencia negativa o positiva de
impulsos eróticos reprimidos. Cuando suprimimos la transferencia, orientando la
conciencia sobre ella, nos desligamos de la persona del médico más que estos
dos componentes del sentimiento. El otro componente, capaz de conciencia y aceptable,
subsiste y constituye también, uno de los substratos del éxito.
La
explosión de la transferencia negativa es incluso muy frecuente en los
sanatorios, y el enfermo abandona el establecimiento, sin haber conseguido
alivio alguno o habiendo empeorado, en cuanto surge en él esta transferencia
negativa. La transferencia erótica no llega a presenciar tan grave
inconveniente en los sanatorios, pues en lugar de ser descubierta y revelada es
silenciada y disminuida; pero se manifiesta claramente como una resistencia a
la curación, no ya impulsando al enfermo a abandonar el establecimiento, sino
manteniéndole apartado de la vida real.
La
transferencia negativa merecería una atención más detenida de la que podemos
concederle dentro de los límites del presente trabajo. En las formas curables
de psiconeurosis coexiste con la transferencia cariñosa, apareciendo ambas
dirigidas simultáneamente, en muchos casos, sobre la misma persona. Tal
ambivalencia sentimental parece ser normal hasta cierto grado, pero a partir de
él constituye una característica especial de las personas neuróticas. Allí
donde la facultad de transferencia se ha hecho esencialmente negativa, como en
los paranoides, cesa toda posibilidad de influjo y de curación.
Quienes
han apreciado exactamente cómo el analizado es apartado violentamente de sus
relaciones reales con el médico en cuanto cae bajo el dominio de una intensa
resistencia por transferencia, sentirán la necesidad de explicárselo por la
acción de otros factores.
En
la persecución de la libido sustraída a la conciencia hemos penetrado en los
dominios de lo inconsciente. Las reacciones que provocamos entonces muestran
que los impulsos inconscientes no quieren ser recordados, como la cura lo
desea, sino que tienden a reproducir conforme a las condiciones características
de lo inconsciente. El enfermo atribuye, del mismo modo que en el sueño, a los
resultados del estímulo de sus impulsos inconscientes, actualidad y realidad;
quiere dar alimento a sus pasiones sin tener en cuenta la situación real. El
médico quiere obligarle a incluir tales impulsos afectivos en la marcha del
tratamiento, subordinados a la observación reflexiva y estimarlos según su
valor psíquico. Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y
el instinto, entre el conocimiento y la acción, se desarrolla casi por entero
en el terreno de los fenómenos de la transferencia. En este terreno ha de ser
conseguida la victoria, cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es
innegable que el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al
psicoanalista máxima dificultad; pero no debe olvidarse que precisamente estos
fenómenos nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y manifiestos
los impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en fin de
cuentas nadie puede ser vencido en ausencia o en efigie.
viernes, 19 de julio de 2013
jueves, 18 de julio de 2013
Resumen de S. Freud Tótem y tabú - Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (1912-1913)
El horror al incesto
La
vida de los salvajes es un estadio previo de nuestro propio desarrollo
cultural. Si esto es cierto, encontraremos notables concordancias entre la
psicología del salvaje y la psicología del neurótico, y podremos comprender
ambas bajo una nueva luz.
Freud
toma el ejemplo de los actuales salvajes de Australia. Ellos se rigen por el
totemismo: cada clan tiene su tótem, un antepasado benefactor y protector que
une a los miembros más que los mismos lazos de sangre. En cada tótem está
siempre la norma de la exogamia, no estando permitido el vínculo sexual entre
miembros del mismo clan totémico. Totemismo y exogamia aparecen muy unidos. Si
alguien viola la norma, toda la tribu lo castiga enérgicamente como si
estuviese defendiéndose de una seria amenaza, aunque la violación implique un
amorío pasajero que engendra hijos. Si el tótem se hereda de la madre, entonces
los hijos no podrán tener comercio sexual ni con su madre ni sus hermanas, ya
que son del mismo tótem. Todos los descendientes del mismo tótem son considerados
parientes consanguíneos (de la misma sangre), aún cuando sean de distintas
familias. Tienen horror al incesto.
Así,
la estirpe totémica reemplaza a la familia realmente consanguínea, tanto que un
hijo llama 'padre' no sólo a quien lo engendró, sino a cualquier otro hombre
que pudiera haberse casado con su madre. Tal parece ser la herencia del viejo
sistema del matrimonio grupal, donde un cierto número de hombres pueden
fecundar otro cierto número de mujeres. La rigidez de la prohibición del incesto
se podría entender como forma de prevenir el incesto grupal.
El
clan o estirpe totémica junto a otros clanes forman una unidad mayor llamada
sub-fratia, y dos de éstas últimas forman a su vez una fratria. Fratrias y
sub-fratrias son exógamas entre sí. Pero sin embargo alguien de un clan
totémico de la fratria 1 sólo puede tener comercio sexual con alguien de un
clan totémico de la fratria 2 y no con una sub-fratria de su misma fratria, lo
cual limita mucho la exogamia. Se impuso tal organización quizá porque la
prohibición totémica original del incesto empezaba a relajarse. De todo esto
importa destacar el horror que tienen los australianos al incesto, quizás
porque en ellos la tentación es mayor.
Además
de la prohibición totémica, el incesto también se combate con 'evitaciones', o
sea una serie de normas para no cometer incesto y encontrables también en otras
tribus no australianas. Tales mandamientos suelen ser también muy estrictos,
debido a las tentaciones derivadas de las vicisitudes matrimoniales, que pueden
llevar incluso a cometer incesto con la suegra. Si bien ésta puede ser
exogámica, la norma de la evitación combate las fantasías de incesto, que son
inconcientes.
El
psicoanálisis nos permite entender el horror al incesto como un rasgo infantil,
que concuerda llamativamente con la vida anímica del neurótico, ya que éste
inhibió su desarrollo regresando a la etapa infantil en una fijación
incestuosa, que la persona normal reprimió.
El tabú y la ambivalencia de las mociones de sentimiento
Tabú
significa algo sagrado, pero sobretodo algo prohibido, y no por algún dios,
sino que es la norma misma quien prohíbe. Tabú significa también algo que
protege, a jefes, niños, mujeres, etc. Si investigamos desde la psicología
estos tabúes, también podremos comprender los nuestros propios.
Wundt
habla del tabú de los animales (prohibición de matarlos y comerlos), y que es
el núcleo del totemismo. También pueden ser tabúes seres humanos (niños,
mujeres, etc) y otros objetos como plantas, casas, etc. Wundt cree que el tabú
obedece al miedo a un poder demoníaco supuestamente escondido en el tabú. Su
contagio se evita mediante ceremonias expiatorias.
Con
el tiempo el tabú pasó poco a poco a prohibir por sí solo, pasando lo demoníaco
a un segundo plano. Sin embargo Wundt no llega a las raíces últimas del tabú,
que son raíces psicológicas y no demoníacas.
El
psicoanálisis nos muestra el tabú en los enfermos obsesivos, llenos de tabúes a
los que obedecen tanto como los salvajes. Hay concordancias entre las
prohibiciones obsesivas neuróticas y los tabúes, como por ejemplo que son
igualmente inmotivadas y de enigmático origen, y además impuestas desde dentro
del sujeto. Además, no sólo prohíben cierta acción sino también el mismo pensar
en hacerla. Los enfermos obsesivos se portan como si las personas tabúes fueran
portadoras de una enfermedad contagiosa, y mediante ceremoniales buscan anular
la nefasta influencia de lo prohibido. En suma, las concordancias son 4:
carácter inmotivado, convencimiento interno, desplazabilidad (contagio) y
acciones ceremoniales.
Freud
da el ejemplo de la persona que reprimió su placer al contacto, creándose así
un conflicto (deseo tocar pero está prohibido hacerlo, es tabú). Las
prohibiciones tabú son ambivalentes: en lo inconciente les gustaría violarlas,
pero al mismo tiempo temen hacerlo. Las más antiguas e importantes
prohibiciones-tabú son las dos leyes fundamentales del totemismo: no matar al
animal totémico, y evitar el comercio sexual con los miembros del sexo opuesto
del mismo clan totémico. Consiguientemente, estas debieron ser las apetencias
más fuertes del hombre, ya que el fundamento del tabú es un obrar prohibido
para el cual hay una intensa inclinación inconciente.
El
hombre que violó un tabú se vuelve él mísmo tabú porque da el mal ejemplo a los
demás, los cuales deben entonces evitarlo. También se vuelve tabú el ser humano
que tienta a violar lo prohibido, como por ejemplo una mujer, o también el
hombre que despierta envidia. Esta transferibilidad del tabú refleja la
inclinación de la pulsión inconciente, ya indicada para la neurosis, a
desplazarse siempre sobre nuevos objetos siguiendo diferentes caminos
asociativos.
Hasta
aquí resumimos: el tabú es una prohibición antiquísima impuesta desde afuera
por alguna autoridad, y dirigida hacia las más intensas apetencias del hombre.
El placer de violar el tabú subsiste en este inconcientemente, y quienes
obedecen el tabú tienen una actitud ambivalente hacia aquello sobre lo cual el
tabú recae: objeto, persona, etc. ya que despierta tentación y también temor.
La violación del tabú se expía mediante una renuncia.
Si
entre los primitivos encontráramos la ambivalencia que vemos en los neuróticos
entre un deseo y su contrario, quedaría prácticamente certificada o asegurada
la concordancia psicológica entre el tabú y la neurosis obsesiva.
Para
investigar si existe tal ambivalencia de sentimientos, Freud estudia en detalle
los tabúes de los pueblos salvajes en relación con: a) el trato dispensado a
los enemigos; b) el tabú de los gobernantes; y c) el tabú de los muertos.
Es
raro observar una crueldad sin inhibiciones en el trato a los enemigos. El
conquistador suele seguir una serie de preceptos subordinados a un tabú, y que
pueden agruparse en cuatro: apaciguar al enemigo asesinado, restricciones para
el matador, acciones expiatorias o purificaciones para el matador, y ciertas
medidas ceremoniales. Corrientemente tales preceptos se explican desde dos
principios: la prolongación del tabú hacia todo lo que tuvo contacto con él, y
el miedo al espíritu del asesinado. Freud prefiere explicarlo por la existencia
de una ambivalencia de las mociones de sentimiento hacia el enemigo.
La
conducta de los pueblos primitivos hacia sus gobernantes (jefes, reyes,
sacerdotes) está regida por dos principios: el pueblo debe cuidar a los gobernantes,
y por otro lado debe cuidarse de ellos. Ambas cosas se logran mediante muchos
preceptos-tabú, como por ejemplo evitar el contacto inmediato y directo con
ellos (para cuidarse de estos). Todas estas actitudes también se entienden a
partir de la existencia de una ambivalencia, ya que al gobernante por un lado
se lo venera, pero por el otro, inconcientemente, se siente una intensa
hostilidad hacia él. La desconfianza hacia el gobernante ('hay que cuidarlo')
expresa esta hostilidad, y el hecho de tener que cuidarlos (no vigilarlos),
expresa el sentimiento opuesto de veneración. Lo mismo encontramos en el
delirio de persecusión, donde la figura perseguidora paterna es al mismo tiempo
ensalzada o estimada, y criticada u odiada. Cabe entonces pensar que también el
vínculo del salvaje con su gobernante proviene de la actitud infantil del niño
hacia su padre.
En
el caso del tabú a los muertos, todo aquel que haya tenido algún contacto con
ellos es impuro, y se vuelve a su vez tabú. Incluso hasta quien pronuncia el
nombre del muerto. Esto mismo ocurre con los neuróticos obsesivos, que temen
pronunciar ciertos nombres, o escucharlos. El tabú de los muertos encierra
también una ambivalencia hacia estos, pues hacia el muerto se siente ternura y
hostilidad. El duelo se cumple porque queríamos al muerto, pero nuestra
hostilidad hacia él la proyectamos fuera de nosotros sobre la figura del muerto
y él es ahora el peligroso. Esta proyección de la hostilidad es inconciente y
existía aún desde antes del fallecimiento, Sólo con su muerte se actualiza este
conflicto amor-odio hacia el fallecido. En general, la proyección sirve para
resolver un conflicto de sentimientos ambivalentes, es decir como defensa, pero
también puede usarse cuando no hay conflicto alguno, como cuando mediante la
proyección organizamos el mundo exterior en base a nuestro mundo interior.
En
los salvajes primitivos la ambivalencia es más intensa que en el hombre de
nuestra cultura actual. Es decir la ambivalencia fue disminuyendo, lo que
explica porqué poco a poco fue desapareciendo el tabú, entendido éste como
síntoma de compromiso del conflicto de ambivalencia. Los neuróticos recibieron
la herencia de los salvajes, por cuanto en ellos el conflicto de ambivalencia
está también muy agudizado.
El
tabú explica la conciencia moral: es su antecedente histórico, pues hay culpa
cuando el tabú es violado. En el neurótico encontramos también el conflicto
moral, donde uno de los opuestos es reprimido y el otro gobierna despóticamente
en la conciencia. Se trata, nuevamente, del conflicto de ambivalencia de
sentimientos, habiendo entonces una identidad esencial entre la prohibición del
tabú y la prohibición moral.
Hay
no obstante diferencias entre los salvajes y los neuróticos obsesivos. Si el
salvaje viola el tabú el castigo lo recibirán todos, pero si el neurótico lo
viola, otro será quien sufrirá el castigo (generalmente un ser allegado) y no
él mísmo. El neurótico es un 'altruísta', pues no quiere hacer algo prohibido
ya que sufrirá otra persona. En realidad no hace otra cosa que desplazar su
angustia de la muerte propia sobre un otro.
Otra
diferencia es que en la neurosis la prohibición recae sobre pulsiones sexuales,
mientras que en los salvajes recae sobre una pulsión social: el contacto
prohibido no tiene sólo un significado sexual sino también el de agarrar,
apoderarse, hacer valer su persona sobre los otros, dominar. La esencia
a-social de la neurosis radica en que el sujeto se refugia en una realidad
fantaseada para huír de una realidad insatisfactoria.
Animismo, magia y omnipotencia de los pensamientos
Para
el animismo, el universo está poblado de seres espirituales y demonios que
animan y generan animales, plantas y cosas inertes. Los primitivos creen además
que los hombres poseen almas que moran en ellos mismos, y que en cierta forma
son independientes de sus cuerpos. El sistema animista gira en torno a estos
seres autónomos: es una forma de explicar el universo, reemplazada luego por
los sistemas religiosos y más tarde por las teorías científicas.
Pero
además de ser una forma de explicar el universo, es también una forma de
dominarlo, mediante las técnicas del ensalmo (brujería) y la magia. Son
técnicas que movilizan a los espíritus para que estos cumplan la voluntad del
hombre: proteger, dañar, etc. Entre estos procedimientos está el daño hecho a
un muñeco que representa al enemigo (similitud), o también actuar sobre algo
perteneciente al enemigo como un cabello, o comer su carne, etc (contigüidad).
Tanto la similitud como la contigüidad implican contacto. Son relaciones entre
cosas, pero en el animismo las relaciones existentes entre las representaciones
(palabras o pensamientos) se presuponen también entre las cosas, de forma tal
que lo que hagamos con nuestras representaciones se supone que ocurrirá también
con las cosas. Esto se llama 'omnipotencia de los pensamientos', como el
neurótico que cree que al pensar en la muerte de alguien, esta muerte ocurrirá
realmente. Los enfermos obsesivos son así supersticiosos, aún cuando reconozcan
ellos mismos lo absurdo de su actitud.
La
omnipotencia de los pensamientos se aprecia en el animismo, donde el hombre
mísmo se atribuye omnipotencia. Si bien en las cosmovisiones religiosas el
poder es atribuído a los dioses, el hombre se reserva la posibilidad de influír
de alguna forma sobre ellos. En cambio en las cosmovisiones científicas el
hombre acepta su pequeñez, pero confía en que dominando las leyes naturales
podrá ser omnipotente. En todos aflora , y especialmente en los neuróticos,
este narcisismo intelectual u omnipotencia de los pensamientos. Originalmente
esto viene de la magia, donde el hombre mismo es omnipotente; después pasó al
animismo (omnipotencia de los espíritus), y luego a la religión (omnipotencia
de los dioses). En tales casos Freud explica esta proyección de la omnipotencia
en otro ser, para que en el hombre no coexistan dos tendencias conflictivas que
luchan por ser omnipotentes, pues evidentemente ambas no pueden serlo. La
proyección permite aliviar este conflicto.
En
realidad lo proyectado no está afuera sino que está reprimido, latente, o sea
es inconciente. A este material latente accedemos interpretándolo, por ejemplo
a través de los sueños, las fobias, las obsesiones y los delirios.
Psicoanalíticamente, aquellos motivos escondidos existen también entre los
salvajes en su animismo y su magia, pero en ellos, a diferencia del caso
neurótico cuyo síntoma es improductivo, sus invocaciones mágicas tienen un
sentido racional: por ejemplo el precepto-tabú de que los guerreros al pelear
deben olvidarse de sus esposas, es para que puedan luchar despejados sin la
añoranza de los ausentes.
El retorno del totemismo en la infancia
El
totemismo es tanto un sistema religioso como social. Religioso porque apunta al
vínculo de mutuo respeto y protección entre un hombre y su tótem, y social
porque regula las relaciones entre los hombres. Dos son las prohibiciones
importantes en el totemismo: matar (o comer) al tótem, y comerciar sexualmente
con los mismos miembros del clan totémico.
Tres
tipos de teorías intentaron explicar el origen del totemismo: las nominalistas,
las sociológicas y las psicológicas. Según las primeras, los antepasados dieron
nombres de animales a sus jefes porque tenían algunas cualidades de ellos. Con
el tiempo, sus descendientes terminaron creyendo que su antepasado, el tótem,
fue un animal.
Según
la teoría sociológica (Spencer y Guillen), el tótem representa a la sociedad en
su conjunto, corporiza a la comunidad que es el genuino objeto de veneración.
La sociedad es venerable porque permite unirse armónicamente a los hombres y
cooperar entre sí para poder subsistir.
En
cuanto a las teorías psicológicas, hay varias, como las de Wilken, Boas, Wundt
y Frazer. Este último, en un primer momento sostuvo como teoría que el tótem es
sentido como un refugio seguro del alma del primitivo para protegerla de los
peligros. Después adhirió a la teoría sociológica antes indicada, y por último,
Frazer buscó identificar la fuente última del totemismo en la ignorancia de los
salvajes acerca del proceso de la reproducción sexual, especialmente respecto
del papel del macho. El totemismo resulta ser así una creación de la mujer,
quien cree que algo (el tótem) la fecunda y le da hijos. Freud critica esto,
diciendo que los salvajes no son tan ignorantes como para creer en una
concepción sexual mágica.
Respecto
de las relaciones entre totemismo y exogamia, hay quienes dicen que ambas
instituciones están juntas por azar y que en realidad son independientes,
mientras otros sostienen que la exogamia es una consecuencia lógica del
totemismo. Freud no estará de acuerdo con ninguna de las teorías expuestas para
explicar el origen de la exogamia (es decir, el origen del horror al incesto).
Freud
intentará una teoría de tipo histórico-conjetural, es decir que supondrá que
hace mucho tiempo se produjo un cierto acontecimiento primordial, a partir del
cual puede luego deducirse el horror al incesto.
Tal
acontecimiento se relaciona con una hipótesis darwiniana según la cual los
monos superiores vivieron en hordas, dirigidos por un jefe que acaparaba las
mujeres y que por celos impedía la promiscuidad sexual dentro de su horda. De
esta exigencia exogámica vino después el tótem imponiendo su prohibición del
incesto. Otra teoría sostiene lo contrario, al sostener que la exogamia es
consecuencia (y no origen) de las leyes totémicas. No parece cosa simple
unificar ambas concepciones.
Los
niños se interesan más por los animales y se sienten más cerca de ellos que de
los adultos, pero sin embargo desarrollan zoofobias (terror a ciertos
animales), y el análisis mostró que tales animales representaban al padre, en
tanto temido oponente de sus intereses sexuales, en tanto fuente de amenazas de
castración. Estos niños también se identifican con el animal temido, siendo ellos
mismos quienes son peligrosos. Encontramos aquí hasta ahora dos rasgos comunes
entre estas zoofobias infantiles y el totemismo: la plena identificación con el
animal totémico, y la actitud ambivalente de sentimientos hacia él (porque
tanto el padre como el tótem son a la vez temidos y amados). Freud aclara que
estas zoofobias aparecen en los niños varones.
Los
mismos miembros del tótem ven en éste a su antepasado y padre primordial. Este
es el núcleo de la explicación psicoanalítica del totemismo. En efecto, las dos
prohibiciones del tótem (no matar al animal totémico y no cometer incesto) son
justamente los dos crímenes cometidos por Edipo (mató a su padre y tomó por
mujer a su madre). Si estos dos deseos no son adecuadamente reprimidos, darán
lugar a la neurosis. Se concluye hasta ahora: el sistema totemista resultó de
las condiciones del complejo de Edipo.
W.
Smith destaca como característica universal de toda cultura los sacrificios en
el altar como medio para reconciliarse con la divinidad o simpatizar con ella.
El sacrificio de animales es el más antiguo, donde estos eran el alimento tanto
del dios como de sus adoradores, es decir que ambos eran comensales del mismo
banquete. Se trata de un lazo de unión que debe repetirse siempre para hacerlo
duradero: comer juntos une a la divinidad con sus adoradores, y a estos entre
sí. Matar al animal para el sacrificio sólo se permite cuando todos lo hacen
para ofrendarlo, estando prohibida la matanza individual. Vale decir, sólo era
permitida cuando todos juntos asumían la responsabilidad. El animal sacrificado
era considerado de la misma sangre ( y por tanto del mismo clan) que los
adoradores y el dios divinidad.
El
lazo que los une no es entonces simplemente el banquete, sino el hecho que
tanto los adoradores como el dios comían el mismo animal, con lo cual la vida
de este pasaba a morar en la sangre y la carne de todos ellos. La religión
totemista se funda así en la matanza y devoración periódica del tótem.
Consumada la muerte, el animal es llorado y lamentado compulsivamente por temor
a una represalia, pero inmediatamente después viene un festejo jubiloso donde se
liberan todas las pulsiones. El tótem, desde el psicoanálisis, es el padre,
pues hacia él hay sentimientos ambivalentes: se lo odia (por eso es matado) y
se lo ama (por eso es llorado).
Uniendo
esto con la hipótesis darwiniana de la horda primordial, cabe pensar que esta
horda es el origen de los sistemas totémicos. Ello se debe a un acontecimiento
que conjeturalmente según Freud tuvo que haber ocurrido: los hermanos se
unieron para darse fuerza y poder matar al jefe de la horda, severo y celoso.
Luego comieron su cadáver para identificarse con él y que cada uno tuviese un
poco de la fuerza del padre. El banquete totémico recuerda periódicamente este
acontecimiento. Pero como los hermanos también amaban al padre vino luego el
arrepentimiento, naciendo así el sentimiento de culpa en la humanidad,
volviéndose el muerto más fuerte de lo que había sido en vida. Desde esta
conciencia de culpa de los hijos varones nacieron las dos prohibiciones
totémicas: no matar al animal totémico, y no tener vínculos incestuosos con
mujeres del mismo clan (ya que era lo que el padre originalmente prohibía).
Ambas cosas fundaron la eticidad del hombre,y mientras la primera solo tenía su
razón de ser en un simple sentimiento, la segunda tuvo además un valor
práctico: la prohibición del incesto impedía que los hermanos se peleen entre
sí por las mujeres de su clan, lo cual implicaba el riesgo de que apareciera
nuevamente un padre tirano y celoso entre ellos. En suma: el psicoanálisis nos
lleva sostener un nexo íntimo y un origen simultáneo entre totemismo y
exogamia.
Es
esto también el origen de las religiones. La comunión cristiana es en el fondo
una nueva eliminación del padre, una repetición del crimen que debía expiarse.
El complejo de Edipo está así en el origen de todas las religiones e
instituciones sociales, así como también en el origen de las neurosis. Los
procesos psíquicos en las masas son entonces asimilables a los procesos
psíquicos individuales. La conciencia de culpa generada por el parricidio
primordial no se ha extinguido aún en nosotros. La hallamos en los neuróticos,
quienes actúan en función de una cierta realidad psíquica (expiar una culpa) y
no de una realidad objetiva. Para el neurótico, como para los primitivos, meros
deseos e impulsos tienen el valor de hechos. No obstante hay diferencia entre
unos y otros: el neurótico sustituye las acciones por pensamientos, y el
primitivo convierte los pensamientos en acciones.
martes, 16 de julio de 2013
Casida de la tentadora
Todos
te desean pero ninguno te ama.
Nadie
puede quererte, serpiente,
porque
no tienes amor,
porque
estás seca como la paja seca
y
no das fruto.
Tienes
el alma como la piel de los viejos.
Resígnate.
No puedes hacer más
sino
encender las manos de los hombres
y
seducirlos con las promesas de tu cuerpo.
Alégrate.
En esa profesión del deseo
nadie
como tú para simular inocencia
y
para hechizar con tus ojos inmensos.
“Jaime
Sabines”
La mujer Lacaniana
En lugar del enigma femenino Lacan nos
habla de la falta de un significante. No hay significante para nombrar a la
mujer como conjunto La tachada. Hay algo en el ser femenino que excede la
palabra. Y es por esa falta de significante que la mujer da tanto que hablar.
Se intenta atrapar con más y más palabras que siempre
fracasan en decir que es ese ser de la mujer.
Lacan intenta definir lo específicamente
femenino, no a partir de la falta de pene sino a partir de un goce
suplementario. El único goce común a ambos sexos es el goce fálico, pero lo que
hace a la mujer extraña, esencialmente Otra es ese goce suplementario. Goce que
la hace “no toda” capturada en ese goce fálico.
“La mujer no toda es” dice Lacan.
La
mujer se relaciona por un lado con el falo y por el otro con el significante de
la falta en el Otro, significante que se relaciona con el amor y el deseo, y
por ende con el Otro que habla palabras de amor, pero también con el Otro que
no existe, con la soledad, con la ausencia.
¿Donde
ubicar ese goce suplementario al que la mujer tiene más fácil acceso que el hombre?
No es necesario buscarlo sólo en experiencias místicas. Lacan lo ubico en el
encuentro sexual mismo.
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