Según cuenta Dalí en su libro Diario de un genio (Memorias, 1952-1964), el escritor Stefan Zweig –quien habría de ser, con Ernst Jones, uno de los dos únicos oradores en el funeral de Freud– fue quien posibilitó al pintor la visita anhelada a Sigmund Freud.
Parece que Salvador Dalí se esforzó enormemente por impresionar al gran psicoanalista vienés, hablándole con pasión sobre sus propios escritos e invitándolo a leerlos. Freud, sin inmutarse, lo observaba en silencio. Al despedirse, Sigmund Freud pronunció una sola frase que quedó grabada para siempre en la mente de Dalí:
“Nunca había conocido a tan perfecto prototipo de español. Qué fanático”.
Esa visita tuvo como producto un dibujo de Dalí, hecho al carbón: “Retrato de Freud”. Dalí cuenta que la cabeza de Freud le evocaba la forma de un caracol de Borgoña, y así intentó manifestarlo en su retrato.
Cuenta Dalí que se sintió muy ansioso por conocer la reacción y la opinión de Freud sobre el dibujo de su rostro. Parece que Dalí insistió ante Stefan Zweig para que le transmitiera algún comentario de Freud cuando viera su retrato. Sólo cuatro meses después, al encontrarse con Zweig en Nueva York, recibió una respuesta escueta, casi evasiva: “Le gustó mucho”, sin abundar en mayores detalles y pasando en seguida a otro tema.
Cuenta Dalí que sólo tiempo después, cuando Stefan Zweig se suicidó en Brasil, y al leer el final de su obra póstuma que el pintor nombra como “El mundo del mañana” (pero el libro de Zweig se llama en realidad El mundo del ayer), pudo comprender lo ocurrido con el retrato. Freud jamás había llegado a verlo. Stefan Zweig había mentido en Nueva York. Según Dalí relata, Stefan Zweig nunca se atrevió a mostrarle el retrato a Freud por temor a sobresaltarlo, por comprender que ese dibujo “presagiaba de manera clara la inminente muerte de Freud”. Según dice Dalí en su diario íntimo, “sin darme cuenta dibujé la muerte terrestre de Freud, en ese retrato al carbón que hice un año antes de que muriera”.
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