El
problema de si cada uno de los productos que nos ofrece la vida onírica puede
ser traducido completa e inequívocamente a la modalidad expresiva de la vida
diurna (interpretación) no ha de ser tratado en forma abstracta, sino
refiriéndolo a las condiciones en las cuales se lleva a efecto la
interpretación de los sueños.
Nuestras
actividades mentales tienden a un fin útil, o bien a un inmediato beneficio
placentero. En el primer caso se trata de decisiones intelectuales, de
preparativos para la acción o de comunicaciones a otras personas; en el
segundo, las denominamos «juegos» o «fantasías». El soñar es una actividad
perteneciente al segundo orden, que filogenéticamente es en realidad el más
primitivo. El sueño tiene una sola función: la de evitar la interrupción del
dormir. El sueño puede ser calificado como un trozo de fantasía puesto al
servicio de la conservación del reposo.
De
ello se desprende que en el fondo al yo durmiente no le importa qué sueña
durante la noche, siempre que el sueño cumpla la tarea que le concierne;
además, puede deducirse que aquellos sueños de los cuales nada se recuerda al
despertar son los que mejor han cumplido su función. Si con tal frecuencia
sucede de otro modo, si recordamos los sueños, ello comporta cada vez una irrupción
de lo inconsciente reprimido al yo normal. En tales casos, lo reprimido no se
ha mostrado dispuesto a colaborar en la eliminación del amenazante trastorno
del reposo, a menos que se le concediera esa compensación. Sabemos que el sueño
deriva precisamente de esta irrupción la importancia que tiene para la
psicopatología. Cuando podemos revelar su motivo impulsor, obtenemos una
insospechada información sobre las tendencias reprimidas en el inconsciente;
por otra parte, cuando anulamos sus deformaciones tenemos oportunidad de
vislumbrar el pensamiento preconciente en un estado tal de concentración
interior que durante la vida diurna jamás se habría atraído la atención de la
conciencia.
La
interpretación onírica siempre será una parte de la labor analítica, en ella
dirigimos nuestro interés, según sea necesario, al contenido onírico
preconciente, o a la participación inconsciente en la génesis onírica, y muchas
veces descuidamos uno de estos elementos en favor del otro. Por otra parte, de
nada serviría que alguien se propusiera deliberadamente interpretar sueños
fuera del análisis; y si se dedicara a elaborar sus propios sueños, no haría
sino emprender su propio autoanálisis.
Al
practicar la interpretación de los sueños de acuerdo con el único procedimiento
técnico que puede justificarse, pronto se advierte que el éxito depende
enteramente de la tensión que la resistencia crea entre el yo despierto y lo
inconsciente reprimido. Bajo «alta presión de resistencia» de las producciones
oníricas del paciente sólo se llega a utilizar y a interpretar una pequeña
parte, y aún ésta, por lo general, tan sólo incompletamente.
En
algunos sueños aislados la interpretación demuestra que tienen sentido; en
otros no se puede saber si lo tienen. Pero justamente el hecho de que el éxito
de la interpretación esté subordinado a la resistencia permite al analista
superar tal modestia forzosa. En efecto, se puede hacer la experiencia de que
un sueño, incomprensible al principio, se torne transparente aun en la misma
sesión, una vez que se haya logrado eliminar una resistencia del paciente
mediante su feliz discusión. Sucede entonces que al paciente se le ocurre de
pronto un trozo olvidado del sueño, que ofrece la clave de la interpretación, o
bien surge una nueva asociación, con cuya ayuda se iluminan las sombras.
También puede suceder que, luego de meses o años de esfuerzos analíticos, se
retorne a un sueño que al comenzar el tratamiento parecía carente de sentido e
incomprensible, y que ahora se presenta con plena claridad, a través de los
conocimientos adquiridos en el ínterin. En general el sueño es una formación
psíquica interpretable, pese a que las circunstancias no siempre permitan
alcanzar la interpretación.
Una
vez hallada la interpretación de un sueño, no siempre es fácil decidir si es
«completa». En tal caso, debe considerarse demostrado aquel de los sentidos que
esté abonado por las asociaciones del soñante, sin que por ello siempre sea
lícito rechazar el otro sentido probable. Además, también en la vida diurna y
fuera de las circunstancias de la interpretación onírica se da el caso de que
subsista nuestra duda con respecto a si una expresión oída o una información
obtenida aceptan tal o cual interpretación, o si, además de su sentido evidente
y manifiesto, no significan quizá alguna otra cosa.
Naturalmente,
la elaboración onírica tropieza con dificultades al tratar de hallar medios de
representación para las ideas abstractas.
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