Que la feminidad ha sido
siempre un enigma para los psicoanalistas lo demuestra la pregunta que se hace
el propio Freud un poco a la desesperada cuando en una conversación con la
psicoanalista francesa Marie Bonaparte exclama "Que quiere la mujer?"9.
El contraste entre la capacidad para pensar la sexualidad masculina con el
concepto de libido y la dificultad para acercarse a la sexualidad femenina es
aún más llamativo si se tiene en cuenta que el número de psicoanalistas mujeres
es considerable y pese a ello no se ha conseguido deshacer el enigma que supone
siempre la pregunta acerca de qué quiere una mujer. Freud proponía tímidamente
que lo femenino era lo pasivo y lo masculino, lo activo y que ambos polos se
complementaban. Su forma de formular esta cuestión es que el hombre tiene miedo
a la castración y la mujer padece envidia del pene. Hacia finales de los 70
Lacan propone una distinción entre de dos tipos de goce que vendría a modificar
sustancialmente esta teoría. En el lugar de una complementariedad, simultaneidad
o unión perfecta entre los sexos habla de una "[...] heterogeneidad
radical entre el goce masculino y el goce femenino." (LACAN, 1966/1967, p.
62). De ahí la famosa consigna lacaniana "No hay relación/proporción
[rapport] sexual"10.
Al contrario de lo que
piensa, por ejemplo, la biología, que parte del acoplamiento perfecto entre el
macho y la hembra, a nivel de los goces lo que hay es más bien un obstáculo a
la relación: en el orden del goce no hay entendimiento, sino que debido al goce
el sujeto tiene más bien un carácter autoerótico. Cada sujeto goza siempre a su
manera, desde su posición, en un lugar diferente, y nunca puede llegar a gozar
del cuerpo del otro, sino que el otro le interesa siempre por cuanto hace
vibrar algo de su propio cuerpo. Lo que impera entonces entre los partenaires,
sean del sexo que sean, es el malentendido.
Ahora bien, en el seminario
XVI De un Otro al otro (1968-1969), Lacan introduce una distinción entre dos
tipos de goce y dos posiciones determinadas por su relación con estos goces. De
entrada cabe anotar que el título del seminario se refiere al desplazamiento
desde una teoría que partía del lenguaje en su conjunto (el Otro con
mayúsculas) a otra teoría que aborda al sujeto desde su objeto pequeño a, desde
aquel objeto que situado sobre su cuerpo lo hace gozar (la mirada, el objeto
anal, el objeto oral y la voz). El primero de estos goces es el goce más
propiamente masculino y se conoce como goce fálico. No se trata evidentemente
de que el hombre pretenda solucionarlo todo con su pene, porque el concepto de
falo de Lacan no se refiere al órgano, sino que pertenece primordial, aunque no
exclusivamente, al registro que él define como simbólico, al campo de la
palabra pensada como un significante. El falo es el significante de una cierta
falta en torno a la que se ordena el discurso del sujeto. La propuesta de Lacan
es que el hombre pretende solucionarlo todo no con su pene, sino a través del
sentido. En realidad el goce fálico no es goce o en todo caso es un goce sui
géneris, porque se trata de un goce que ocurre o tiene lugar por fuera del
cuerpo. Consiste más bien en el hecho de considerar que todo puede ser
comprendido y explicado, que después de una explicación no queda ningún resto.
Por extraño que suene, para Lacan el sexo se hace sobre todo con palabras y es
una cuestión que se juega a nivel de lo que se puede contar, narrar. No digamos
ya el amor. Así que el goce fálico es el goce sexual.
Lo que sucede es que Lacan
propone que la mujer no está por entero en el goce fálico, sino que ella tiene
acceso a un goce Otro. El goce propiamente dicho, goce del cuerpo, está
propiamente en otro lado. Si el goce fálico es pensado como un goce que se
puede alcanzar con esfuerzo, el goce Otro es algo en lo que la posición
femenina ya está ahí de entrada. Es necesario insistir en que no trata del goce
que corresponde en el nivel fálico a la mujer, análogo al goce fálico
masculino, sino que este goce "[...] subsiste siempre en ella, distinto y
paralelo del que obtiene por ser la mujer del hombre, aquel que se satisface
del goce del hombre." (LACAN, 1968/1969, p. 386).
Por una parte, la mujer
necesita gozar del hombre mediante el goce fálico y es así como entra en el
juego de lo fálico. La diferencia con respecto a la posición masculina es que
tiene una conciencia clara de la existencia de la castración, de la
imposibilidad de obtener el todo, de que el lenguaje siempre deja algo más
allá. La mujer tiene un goce que "[...] se basta perfectamente a sí
mismo" (LACAN, 1968/1969, p. 359) y que está fuera de toda relación o
intercambio con el goce masculino.
Los ejemplos, aunque siempre
perentorios, se hacen necesarios. No se trata, por ejemplo, de que el goce
fálico sea el goce de la partida de cartas y el fútbol retransmitido por la
televisión y de que el goce Otro sea el goce de la cháchara o el cuidado de la
propia imagen. Estos goces estarían ambos en el plano de lo fálico. El goce
Otro está, nunca mejor dicho, radicalmente en otro lado.
El goce fálico y el goce
Otro obedecen a dos lógicas diferentes. El goce fálico se mueve en una lógica
de lo universal, de lo igual para todos, mientras que la lógica que corresponde
al goce Otro es una lógico del no-todo, una lógica que tiene en cuenta que más
allá del lenguaje hay algo Otro, un goce Otro que está como a la deriva y que
se aparece como un suplemento independiente del goce fálico. La posición
femenina se caracteriza por estar en el goce fálico y además en este goce Otro.
Se trata de un goce que Lacan ilustra con el éxtasis místico, bien sea la
escultura de Santa Teresa esculpida por Bernini, de hecho esta es la imagen que
aparece en la edición francesa en la portada del seminario XX, bien sea con el
Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. El místico en contacto con lo divino
sufre y disfruta al mismo tiempo sin límite. Es un goce que se siente en el
cuerpo pero del que no se puede decir nada, un goce que resulta un enigma
incluso para aquel o aquella que lo siente.
La mujer está en la lógica
fálica y así hace las veces de mujer del hombre, se presta a ser objeto del
deseo del hombre, se presta a jugar el papel de objeto en el fantasma
masculino, pero ella es no toda en este goce y tiene relación con un goce que
no depende en absoluto de este. Más allá de todo aquello que puede ser dicho,
hay algo que ek-siste, algo que no necesita del registro simbólico para
subsistir, sino que está fuera de este.
Si la lógica que rige la
posición masculina pretende agotarlo todo fálicamente, es decir, a través del
sentido, la lógica que rige una parte de la posición femenina opera sobre la
base de algo que se escapa necesariamente a la palabra, que queda más allá.
Estas consideraciones tan teóricas pueden ser aplicadas a la práctica si se
piensa como en muchas relaciones de pareja son presentes el reproche y la
insistencia masculinos acerca del "qué te pasa" o "por qué no me
dices que te sucede", en el fondo ignorantes de que hay algo que es
imposible decir. El varón quiere acceder a aquello a lo que él no tiene ningún
acceso, quiere que la mujer diga algo que no puede decir, porque es imposible
que la mujer diga algo de sí misma si esto está para ella misma oculto. Lacan
formulará este enigma de lo femenino de muchas formas diferentes: por ejemplo,
que la mujer no se puede escribir, que no existe La mujer con A mayúscula, que
la mujer no es algo universalizable, que la mujer está excluida de la
naturaleza de las cosas y de las palabras, que el goce Otro es una especie de
Uno inaccesible, etc. Lo femenino es definido como marcado siempre por una
ausencia -por cierto, no una falta, ni una castración, que afectan
irremediablemente a todo neurótico independientemente de su género-. La
posición femenina está "[...] entre centro y ausencia" (LACAN,
1971/1972a, p. 118), entre el centro que es la función fálica y la ausencia que
es el goce Otro.
La relación entre estos
tipos de goce no es una relación complementaria, puesto que son goces que no
tienen nada que ver uno con el otro, y por lo tanto no pueden complementarse,
unirse para formar un todo harmónico. El goce fálico va por un lado y por el
otro, suplementariamente, la mujer siente en ocasiones cierto goce Otro. Un
goce del propio cuerpo desconocido y que, de entrada, no obedece a regla,
norma, significante o falo alguno11.
Si las mujeres, incluso las
mujeres psicoanalistas no son capaces de decir en que consiste este goce se
debe al hecho de que no se puede saber nada acerca de él, tan solo sentirlo.
Lacan se burla de todos los intentos inútiles para nombrar la sexualidad y el
orgasmo femenino: goce vaginal, goce posterior del útero, frigidez, etc. Esto
que se siente pero que está más allá del lenguaje es lo que se ha intentado
decir inútilmente a lo largo de la historia, tanto por parte de las mujeres
como por parte de algunos hombres que pretendían que ellas desvelaran su
secreto. El hecho de que la pornografía sea empleada principalmente por varones
puede ser interpretado como un intento masculino por ver en qué consiste ese
goce que ellos desconocen. El problema es que la búsqueda está errada desde el
principio, puesto que en la relación sexual solo opera el goce fálico. Es
cierto que las formas de afrontar la sexualidad son diferentes y que hay una
forma específicamente masculina y otra específicamente femenina, pero es un
error pretender reducir lo femenino a un estilo de sexualidad. Más bien la
sexualidad es siempre algo del orden de lo masculino, mientras que la feminidad
está más allá de la libido.
Lacan emplea a lo largo de
su enseñanza una distinción entre tres registros: imaginario, simbólico y Real.
Lo imaginario es lo que tiene que ver con la imagen. Lo Real es casi sin
variación definido desde el principio como lo imposible y lo simbólico es el
registro de la palabra pensada como un significante, es decir, como teniendo
efectos de significación. En general, en la última enseñanza de Lacan el cuerpo
es pensado como un cierto envoltorio, como una figura, un continente o una
línea que rodea algo que es el goce ofreciéndole consistencia. El cuerpo es
ante todo algo que se piensa, no algo que exista, sino algo que se representa,
y, por lo tanto, tiene que ver sobre todo con el registro de lo imaginario12.
Estos tres registros Lacan los dibuja en forma de tres anillos unidos en forma
de nudo borromeo.
En el gráfico se puede
apreciar como el goce fálico JΦ se sitúa muy exactamente en la intersección
entre el registro de lo Real y el registro de lo Simbólico, es decir, a pesar
de tratarse del goce más propiamente sexual el goce fálico está fuera de lo
imaginario, no es algo del cuerpo, sino que se relaciona al mismo tiempo con la
imposibilidad y con el decir. Por el contrario, el goce Otro JA, abreviatura de
Jouissance Autre, se sitúa en la intersección entre lo Real y lo Imaginario. Es
decir, este sí que tiene que ver, además de con lo imposible, con algo del
propio cuerpo. Dicho en palabras, sería algo así como sentir en el cuerpo una
especie de imposible.
Ahora bien, lo interesante
es que esto que Lacan diseña para pensar la diferencia entre la posición
masculina y la posición femenina puede ser generalizado para analizar el goce
de todo sujeto en general. Para empezar porque en el fondo se trata de
posiciones, masculina y femenina, que no dependen de la anatomía, sino que
existen machos que sienten este goce Otro. Para Lacan, al contrario que para
Freud, la anatomía no es el destino13. No se puede prejuzgar por la anatomía si
alguien puede o no acceder al no-Todo. Lacan no ofrece él mismo esta
formulación porque en seminarios posteriores prefiere concentrarse en la
configuración de los nudos borromeos de cada individuo y en una concepción del
síntoma [escrito sinthome] como aquello que enlaza los tres registros
(imaginario, simbólico, imaginario), que sirven tanto para mujeres como
hombres. Pero no es difícil deducir que en realidad el goce Otro que antes era
un goce exclusivo de la mujer acabará generalizándose para todos los sujetos,
independientemente de su género. Hay algo de absolutamente Otro en el goce del
propio cuerpo.
La última enseñanza de Lacan
piensa el psicoanálisis como una búsqueda de la "lalengua" [lalangue]
del sujeto. "Lalengua" no coincide con la "lengua", sino
que consiste en el especial dialecto o jerga formado por determinadas palabras
traumáticas se han inscrito o imprimido sobre el cuerpo de una persona como
marcas de goce por fuera del registro de lo simbólico. Por ejemplo, aunque
aparentemente parecía un hecho inofensivo, cierta frase de la infancia de un
paciente ha adquirido un peso enorme en su historia. Es decir, ciertas palabras
no cuentan por su función comunicativa, sino que actúan a modo de un aparato
que regula y organiza el goce. De hecho el propio concepto de inconsciente en
cuanto algo que hay que interpretar, en cuanto que estructurado como un
lenguaje, queda a un lado: del inconsciente como lenguaje se pasa al
inconsciente como goce14. La palabra ya no será pensada como un significante
asociado a un efecto de significación sino como "letra", una letra
que se escribe y se inscribe sobre el cuerpo, que modela el goce del cuerpo. La
práctica psicoanalítica se aparta del desciframiento de los síntomas mediante
el sentido para convertirse en una práctica que tiene que aislar la isla de
sinsentido que está en el fondo de toda posición subjetiva. La interpretación
es un medio, pero el fin es la reinscripción de otro modo de un goce que se ha
inscrito de mala manera en el cuerpo. Si el sentido importa es porque sus
efectos resuenan en el cuerpo y modifican su goce. Se trata de deshacer
mediante la palabra lo que la palabra hizo en el cuerpo.
El goce Otro tiene algo de
insoportable en la medida en que no tiene límite, pero por otra parte es lo más
singular y particular del sujeto. El psicoanálisis propone interpretar el
sufrimiento como una relación problemática con este goce, que requiere de inventar
un nombre y una forma de hacer con esto innombrable, en definitiva, afirmar la
propia feminidad15.
La feminización de la
sociedad que propone el psicoanálisis consiste en el diagnóstico de una pérdida
de valor del régimen edípico, del régimen del Padre, de los grandes relatos, de
cualquier propuesta que se mueva exclusivamente en el orden del Todo y de lo
Universal. Para el psicoanálisis lacaniano la sociedad no se está feminizando
porque se haya producido una mejoría de la situación de desigualdad de las
mujeres, porque algunas mujeres acceden a puestos de mando o porque valores
asociados típicamente a lo femenino -la ternura, el cuidado de sí, la escucha,
etc.- se extiendan a los varones. La sociedad se feminiza porque cada vez se
muestra más claramente que no hay ninguna ley general que sirva para todos, que
cada sujeto es siempre excepción, que no se puede encontrar nombre para el
propio goce en el discurso social que circula, que siempre habrá un desfase
entre lo colectivo y lo singular, que el gran Otro coherente y absoluto no
existe16.
Ello explica porque a nivel
psíquico aquellos y aquellas que están en una posición femenina están más
preparados y preparadas para soportar el presente: asumen mucho mejor en el
fondo lo imprevisible, lo no programado, el hecho de que no siempre existe
explicación, la inexistencia de una verdad omniabarcante. Si el cambio de
mentalidad desde un régimen fálico a un régimen no-Todo ha sido causado por la
educación que han recibido las nuevas generaciones o por otros factores es una
cuestión a dirimir en otra parte. En todo caso, cada vez se hace más evidente
que cualquier discurso que pretenda regular y ordenar el goce desde arriba y a
la fuerza está condenado antes o después a la impotencia. Sin duda hay reacciones
y pasos hacia atrás y el aumento del fanatismo religioso puede ser interpretado
como uno de ellos. Pero son precisamente eso, reacciones ante un momento
histórico donde es cada vez más difícil contener la reivindicación de los
sujetos de su singularidad y su heterogeneidad, es decir, de su feminidad17. En
lo que respecta a la feminidad, el psicoanálisis advierte que lo más específico
e individual de cada sujeto está más allá de la anatomía pero también más allá
del género, en concreto, en su modo de gozar.
Francisco Conde Soto
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