Charcot (Histeria Traumática): Un trauma
para devenir histérico tiene que ser grave, que conecte con una representación
de un peligro mortal, pero no debe cesar la actividad psíquica. Debe tener una
relación con una parte del cuerpo. En el ataque se repite la escena del
accidente. La parálisis histérica también puede ser efecto de sugestión verbal
por medio de hipnosis. Para que una escena produzca una parálisis el enfermo
debe estar en un estado mental hipnoide, similar al de la sugestión traumática.
Para estudiar la histeria no traumática es
necesario poner a los enfermos en estado hipnótico, y preguntar por el origen
de los síntomas. Tras los fenómenos histéricos se esconde una vivencia teñida
de afecto, que determina unívocamente el síntoma. Si se equipara esta vivencia
teñida de afecto con la traumática, se arriba a la conclusión que existe una
total analogía entre la parálisis traumática y la histeria no traumática.
Casos: Anna O. (contractura en el brazo), Emmy
von N. (chasquido de la lengua). A menudo una ocasión sola no alcanza para
fijar un síntoma, pero si se presenta varias veces con un cierto afecto, luego
se fija y permanece. La determinación de un síntoma por el trauma psíquico consiste
en una referencia simbólica de éste. Por ejemplo, en el caso Cäcilie, que sus
dolores de cabeza se produjeron cuando su abuela la “penetró” con la mirada.
Existe un propósito de expresar el estado psíquico por uno corporal, y la
lengua ofrece los puentes.
Toda histérica es traumática en el sentido de trauma
psíquico. Y se pueden estudiar los fenómenos histéricos
siguiendo el mismo esquema de la histeria traumática.
Si se consigue llevar al enfermo hasta un
recuerdo bien vívido, queda gobernado por un afecto y si se lo constriñe a
expresarlo en palabras, a la vez que produce un afecto violento, vuelve a
aparecerle muy acusado aquel fenómeno de los dolores y el síntoma desaparece
(cuando cesa la causa, cesa el efecto). Permite vivenciar la escena por segunda
vez, y completar la reacción, aligerándose del afecto de la representación que
estaba estrangulado. Este es el método catártico.
El recuerdo ha conservado su pleno afecto. Si
un ser humano experimenta una impresión psíquica, se acrecienta en su sistema
nervioso una suma de excitación, por vía sensorial, y su
empequeñecimiento se produce por vías motrices. La reacción adecuada es
descargar cuanto le fue cargado, es decir la acción. Si la reacción está
totalmente interceptada, el recuerdo conserva su afecto, y este padecer es una
mortificación tolerado en silencio. Toda vez que el afecto no se pudo
abreaccionar, él puede convertirse en trauma psíquico. Ya sea que la ofensa se
tramite por representaciones contrastantes evocadas en su interior o no, el
afecto adherido es susceptible al desgaste y sucumba al olvido con el paso del
tiempo. En el histérico, en cambio, hay unas impresiones que no se despojaron
de afecto, y ocupan una posición excepcional frente al desgaste. El histérico
padece de unos traumas psíquicos incompletamente tramitados o abreaccionados.
Las condiciones bajo las cuales los recuerdos
devienen patógenos son: representaciones tales que el trauma fue grande, y el
sistema nervioso no pudo tramitarlo; el contenido imposibilita o simplemente la
persona rehúsa la reacción. Otro grupo de casos son ínfimas pero cobran alta
significatividad por sobrevenir en momentos de una predisposición
patológicamente acrecentada (autohipnosis), en el que no puede dar trámite
asociativo a la representación. Hay una conciencia doble que inclina a la
disociación y al surgimiento de estados anormales de conciencia.
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