lunes, 29 de abril de 2013

Disimetría entre los sexos





La disimetría  está  marcada respecto del goce sexual. Los que se ubican del lado hombre tienen el significante fálico de su lado. Lo que puede decirse de ese goce está representado por ese falo simbólico que ordenará para el sujeto la búsqueda de lo que ha perdido, goce que no desarma su identificación, y que ilusoriamente reencontraría en el objeto (a), sostenido por una mujer al ocupar el lugar fantasmático de causa de su deseo. Para ellos, sin embargo, el goce fálico en tanto goce del órgano, puede hacer de obstáculo a la búsqueda del goce en el cuerpo de la mujer.

Las que se ubican del lado mujer no tienen un significante propio y tendrán un goce dividido por esta falta de significante. Buscarán así, por un lado el falo en el hombre y, por otro, algo que Lacan nombra significante de la falta en el Otro - S(A/) o también "No hay Otro del Otro". Señala, así un "mas allá del falo" entendido como lo que el significante no recubre, y designa el goce sexual al que podrá acceder una mujer en su afinidad con esa otredad.

jueves, 25 de abril de 2013

"Pareja Ideal"
Un sapo abrazando una botella de cerveza... 







Una joven camina junto a un arroyo, ve a un sapo, lo coloca amorosamente en su regazo, lo besa y, desde luego, el feo sapo se transforma milagrosamente en un hermoso joven. Sin embargo la historia no ha acabado: el joven hombre lanza una mirada de deseo a la joven, la acerca a él, la besa, y ella se convierte en una botella de cerveza que él sostiene triunfante en su mano... Para la mujer el objetivo es que su amor y su afecto (representados por el beso) pueden convertir a un sapo en un hombre hermoso, una presencia fálica completa (el gran Phi, en los matemas de Lacan); Para el hombre se trata de reducir a la mujer a un objeto parcial, la causa de su deseo (el pequeño objeto a de los matemas de Lacan). A causa de ésta Asimetría "No hay relación sexual": Tenemos ya sea a una mujer con un sapo o a un hombre con una botella de cerveza, lo que no podemos obtener jamás es la pareja "natural" de un hombre y una mujer hermosos... 


Slavoj Zizek.

Resumen de S. Freud (1914) recuerdo, repetición y elaboración. López Ballesteros


La técnica psicoanalítica consiste en la labor que el enfermo había de llevar a cabo para dominar la crítica contra sus asociaciones, en observancia de la regla psicoanalítica fundamental que le era impuesta. Prescindimos de una orientación fija hacia un factor o un problema determinado, nos contentamos con estudiar la superficie psíquica del paciente y utilizamos la interpretación para descubrir las resistencias que en ella emergen y comunicárselas al analizado, y una vez vencidas éstas, el sujeto relata sin esfuerzo alguno las situaciones y relaciones olvidadas. Naturalmente, el fin de estas técnicas es descriptivamente, la supresión de las lagunas del recuerdo; dinámicamente, el vencimiento de las resistencias de la represión.
EI olvido de impresiones, escenas y sucesos se reduce casi siempre a una «retención» de los mismos. Cuando el paciente habla de este material «olvidado», rara vez deja de añadir: «En realidad, siempre he sabido perfectamente todas estas cosas; lo que pasa es que nunca me he detenido a pensar en ellas», y muchas veces se manifiesta defraudado porque no se le ocurren suficientes cosas que pueda reconocer como «olvidadas» y en las que no ha vuelto a pensar desde que sucedieron. Este deseo queda a veces cumplido, sobre todo en las histerias de conversión. El «olvido» queda nuevamente restringido por la existencia de recuerdos encubridores que constituyen una representación tan suficiente de los años infantiles olvidados, como el contenido manifiesto del sueño lo es de las ideas oníricas latentes.
El otro grupo de procesos psíquicos susceptibles de ser opuestos como actos puramente internos a las impresiones y los sucesos vividos, está constituido por las fantasías, las asociaciones, los sentimientos. Sucede aquí que se «recuerda» algo que no pudo nunca ser «olvidado», parece totalmente indiferente que tal elemento fuera consciente y quedase luego olvidado o que no penetrase jamás hasta la conciencia.
Sobre todo en las diversas formas de las neurosis obsesivas, el olvido se limita a destruir conexiones, suprimir relaciones causales y aislar recuerdos enlazados entre sí.
Por lo general, resulta imposible despertar el recuerdo de una clase especial de sucesos muy importantes correspondientes a épocas muy tempranas de la infancia y vividos entonces sin comprenderlos, pero perfectamente interpretados y comprendidos luego por el sujeto. Su conocimiento nos es procurado por los sueños.
Con la nueva técnica, el curso del análisis se hace mucho más complicado y trabajoso; el analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite sin saber, naturalmente, que lo repite.
Por ejemplo: el analizado no cuenta que recuerda haberse mostrado rebelde a la autoridad de sus padres, sino que se conduce en esta forma con respecto al médico. No recuerda que su investigación sexual infantil fracasó, dejándole perplejo, sino que produce una serie de sueños complicados y ocurrencias confusas y se lamenta de que nada le sale bien y de que su destino es no conseguir jamás llevar a buen término una empresa, etc.
Sobre todo, no dejará de iniciar la cura con tal repetición. Con frecuencia, cuando hemos comunicado a un paciente de vida muy rica en acontecimientos y largo historial patológico la regla psicoanalítica fundamental y esperamos oír un torrente de confesiones, nos encontramos con que asegura no saber qué decir. Mientras el sujeto permanece sometido al tratamiento no se libera de esta compulsión de repetir, y acabamos por comprender que este fenómeno constituye su manera especial de recordar.
La transferencia no es por sí misma más que una repetición y la repetición, la transferencia del pretérito olvidado, pero no sólo sobre el médico, sino sobre todos los demás sectores de la situación presente. Tendremos, pues, que estar preparados a que el analizado se abandone a la obsesión repetidora que sustituye en él el impulso a recordar no sólo en lo que afecta a su relación con el médico, sino también en todas las demás actividades y relaciones simultáneas de su vida.. Cuanto más intensa es la resistencia, más ampliamente quedará sustituido el recuerdo por la acción (repetición). Cuando la cura comienza bajo el patrocinio de una transferencia positiva no muy acentuada nos permite penetrar al principio, profundamente en los recuerdos y hasta los mismos síntomas patológicos permanecen acallados mientras tanto. Pero cuando en el curso ulterior del análisis se hace hostil o muy intensa esta transferencia, el recuerdo queda sustituido en el acto por la repetición, y a partir de este momento, las resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones.
El analizado repite todo lo que se ha incorporado ya a su ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizables y sus rasgos de carácter patológico. Poco a poco vamos atrayendo a nosotros cada uno de los elementos de esta enfermedad y haciéndolos entrar en el campo de acción de la cura, y mientras el enfermo los va viviendo como algo real, vamos nosotros practicando en ellos nuestra labor terapéutica, consistente, sobre todo, en la referencia del pasado.
La repetición en el tratamiento analítico, supone evocar un trozo de vida real, y, por tanto, no puede ser innocua en todos los casos. A este punto viene a enlazarse todo el problema de la «agravación durante la cura», inevitable a veces.
La iniciación del tratamiento trae ya consigo una modificación de la actitud consciente del enfermo ante su enfermedad. Generalmente, se ha limitado a dolerse de ella y a despreciarla, sin estimar debidamente su importancia; pero, por lo demás, ha continuado observando, con respecto a sus manifestaciones, la misma política de represión que antes en cuanto a sus orígenes. El sujeto ha de tener el valor de ocupar su atención con los fenómenos de su enfermedad, a la cual no debe ya despreciar, sino considerar como una parte de su propio ser, fundada en motivos importantes y de la cual podrá extraer valiosas enseñanzas para su vida ulterior.
De esta forma preparamos desde un principio la reconciliación del sujeto con lo reprimido que se manifiesta en sus síntomas, pero, por otro lado, concedemos también a la enfermedad un cierto margen de tolerancia. Si esta nueva relación con la enfermedad agudiza algunos conflictos y hace pasar a primera línea síntomas hasta entonces poco precisos, podemos consolar fácilmente al enfermo observándole que se trata de agravaciones necesarias, pero pasajeras. Pero la resistencia puede aprovechar la situación para sus fines e intentar abusar de la tolerancia concedida a la enfermedad.
Otro peligro es el de que en el curso de la cura lleguen también a ser reproducidos impulsos instintivos nuevos situados en estratos más profundos, que no habían emergido aún. Por último, aquellos actos que el paciente ejecuta fuera del campo de acción de la transferencia pueden acarrearle daños pasajeros e incluso ser elegidos de manera que anulen por completo el valor de la salud que el tratamiento tiende a restablecer.
El médicos se dispondrá, pues, a iniciar con el paciente una continua lucha por mantener en el terreno psíquico todos los impulsos que aquél quisiera derivar hacia la motilidad, y considera como un gran triunfo de la cura conseguir derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto tendía a derivar por medio de un acto. La mejor manera de proteger al enfermo de los daños que puede acarrearle la ejecución de sus impulsos es comprometerle a no adoptar durante el curso del tratamiento ninguna resolución importante (elegir carrera o mujer, por ejemplo) y a esperar para ello el momento de la curación.
Al mismo tiempo, respetamos la libertad personal del paciente en cuanto sea compatible con estas precauciones; no le impedimos la ejecución de propósitos poco trascendentales. Hay también casos en los que nos es imposible disuadir al sujeto de acometer una empresa totalmente inadecuada a sus circunstancias y que sólo mucho después van madurando y haciéndose asequibles a la elaboración analítica. En ocasiones, sucede también que no nos da tiempo de imponer a los instintos impetuosos el freno de la transferencia o que el paciente rompe, en un acto de repetición, los lazos que le ligaban al tratamiento.
Pero la mejor manera de refrenar la compulsión repetidora del enfermo y convertirla en un motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transferencia. Reconociendo en cierto modo sus derechos y dejándola actuar libremente en un sector determinado, conseguimos hacerla inofensiva y hasta útil. La transferencia cumplirá la función de hacer surgir ante nuestros ojos todos los instintos patógenos ocultos en la vida anímica del analizado. Cuando el paciente nos presta la mínima cooperación, consistente en respetar las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos siempre dar a todos los síntomas de la enfermedad una nueva significación basada en la transferencia y sustituir su neurosis vulgar por una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor terapéutica. La transferencia crea así una zona intermedia entre la enfermedad y la vida, y a través de esta zona va teniendo efecto la transición desde la primera a la segunda. El nuevo estado ha acogido todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial, asequible por todos lados a nuestra intervención.
El vencimiento de las resistencias se inicia revelando el médico al analizado la existencia y condición de las mismas, ignorada siempre por el sujeto. La revelación de la resistencia no puede tener por consecuencia inmediata su desaparición. Ha de dejarse tiempo al enfermo para ahondar en la resistencia, hasta entonces desconocida para él, elaborarla y dominarla, continuando, a su pesar, el tratamiento conforme a la regla analítica fundamental. Sólo al culminar esta labor llegamos a descubrir, en colaboración con el analizado, los impulsos instintivos reprimidos que alimentaban la resistencia. En todo esto, el médico no tiene que hacer más que esperar y dejar desarrollarse un proceso que no puede ser eludido ni tampoco siempre apresurado.
En la práctica esta elaboración de las resistencias puede constituir una penosa labor para el analizado y una dura prueba para la paciencia del médico. Pero también constituye parte de la labor que ejerce sobre el paciente mayor acción modificadora y la que diferencia al tratamiento analítico de todo influjo por sugestión.

lunes, 22 de abril de 2013

"Esto es amor", Lope de Vega


Desmayarse, atreverse, estar furioso, 

áspero, tierno, liberal, esquivo, 
alentado, mortal, difunto, vivo, 
leal, traidor, cobarde, animoso; 

no hallar fuera del bien centro y reposo, 
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, 
enojado, valiente, fugitivo, 
satisfecho, ofendido, receloso; 

huir el rostro al claro desengaño, 
beber veneno por licor suave, 
olvidar el provecho, amar el daño; 

creer que un cielo en un infierno cabe, 
dar la vida y el alma a un desengaño: 
esto es amor: quien lo probó lo sabe.









sábado, 13 de abril de 2013

¿Qué quiere una mujer?

Por enigmática que sea, esta respuesta no es otra cosa que la constatacion de la eterna virginidad de la mujer. Virginidad que nada tiene que ver con la existencia de la membrana anatómica del himen. Se trata mas bien de un velo inmaterial, pero no irreal, en la medida en que se interpone entre la mujer y ella misma, entre su identidad y su cuerpo, entre la palabra de donde deriva su deseo y el silencio donde se perpetúa su goce.                                                                                           

Serge André 



Libro Completo:
http://es.scribd.com/doc/126932348/Que-quiere-una-mujer-Serge-Andre

Resumen de S. Freud (1925) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos. Incluído en Obras Completas Tomo 19. Buenos Aires: Amorrortu, 1996.


“Sólo explorando las primeras exteriorizaciones de la constitución pulsional congénita, así como los efectos de las impresiones vitales más tempranas, es posible discernir correctamente las fuerzas pulsionales de la posterior neurosis”. El análisis de la primera infancia es largo y laborioso, ya que suele atravesar regiones muy oscuras.

Complejo de Edipo en el varoncito: es la primera estación que puede discernirse con claridad. El niño retiene el mismo objeto al que ya en la lactancia y crianza, había investido con su libido todavía no genital. En esta situación, el padre es visto como un rival perturbador a quien se quiere eliminar y sustituir. Esta actitud edípica en el varón pertenece a la fase fálica y sucumbe por la angustia de castración, es decir, por el interés narcisista hacia los genitales. El varoncito, dentro del Complejo de Edipo, actúa en un doble sentido, es decir, activo y pasivo, ya que también quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre, lo que se designa actitud femenina.

Prehistoria del Complejo de Edipo en el varón: presenta las siguientes características:
Identificación de naturaleza tierna con el padre, en la que aún no hay sentido de rivalidad hacia la madre.
Onanismo de la primera infancia, que se supone es dependiente del Complejo de Edipo, y que significa una descarga de su excitación sexual. No se sabe con seguridad si esa es su referencia desde un comienzo o si emerge espontáneamente como quehacer de órgano y sólo más tarde se anuda al Complejo de Edipo. Esta segunda opción es la más verosímil. La sofocación de esta actividad por parte de las personas encargadas de la crianza activa el Complejo de Castración.
Enuresis, que podría ser producto del onanismo, y que su sofocación podría ser apreciada por este como una inhibición de la actividad genital, es decir, como una amenaza de castración.
A través del análisis, se pudo vislumbrar que la acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana dé lugar a la primera excitación sexual, u por los efectos que trae con posterioridad, pase a ser el punto de partida para todo el desarrollo sexual.

Prehistoria del Complejo de Edipo en la niña pequeña: La niña nota que un hermano o un compañerito tienen pene, y lo discierne como superior de su propio órgano pequeño y escondido, y desde ese momento cae víctima de la envidia del pene.
Hay una interesante oposición en la conducta de ambos sexos:
Varón: cuando descubre por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto y poco interesado; no ve nada o repudia su percepción, la atenúa o busca excusas para hacerla concordar con lo que esperaba ver. Sólo más tarde, cuando una amenaza de castración ha llegado a influir sobre él, dicha observación se volverá significativa. Surgen en él dos reacciones, horror frente a la criatura mutilada y menosprecio triunfante hacia ella.
Niña: Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo. En este lugar se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer, que eventualmente, si no logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al prefigurado desarrollo de la feminidad. La esperanza de recibir alguna vez un pene, puede conservarse hasta épocas inverosímilmente tardías. O bien sobreviene el proceso de desmentida, donde la niña se niega a aceptar el hecho de su castración, y se comporta como si fuera un varón.
Con la admisión de su herida narcisista, se establece un sentimiento de inferioridad. Una vez que aprehende la universalidad de ese carácter sexual, empieza a compartir con el varón el menosprecio por ese sexo mutilado.
La envidia del pene pervive en el rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento.
Otra consecuencia de la envidia del pene es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre, responsabilizándola por esa falta de pene. El reconocimiento de la diferencia sexual anatómica fuerza a la niña pequeña a apartarse de la masculinidad y de la masturbación masculina, dirigiéndola hacia nuevos caminos que desembocan en el desarrollo de la feminidad. Se produce una contracorriente opuesta al onanismo que no es exclusivamente producto del influjo pedagógico de las personas encargadas de la crianza. Esta sublevación de la niña contra el onanismo podría ser la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, donde al no poder equiparare con el varón, decide abandonar la competencia con él.

Complejo de Edipo en la niña pequeña: Inicialmente toma a la madre como primer objeto. La libido de la niña se desliza, ya que resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de tener un hijo y con ese propósito toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos. Cuando la ligazón con el padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en una identificación padre con la que la niña regresa al complejo de masculinidad.

El Complejo de Edipo en la niña es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de castración le preceden y lo preparan.
En lo referente al nexo entre el Complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre ambos sexos: a través de la castración, el varón abandona el Edipo, mientras que a través de la castración, la niña ingresará en el Edipo.

El Complejo de Edipo en el varón no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de la amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó. En el caso ideal, ya no subsiste en el inconsciente ningún Complejo de Edipo, el superyó ha devenido su heredero.
En la niña falta motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración llevó a la niña a la situación de complejo de Edipo. Este puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar en la vida anímica que es normal para la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como en el varón. Rasgos de carácter estarían ampliamente fundamentados en la modificación de la formación superyó.
Los individuos humanos, a consecuencia de su disposición (constitucional) bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto.