La
técnica psicoanalítica consiste en la labor que el enfermo había de llevar a
cabo para dominar la crítica contra sus asociaciones, en observancia de la
regla psicoanalítica fundamental que le era impuesta. Prescindimos de una
orientación fija hacia un factor o un problema determinado, nos contentamos con
estudiar la superficie psíquica del paciente y utilizamos la interpretación
para descubrir las resistencias que en ella emergen y comunicárselas al
analizado, y una vez vencidas éstas, el sujeto relata sin esfuerzo alguno las
situaciones y relaciones olvidadas. Naturalmente, el fin de estas técnicas es
descriptivamente, la supresión de las lagunas del recuerdo; dinámicamente, el
vencimiento de las resistencias de la represión.
EI
olvido de impresiones, escenas y sucesos se reduce casi siempre a una
«retención» de los mismos. Cuando el paciente habla de este material «olvidado»,
rara vez deja de añadir: «En realidad, siempre he sabido perfectamente todas
estas cosas; lo que pasa es que nunca me he detenido a pensar en ellas», y
muchas veces se manifiesta defraudado porque no se le ocurren suficientes cosas
que pueda reconocer como «olvidadas» y en las que no ha vuelto a pensar desde
que sucedieron. Este deseo queda a veces cumplido, sobre todo en las histerias
de conversión. El «olvido» queda nuevamente restringido por la existencia de
recuerdos encubridores que constituyen una representación tan suficiente de los
años infantiles olvidados, como el contenido manifiesto del sueño lo es de las
ideas oníricas latentes.
El
otro grupo de procesos psíquicos susceptibles de ser opuestos como actos
puramente internos a las impresiones y los sucesos vividos, está constituido
por las fantasías, las asociaciones, los sentimientos. Sucede aquí que se
«recuerda» algo que no pudo nunca ser «olvidado», parece totalmente indiferente
que tal elemento fuera consciente y quedase luego olvidado o que no penetrase
jamás hasta la conciencia.
Sobre
todo en las diversas formas de las neurosis obsesivas, el olvido se limita a
destruir conexiones, suprimir relaciones causales y aislar recuerdos enlazados
entre sí.
Por
lo general, resulta imposible despertar el recuerdo de una clase especial de
sucesos muy importantes correspondientes a épocas muy tempranas de la infancia
y vividos entonces sin comprenderlos, pero perfectamente interpretados y
comprendidos luego por el sujeto. Su conocimiento nos es procurado por los
sueños.
Con
la nueva técnica, el curso del análisis se hace mucho más complicado y
trabajoso; el analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que
lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite sin
saber, naturalmente, que lo repite.
Por
ejemplo: el analizado no cuenta que recuerda haberse mostrado rebelde a la
autoridad de sus padres, sino que se conduce en esta forma con respecto al
médico. No recuerda que su investigación sexual infantil fracasó, dejándole
perplejo, sino que produce una serie de sueños complicados y ocurrencias
confusas y se lamenta de que nada le sale bien y de que su destino es no
conseguir jamás llevar a buen término una empresa, etc.
Sobre
todo, no dejará de iniciar la cura con tal repetición. Con frecuencia, cuando
hemos comunicado a un paciente de vida muy rica en acontecimientos y largo
historial patológico la regla psicoanalítica fundamental y esperamos oír un
torrente de confesiones, nos encontramos con que asegura no saber qué decir.
Mientras el sujeto permanece sometido al tratamiento no se libera de esta
compulsión de repetir, y acabamos por comprender que este fenómeno constituye
su manera especial de recordar.
La
transferencia no es por sí misma más que una repetición y la repetición, la
transferencia del pretérito olvidado, pero no sólo sobre el médico, sino sobre
todos los demás sectores de la situación presente. Tendremos, pues, que estar
preparados a que el analizado se abandone a la obsesión repetidora que
sustituye en él el impulso a recordar no sólo en lo que afecta a su relación
con el médico, sino también en todas las demás actividades y relaciones
simultáneas de su vida.. Cuanto más intensa es la resistencia, más ampliamente
quedará sustituido el recuerdo por la acción (repetición). Cuando la cura
comienza bajo el patrocinio de una transferencia positiva no muy acentuada nos
permite penetrar al principio, profundamente en los recuerdos y hasta los
mismos síntomas patológicos permanecen acallados mientras tanto. Pero cuando en
el curso ulterior del análisis se hace hostil o muy intensa esta transferencia,
el recuerdo queda sustituido en el acto por la repetición, y a partir de este
momento, las resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones.
El
analizado repite todo lo que se ha incorporado ya a su ser partiendo de las
fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizables y sus
rasgos de carácter patológico. Poco a poco vamos atrayendo a nosotros cada uno
de los elementos de esta enfermedad y haciéndolos entrar en el campo de acción
de la cura, y mientras el enfermo los va viviendo como algo real, vamos
nosotros practicando en ellos nuestra labor terapéutica, consistente, sobre
todo, en la referencia del pasado.
La
repetición en el tratamiento analítico, supone evocar un trozo de vida real, y,
por tanto, no puede ser innocua en todos los casos. A este punto viene a
enlazarse todo el problema de la «agravación durante la cura», inevitable a
veces.
La
iniciación del tratamiento trae ya consigo una modificación de la actitud
consciente del enfermo ante su enfermedad. Generalmente, se ha limitado a
dolerse de ella y a despreciarla, sin estimar debidamente su importancia; pero,
por lo demás, ha continuado observando, con respecto a sus manifestaciones, la
misma política de represión que antes en cuanto a sus orígenes. El sujeto ha de
tener el valor de ocupar su atención con los fenómenos de su enfermedad, a la
cual no debe ya despreciar, sino considerar como una parte de su propio ser,
fundada en motivos importantes y de la cual podrá extraer valiosas enseñanzas
para su vida ulterior.
De
esta forma preparamos desde un principio la reconciliación del sujeto con lo
reprimido que se manifiesta en sus síntomas, pero, por otro lado, concedemos
también a la enfermedad un cierto margen de tolerancia. Si esta nueva relación
con la enfermedad agudiza algunos conflictos y hace pasar a primera línea
síntomas hasta entonces poco precisos, podemos consolar fácilmente al enfermo
observándole que se trata de agravaciones necesarias, pero pasajeras. Pero la
resistencia puede aprovechar la situación para sus fines e intentar abusar de
la tolerancia concedida a la enfermedad.
Otro
peligro es el de que en el curso de la cura lleguen también a ser reproducidos
impulsos instintivos nuevos situados en estratos más profundos, que no habían
emergido aún. Por último, aquellos actos que el paciente ejecuta fuera del
campo de acción de la transferencia pueden acarrearle daños pasajeros e incluso
ser elegidos de manera que anulen por completo el valor de la salud que el
tratamiento tiende a restablecer.
El
médicos se dispondrá, pues, a iniciar con el paciente una continua lucha por
mantener en el terreno psíquico todos los impulsos que aquél quisiera derivar
hacia la motilidad, y considera como un gran triunfo de la cura conseguir
derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto tendía a derivar por medio de
un acto. La mejor manera de proteger al enfermo de los daños que puede
acarrearle la ejecución de sus impulsos es comprometerle a no adoptar durante
el curso del tratamiento ninguna resolución importante (elegir carrera o mujer,
por ejemplo) y a esperar para ello el momento de la curación.
Al
mismo tiempo, respetamos la libertad personal del paciente en cuanto sea
compatible con estas precauciones; no le impedimos la ejecución de propósitos
poco trascendentales. Hay también casos en los que nos es imposible disuadir al
sujeto de acometer una empresa totalmente inadecuada a sus circunstancias y que
sólo mucho después van madurando y haciéndose asequibles a la elaboración
analítica. En ocasiones, sucede también que no nos da tiempo de imponer a los
instintos impetuosos el freno de la transferencia o que el paciente rompe, en
un acto de repetición, los lazos que le ligaban al tratamiento.
Pero
la mejor manera de refrenar la compulsión repetidora del enfermo y convertirla
en un motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transferencia.
Reconociendo en cierto modo sus derechos y dejándola actuar libremente en un
sector determinado, conseguimos hacerla inofensiva y hasta útil. La
transferencia cumplirá la función de hacer surgir ante nuestros ojos todos los
instintos patógenos ocultos en la vida anímica del analizado. Cuando el
paciente nos presta la mínima cooperación, consistente en respetar las
condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos siempre dar a todos los
síntomas de la enfermedad una nueva significación basada en la transferencia y
sustituir su neurosis vulgar por una neurosis de transferencia, de la cual
puede ser curado por la labor terapéutica. La transferencia crea así una zona
intermedia entre la enfermedad y la vida, y a través de esta zona va teniendo
efecto la transición desde la primera a la segunda. El nuevo estado ha acogido
todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad
artificial, asequible por todos lados a nuestra intervención.
El
vencimiento de las resistencias se inicia revelando el médico al analizado la
existencia y condición de las mismas, ignorada siempre por el sujeto. La revelación
de la resistencia no puede tener por consecuencia inmediata su desaparición. Ha
de dejarse tiempo al enfermo para ahondar en la resistencia, hasta entonces
desconocida para él, elaborarla y dominarla, continuando, a su pesar, el
tratamiento conforme a la regla analítica fundamental. Sólo al culminar esta
labor llegamos a descubrir, en colaboración con el analizado, los impulsos
instintivos reprimidos que alimentaban la resistencia. En todo esto, el médico
no tiene que hacer más que esperar y dejar desarrollarse un proceso que no
puede ser eludido ni tampoco siempre apresurado.
En
la práctica esta elaboración de las resistencias puede constituir una penosa
labor para el analizado y una dura prueba para la paciencia del médico. Pero
también constituye parte de la labor que ejerce sobre el paciente mayor acción
modificadora y la que diferencia al tratamiento analítico de todo influjo por
sugestión.